Desde que conocí a Matías, supe que no quería ser su amiga. La primera vez que lo vi genuinamente quedé muda de la impresión. Desde chica fui muy fan de una serie de los 90 que miraba mi mamá: Friends. Hay una escena en particular donde Rachel se enamora de su asistente y dice "Es tan lindo que quiero llorar". Siempre me pareció un gran recurso de hipérbole, lo dramático en algo tan sencillo como un flechazo. Y sinceramente, hasta que lo conocí a Matías nunca había imaginado que ese sentimiento era real.
Me acuerdo cómo se acercó a saludarnos cuando mi amigo lo presentó al grupo: unos rulos abultados, despreocupados, del color del café con leche que me gustaba disfrutar cada mañana.
Sus rasgos eran geométricamente perfectos, todos armonizaba en su rostro. Todavía me acuerdo la primer sonrisa que me regaló, dejando ver esos grandes y perfectos dientes blancos que resplandecían, abriendo paso a los hoyuelos más tiernos que se pudieran imaginar.
Pero sus ojos eran de otro mundo: era un gris verdoso, que sabía resaltar como esmeralda cuando los colores de alrededor lo permitían.
Realmente era de ensueño, difícil de creer que un simple mortal pudiera poseer tal belleza.
Ya sé, todo esto es muy melodramático de mi parte, pero ¿qué podía hacer yo? Solamente era una chica de 15 años, viendo a uno de los seres humanos más hermosos que había conocido hasta el momento. Y era real, no era un actor de Hollywood que sólo veía en el teléfono, él estaba ahí, hablando y charlando con nosotras como si no fuera literalmente perfecto.
Desde ese día que lo conocí, quedé hipnotizada. Cada vez que hablaba sentía un mar de emociones dentro, que me era muy difícil disimular. De a ratos corría la mirada de sus ojos, porque genuinamente tenía problemas para concentrarme en lo que estaba diciendo, cosa que también era muy difícil porque tenía una voz ronca pero a la vez melódica que podía escuchar por horas seguidas.
Mati no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, me hechizaba aún más. Era un pibe culto, inteligente, elocuente, simpático y extremadamente gracioso. Tenía una dulzura y un humor casi inocentemente infantil. Pero cuando quería, hablaba con una madurez y altura que no se encontraba en los chicos de nuestra edad, que sólo pensaban en chamuyar y en fútbol. Aunque él también lo hiciera, no era igual, él era distinto a todo lo que alguna vez haya conocido.
Él era todo lo que podría haber soñado y más...
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Sin Importar Lo Que Pase
RomansaCuando el amor se interpone entre la amistad ¿qué pacto prevalece más?