La noche estaba más oscura de lo usual en el patio real, con solo la luz de la luna iluminando ligeramente el lugar. Meliodas estaba sentado en uno de los bancos de piedra, sumido en sus pensamientos mientras la brisa fresca acariciaba su rostro. Era una extraña calma la que lo envolvía, pero dentro de él, sentía una inquietud que no lo dejaba en paz. Su mano descansaba sobre su vientre, y aunque no lo admitiera, había comenzado a preocuparse por el bebé que crecía dentro de él. Su bebé.
"No quiero llamarlo así", se recordó a sí mismo. Durante meses se había negado a aceptar esa palabra, prefiriendo llamarlo "criatura". Pero a medida que pasaba el tiempo, ese término empezaba a sentirse insuficiente. Había algo dentro de él que no podía negar: había comenzado a sentir algo por ese ser, una mezcla de afecto y culpa que lo atormentaba. Sabía que no había vuelta atrás, que ese bebé iba a nacer, pero temía lo que le esperaba. "Va a sufrir, igual que nosotros", pensaba. "Va a ser un arma en esta maldita guerra."
Mientras Meliodas seguía en su debate interno, no se percató de la figura que lo observaba desde las sombras del patio. Estarossa, su hermano menor, lo miraba con una mezcla de envidia y celos que no lograba ocultar. Había pasado meses fuera, alejado de todo, y ahora, al regresar, se encontraba con una noticia que lo sacudía: Meliodas iba a tener un hijo, y Zeldris estaba a su lado.
"Zeldris", pensó con resentimiento. Desde que había regresado, el hecho de que su hermano menor estuviera tan involucrado en la vida de Meliodas lo consumía por dentro. "Si yo hubiera estado aquí... todo sería diferente." Estarossa se sentía traicionado por el destino. En su mente, él habría sido el mejor compañero para Meliodas, y la idea de que Zeldris estuviera cumpliendo ese papel solo alimentaba sus celos.
Finalmente, decidió acercarse. Caminó con pasos lentos pero seguros hacia Meliodas, sabiendo que lo que sentía no podía ser expresado tan fácilmente. Cuando estuvo a unos pocos metros, su voz rompió el silencio de la noche.
-Hermano -dijo suavemente.
Meliodas, sorprendido, levantó la vista. No esperaba ver a Estarossa allí, y mucho menos en ese momento.
-Estarossa -respondió, algo incómodo, pero sin querer mostrarlo-. No sabía que habías regresado.
-Lo hice hace poco -replicó Estarossa, sentándose a su lado en el banco de piedra-. Parece que me he perdido de muchas cosas importantes.
Meliodas se encogió de hombros, sin saber cómo abordar el tema que su hermano claramente insinuaba. El embarazo era un tema delicado, uno que aún lo hacía sentir vulnerable.
-No tanto -murmuró Meliodas, evitando la mirada de Estarossa-. Sólo... lo de siempre.
Estarossa lo miró de reojo, percibiendo la tensión en su hermano. Sabía que Meliodas no iba a admitir nada fácilmente, pero decidió no andarse con rodeos.
-Sé lo del bebé, Meliodas -dijo directamente, haciendo que Meliodas tensara su postura-. No puedo imaginar lo que debes estar sintiendo.
Meliodas desvió la mirada hacia el horizonte, sin querer enfrentarse a la conversación que se avecinaba. Sabía que Estarossa tenía una opinión sobre todo, pero no quería escucharla.
-No es nada de lo que quiera hablar -respondió fríamente, intentando cortar la conversación antes de que avanzara.
Pero Estarossa no se detendría tan fácilmente. Durante meses había reflexionado sobre lo que podía haber sido diferente si él hubiera estado allí desde el principio. Y ahora, con el embarazo de Meliodas avanzando, no podía quedarse callado.
-Si yo hubiera estado aquí -continuó Estarossa, con un tono más serio-, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Tal vez habría sido mejor si yo hubiera estado a tu lado.
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Oʙʟɪɢᴀᴅᴏ ᴀ sᴇʀ ᴍᴀᴅʀᴇ || ᶻᵉˡⁱᵒᵈᵃˢ
Fanfiction𝐼𝑛𝑡𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖𝑜́𝑛: 𝑴𝒆𝒍𝒊𝒐𝒅𝒂𝒔 𝒆𝒎𝒆𝒓𝒈𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒋𝒆 𝒄𝒖𝒚𝒐 𝒅𝒆𝒔𝒕𝒊𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆𝒍𝒂𝒛𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 𝒑𝒆𝒔𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒉𝒆𝒓𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒊𝒎𝒑𝒖𝒆𝒔𝒕𝒂. 𝑬𝒏 𝒆𝒍 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒐 𝒓𝒊𝒏𝒄𝒐́𝒏 𝒅𝒆 �...