Comienzo

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El resonar de sus tacones hacía eco en el ancho pasillo que daba a su despacho. La mesa de Rosa se hallaba vacía desde hacía unas horas, ya que la fábrica había cerrado sus puertas unas horas atrás. Solo los trabajadores del turno de noche, su hermano Jesús y ella misma estaban todavía allí, reticentes a dejar escapar esos últimos minutos de la jornada para clausurar las tareas pendientes de mayor urgencia. Con un taco de papeles en mano, Marta cerró la puerta del despacho, cogió las llaves y se dispuso a salir finalmente del edificio.

Había sido un día agotador, de esos que se metían en sus huesos y se sentían como una entidad física, un peso firme sobre su espalda que, gracias a su diligencia, tan solo se dejaba entrever en forma de unas ojeras levemente pronunciadas y una sutil parsimonia en sus pasos. Si bien tras el accidente en la fábrica sus deberes se habían visto multiplicados, era la continua lucha entre sus hermanos la que hacía que Marta se hubiera visto obligada a aumentar su tiempo frente al espejo cada mañana. Tenía que admitir que compartía en parte el punto de vista de Jesús: Andrés nunca había mostrado ningún interés en la empresa familiar, y habían sido los otros dos hermanos quienes se habían dedicado en cuerpo y alma a defender el negocio junto a su padre. Sin embargo, Marta sí creía en el valor de tener allí a su hermano pequeño, que parecía más que dispuesto a aportar un par de nuevas manos para sostener la estructura tambaleante a la que su familia había dedicado la vida.

Poco a poco, la mente de Marta fue entrando en un ligero letargo, los pensamientos y las voces que había escuchado a lo largo del día acallándose para dar paso al cansancio. En cuestión de minutos, se encontró frente a la puerta exterior de la residencia de los De la Reina, cerrando su abrigo negro para resguardarse bien del helador viento de Toledo. Justo cuando aceleraba el ritmo para acceder cuanto antes al calor de la casa, sus oídos le advirtieron de un pequeño crujido en el jardín. Los ojos azules de la empresaria se fijaron velozmente en un punto a su derecha, entrecerrados para tratar de distinguir algo entre las sombras. Se mantuvo así unos instantes, pero no vio movimiento alguno, así que, con la cabeza nuevamente en otra parte, continuó su trayecto para poner fin a la noche.

***

La mañana siguiente amaneció acompañada de un alegre sol que, exhibiendo orgulloso su claridad, se negaba a dejarse vencer por las pocas nubes dispersas que lo rodeaban. Elevando ligeramente la cabeza para recibir los suaves rayos, Marta se dejó arropar por los sonidos de sus trabajadores saludando con energía a la nueva jornada de trabajo. Esta vez, nadie la interrumpió en su paseo hasta la tienda, así que llegó a ella mucho antes de lo que esperaba. En cuanto sus manos se posaron sobre el pomo de la puerta para comenzar a abrirla, aquel aroma tan especial, fruto de la diversidad de perfumes que llevaban su apellido, la envolvió como una manta. Su mirada calmada no tardó en encontrarse con los ojos marrones de Fina, quien le regalaba la primera sonrisa del día.

—Buenos días, Doña Marta.

—Buenos días, Fina —se adentró algo más en la estancia, cerrando la puerta a su paso; los clientes tardarían unos minutos más en tener acceso a la perfumería—. Ayer no tuve tiempo de preguntaros, ¿qué tal fueron las ventas del nuevo perfume?

La joven, mostrando su usual carácter firme pero tranquilo, constató los optimistas pronósticos de su jefa.

—Muy bien, Doña Marta. Ya han pasado varios días y sigue siendo todo un éxito. Ayer casi se nos acaban las existencias otra vez.

Marta asintió en respuesta, complacida. Durante unos segundos, sus ojos se mantuvieron fijos en los de Fina, y no pudo evitar lanzarle una sonrisa relajada. Últimamente, se había encontrado repitiendo esa acción bastante a menudo, coincidiendo casualmente con cada visita que realizaba a aquella parte específica de los terrenos.

Dando un par de pasos más hacia delante, cogió la cesta que había en la repisa de la tienda y, ante la atenta mirada de su trabajadora, se dispuso a ayudarle a organizar los jabones que había esparcidos al lado. La morena no tardó en protestar:

—No se preocupe, por favor, Doña Marta. Iba a ponerme a ello justo ahora.

Su jefa levantó la cabeza, soltando una rápida sonrisa y encogiendo los hombros.

—No es molestia, siempre tengo que tener las manos ocupadas. Además, en un rato tengo una reunión con mis hermanos y antes quería asegurarme de que todo va bien por aquí... —alzó la mirada una vez más—. ¿Qué tal con la nueva chica, Claudia? No dudo que vaya a hacerse rápidamente al día a día de la tienda, pero me preocupa más saber si está congeniando con vosotras, especialmente después de la situación con...

Dejó morir la frase, el nombre quedando sin pronunciar entre sus labios, mientras tanteaba la mesa para hacerse con una nueva pastilla de jabón.

Fina alzó las cejas, sorprendida. Sin avisar, un avergonzado destello de calor le nació a Marta en el pecho y fue ascendiendo lentamente hasta depositarse en sus mejillas. Evitando mirar a su empleada, agachó la cabeza y soltó un gruñido interno.

Sí, estaba preocupada por la dependienta después de lo que había pasado con Petra. No dudaba de la fortaleza de la mujer que tenía delante, pero temía que las duras recriminaciones de su ex compañera le hubieran hecho sentir mal de alguna forma. Porque la realidad era que no, no tenía nada de lo que avergonzarse. Marta debía admitir que nunca se hubiera esperado que los gustos de Fina difirieran de lo que estrictamente dictaba la sociedad, pero después de enterarse, era algo que no podía sacarse de la cabeza. Le rondaba nada más despertarse, justo antes de irse a acostar e incluso mientras trabajaba en materias que, francamente, requerían más atención de la que las destinaba. Había llegado a la conclusión de que su hasta entonces discreto afecto hacia Fina, producto de los muchos años de conocerla, solo se había ensalzado tras aquel momento. La dulce joven que tenía delante no se merecía ser tachada de "invertida", de ser tratada como si fuera inferior solo por no seguir los cánones sociales. No era justo y, por consiguiente, Marta había decidido tomar cartas en el asunto. Aun así, eso no quitaba que se sintiera cohibida ante los ojos agradecidos de Fina.

—Sí, —confirmó—. Claudia es una chica encantadora. Está muy ilusionada por trabajar aquí y no tardará en mostrar todo su potencial, estoy segura. Carmen y yo tenemos mucha suerte de haberla conocido.

Marta dejó escapar un leve (e inesperado) suspiro aliviado, que quedó enmascarado por una practicada inclinación de su cabeza.

—Me alegra oír eso.

Con un último vistazo a la cesta, ya terminada, puso sus manos sobre la mesa y dio un ligero toquecito con una de ellas.

—Bueno. Me parece que me tengo que marchar.

Fina asintió.

—Sí. La fábrica necesita a su jefa y su hermano, más —con un peculiar brillo en la mirada, continuó—. Alguien tiene que poner orden en la empresa y nadie lo hace mejor que usted.

Esta vez, fue Marta quien se sorprendió ante el tono afable y sincero de Fina, y no pudo evitar liberar una risa sobrecogida. Inconscientemente, se llevó una mano nerviosa a la nuca.

—Bueno, creo que Jesús no estaría muy de acuerdo con tus palabras, pero... Gracias —dejó caer el brazo y le lanzó una última sonrisa—. Ahora debo marchar. Será mejor que no llegue tarde.

Asiendo firmemente el bolso que había depositado junto a la cesta nada más llegar, miró una última vez a la joven, que agarraba el dobladillo de su camisa con unas uñas perfectamente pintadas del mismo tono rosa, y caminó hasta la puerta. Arropada nuevamente por aquella reciente pero ya familiar calidez, fue dejando atrás la despedida de Fina:

—Pase un buen día, Doña Marta.

Grosellas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora