Repartiendo particiones antes de partir.

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Era prófugo de la verdad.
Corría lejos sin mirar atrás, y mientras más lo hacía más me tambaleaban las piernas a lo que da un bebé con su sonajero, o un metrónomo con su piano detrás.
Rápido pero seguro de mis pasos, no me daba cuenta del camino que dejaba detrás, sólo pensaba que no podía darme el lujo de perder el tiempo, de perder mi ansiada oportunidad de volver, de perderla.
Nuevamente su cara se apoderaba de mi cabeza, y esa sonrisita que me enamoraba una y otra vez me hacía dudar de si hacía bien haciendo lo que hacía; sabía que no la quería dejar, sabía que no quería olvidar esa mueca que hace cuando tiene hambre pero le da vergüenza pedir comida o esa manera en la que estira su mano en gesto de pedir la mía cada que necesitaba de mi pero se negaba a un abrazo pensando entonces que sería mucha comodidad para tan poca confianza.

Yo... No quería dar mi brazo a torcer.
Si bien mis ansias me tenían atónito de cuánto le necesitaba, bien sabía que no podía darle el gusto de volverle a ver, puesto que vernos llama un saludo, y un saludo llama a una copa nueva, y una copa nueva llama a... a ese jugueteo de tira y afloja, de quita y pon, de azul clarito de ese vaso que ella nunca se terminó y sus miedos rebosen el vaso y los míos los inunden de un hielo que al final haga que se derrame.

Tan... Tan, Qué sé yo, tan hermosa que no tengo palabras existentes dentro de mi vocabulario para definir la exactitud de cuán completo me hacía sentir, pero cuán perplejo me dejaba una vez y otra también al notar la comisura que se creaba cada que me miraba y su labio inferior abría para crear un puente entre verbo tan increíble, voz tan dulce y armoniosa, y una vista tan inigualablemente linda... Así la veía, con una lindura tan suave, que podía ser irreal, y te creía que no la había sino hasta presenciarla en ella.

Día sí y día también caía en tentación de volver a ella, de, hacerle saber que ya tenía en manos lo que vine a buscar, pero que, a medida que estaba, encontraba más de lo que en primera instancia necesitaba, y me hallaba teniendo ese algo que, en muchas misiones, en muchos páramos limpios, en muchas noches de veinte horas, en mucho, no tenía, pero que gracias a ella logré conciliar.

No entenderías si te dijese lo mucho que susodicha mujer causó en mi; mi palabra se queda corta ante tanta presencia, ante tanto acto de rebeldía de parte y parte.
Mi trabajo no era caer enamorado de la comisura de su labio inferior, o de sus profundos ojos color marrón, o de ese cerebrito tan majestuoso, mi meta era traer devuelta a mi lugar de origen esa "Llave", puesta "Llave" que me permitiría abrir ese vástago vestigio que tengo tirado encima del sofá, que aún intento abrir y no me deja.

Y cada que intento abrir esa maldita cosa, me acuerdo de cuánto amaba decirle tonterías del supuesto "De dónde vengo" para que se lo creyera, para entonces sacárselo de la cabeza con un "Pero no creas todo lo que un cualquiera te dice, puede ser un juego del infravalorado azar de la vida".

Ella de todos modos hacía gestos de no interesarle en lo más mínimo el pensar que yo era un "Cualquiera", por otro lugar, ella decidida hacía preguntas una más loca y atrevida que la anterior para logar cazar ese "Quién soy yo". Lograba notar que al paso del tiempo ella se iba enamorando también de la idea de mi.
Y sentía escalofríos cuando le decía una verdad a medias, y me decía un tembloroso pero genuino;

-¿Quieres dejar este juego para un mejor luego, o prefieres salir de dudas y esclarecerme todo ya?-

Un Vago Abunda Mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora