Parte 1: A las chicas les gustan las chicas (Hayley Kiyoko)

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No soy como las otras chicas. Y no, no lo digo de esa manera engañosa que usan los tipos cuando quieren halagarte. Por favor, tenme un poco de confianza. Ves películas, escuchas un montón de canciones, lees historias de amor, y en todas te dicen cómo se supone que debe ser: La Chica tiene dos trenzas y es pecosa y muy dulce. Con tenis luminosos y jeans rotos, juega, brinca y gira en la acera. Nada le preocupa. Ninguna pregunta la atormenta. Nada de: ¿Y si eres...? Así, la Chica crece. La Chica hace que el chico de al lado se tropiece cuando la ve, o que el jugador de fútbol americano falle sus pases, o que el tímido nerd demuestre su valía (cuando las cosas se ponen intensas al cambiar de imagen, seamos realistas). Y entonces, la Chica toma del brazo a su chico, y son felices para siempre. El camino está tan gastado que quizá tenga una zanja en medio. Es el camino que supuestamente tienes que escoger. El que todo mundo espera que recorras. Pero tú, la chica que no es como las otras chicas... tú bajas la mirada para ver el camino, y no es tan radiante y luminoso. Pensar en él no te hace sentir como lo describen en los cuentos o las canciones. Y no todas esas personas están mintiendo... lo que significa que hay un secreto que no te dices ni siquiera a ti. Esa sensación que no puedes, y tal vez tampoco quieres, nombrar. Lo empujas, lo ignoras como si fuera una planta marchitándose. Pero eres tú la que se está encogiendo. Y un día te das cuenta: no es que no seas como otras chicas. Es sólo que nunca has conocido a una chica como tú. Pero luego, sí. Por fin, la conoces. Y de pronto, todas las canciones tienen sentido.


Sus ojos oscuros —infinitos, interminables, intrépidos— se topan con los míos y es como recibir un golpe en todo mi ser. Un cataclismo en todos los sentidos.


¿Qué es lo que me clava los pies al suelo cuando me sonríe?


No debes tocar ninguna parte de nadie a menos que esa persona lo quiera. No es tan difícil de entender.


—No soportas el silencio, ¿verdad? —le pregunto—. Ni siquiera cuando alguien se está despidiendo de ti.


El tacto de su piel es una descarga que da vida a todo dentro de mí, como si hubiera llegado la primavera y yo hubiera estado hibernando en una cueva de negación con una roca de duelo tapando la entrada.


—Me lo podrías haber dado en un papel —¿ésta es mi voz? ¿Así de ronca? ¿Es esto lo que me ha hecho con unas cuantas sonrisas y un puñado de minutos peleándonos y un poco de tinta garabateada en mi brazo como si fuera mi corazón?


Tienes que olvidar algunas cosas para poder seguir adelante; de otro modo, te persiguen. Nunca antes lo entendí. Si lo hubiera entendido, a lo mejor habría ayudado más a mamá. Pero ahora lo entiendo. Entiendo los pensamientos de los que no puedes huir, y estoy tratando de aprender a vivir con ellos, pero qué difícil es.


Hay cosas que tienes que olvidar para seguir adelante, pero no sé cómo hacer todo eso sin olvidarla también a ella.


Sé que algún día se apagará el olor a rosas, pero el dolor de haberla perdido, no.


¿Pero cómo puedes amar y vivir intensamente cuando lo único que sientes es dolor?


En los días malos era como si el piso estuviera hecho de cáscaras de huevo sobre las que debía caminar de puntitas, esforzándome por no hacer ni una grieta. Las cosas más pequeñas podían hacerla pedazos. Pero supongo que es justamente eso, ¿no? A ella esas cosas no le parecían pequeñas. Para nada.

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