Enigma

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—Muchas gracias, Fina.

—Las que tú tienes, guapísima. Y pásate más a menudo, que va a haber novedades muy pronto.

A su paso, el resonar de la campana sobre la puerta de la tienda se fundió con la voz alegre de Fina, que acompañaba a una complacida clienta a la salida. Marta, seguida del peculiar fotógrafo que había contratado para la campaña del nuevo perfume, reparó rápidamente en la inusual familiaridad con la que la dependienta trataba a la otra mujer, y sintió un fulminante deseo de deshacer sus pasos para ira encerrarse en su despacho. Frunció el ceño. ¿Desde cuándo atendía Fina con tanta cercanía a las clientas? ¿Acaso no comprendía que debían mantener siempre la profesionalidad en el entorno de trabajo?

Con un amargo resquemor en la garganta, esa urgencia por escapar pronto se transformó en algo más sombrío; un enfado que, si se hubiera detenido por un momento a evaluar, le habría resultado evidentemente desproporcionado. Pero en ese preciso instante, una neblina negra acallaba la parte racional de su cabeza, dando paso a la impulsividad, que, aunque necesaria para asegurar su supervivencia en un mundo empeñado en infravalorarla, a veces hacía peligrar su afán por la justicia.

Con las facciones tensas y el semblante de granito, se irguió tras el mostrador, frente a Fina, quien pareció intuir el cambio en el ambiente, ya que desechó rápidamente su sonrisa al notar los serios ojos azules de su jefa.

—¿Se puede saber qué maneras son esas, Fina? ¿Desde cuándo tratamos a las clientas de "tú"?

La chica comenzó a explicarse.

—Doña Marta, que yo...

—No, ni Doña Marta, ni nada —interrumpió—. No me repliques, encima. Te he hecho una pregunta.

Lejos de amedrentarse, con

un admirable porte de firmeza, la morena rebatió:

—Y yo la estoy intentando responder. Es una amiga del colegio, la conozco de toda la vida.

¿Amiga del colegio? Como si eso justificara algo.

—Aquí no hay amigas del colegio. En cuanto una persona entra por esa puerta, se convierte en un cliente. ¿Está claro?

—Está claro —asintió, con las manos delante de su falda como si tratara de protegerse de la reprimenda—. De verdad que yo no quería incomodar a nadie.

Marta soltó un ruido escéptico.

—Da igual lo que quieras o dejes de querer. Aquí tratamos a todos los clientes con el máximo de los respetos. Que no se te vuelva a pasar por la cabeza, ni por asomo, hablar de "tú" a un cliente. ¿Entendido?

Alzó la mirada, expectante. Fina asintió en respuesta, crispando a la otra mujer aún más, que volvió a insistir, impaciente:

—¿Entendido?

—Entendido, Doña Marta. No volverá a pasar.

Satisfecha con la confirmación, metió un par de cosas en su bolso e indicó a Fina que cerrara la tienda, con la cabeza ya puesta en lo que le esperaría en casa durante la cena.

Una vez la dependienta se encontró fuera de vista, una figura a su derecha —Marcos— se movió hacia ella, recordándole que había sido partícipe de todo el encuentro.

—Yo soy ella y me busco otro trabajo.

Sorprendida, alzó las cejas.

—¿Qué dices? Si acaba de empezar.

—Parecía que hubiera prendido fuego a la tienda, la chica no sabía dónde meterse.

—Marcos, hay cosas que no se pueden dejar pasar.

Como que una empleada hable de esa forma con una clienta. ¿Por qué era la única que veía la problemática de esa... intimidad? El fotógrafo claramente no iba a cambiar de opinión, y a Marta no podía importarle menos.

—Supongo que cuando uno de mis empleados pierde la profesionalidad, me enerva.

Con la mirada de nuevo sobre Fina, que ahora cerraba la puerta de la tienda, Marta fue súbitamente embestida por una emoción un tanto atípica en ella: el arrepentimiento. Lo acalló de inmediato. Sacudiendo la cabeza levemente, instó al pelirrojo:

—¿Vamos?

Grosellas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora