Capítulo 11 Gabi

29 2 3
                                    

Arrastro una silla frente la pecera, me siento a ahorcajadas apoyando los codos en el espaldar. Otra vez noto que hay menos peces. Me estoy volviendo loco o qué carajos? Empiezo a contar y soy interrumpido por el teléfono. Ese aparato ha estado demasiado activo últimamente. Lo siguiente que escucho es la voz de Gabriela. El corazón late en la garganta.

- ¿Todavía eres ese tipo amargado que no resisto?
- Uno hace lo que puede.
- Voy camino a esa pocilga, no te muevas de ahí.
- No me lo perdonaría.

Entró clavándome uno en los labios, inundándolo todo de su olor arrebatador. Presiono su cuerpo delgado y terso contra el mío agarrándole las nalgas, nalgas pequeñas, cilíndricas y sólidas. Una riada de sangre recorre mi cuerpo. Se aparta lo suficiente para mirar mis ojos y me palpa el pecho. Agitado corazoncito, dice sonriendo. Va con prisas al cuarto halándome como un lastre. Nos desnuda, me tira en la cama y me trepa reposando la cabeza en mi pecho. Ni te creas que vamos hacerlo, hoy sólo quiero tu maldita soledad, dice derramando su alma en mí. Estamos en silencio un rato enlazando nuestras manos. Nos dormimos.

Me despierta el roce de sus dedos recorriendo mis facciones.
- ¿Por qué nunca te enamoraste de mí? -pregunta.
- Te lo he dicho más de un millón de veces.
- Me gusta oírte admitirlo.
- Es la cosa más estúpida que hice.
- Me encanta cuando te dices estúpido.
- Te juro que yo quería hacerlo.
- También me has dicho eso un millón de veces, pero quererlo no es suficiente.

Nos quedamos así un par de horas repasando el pasado en retrospectiva. Se levanta, viste solo la parte inferior de la ropa interior y se va a la cocina. La persigo saboreando las líneas visibles de los músculos bajo la piel. Nada de lo que debería colgar en un cuerpo de casi 50 años lo hace, siempre ha sido muy disciplinada con sus hábitos y yo agradecido con ella.

Urga por la cocina buscando que hacer, abro una botella de vino y sirvo dos copas.

- No se puede vivir solo con arroz y pollo -reclama.
- Dicen que es bueno para el cuerpo.
- ¿Cuándo te has preocupado por tu cuerpo?
- Desde que llegaste.

Me mira con cara de hartazgo y se pone a trapicheos de cocinar. En la tercera copa sus carnes me despiertan el apetito, tengo hambre de Gabriela. Escucha nena no resisto más, te voy a comer. Le entro por detrás. Beso la nuca, muerdo los hombros, pellizco los pezones de sus tetas pequeñas y duras. Se la busco debajo del hilo, conozco el camino, la encuentro y la dedeo. Se gira, me besa metiendo la lengua bien profundo en mi garganta. Salta sobre la meseta, me agacho para zambullirme en ella, la lengüeo y penetro con mis dedos. Me sé muy bien la ruta, sus atajos, los lugares donde explota. Gime. Gime. Gime. Estalla. Se baja y se gira dándome sus pequeñas, pulida y firmes nalgas, la agarra y se la mete. Me hala por la cintura agarrada de mi pelo meneándose contra mi. Recorro los músculos de su espalda arqueada con mis manos y le clavo los dientes en las escápulas. Dime Gabi, Mandi, ordena y obedezco. Gabi. Gabi. Gabi. También conoce mi ruta y la recorre sin obstáculos. Bombeo un torrencial de esperma dentro de ella.

Así que me quedaría solo. Mírame ahora maldito infeliz.

Cocino pollo con piña y lo sirvo en el balcón faltando 5 minutos para las seis de la tarde. -Estás a punto de escuchar al mejor tenor de La Habana -le digo. Justo a la hora de siempre arranca Rodolfo y comemos escuchándolo.

- Pocos tienen el privilegio de tener ópera en vivo todos los días -señala Gabi.
- Es mi cosa favorita.
- Preséntamelo.
- No lo conozco.
- Deberías al menos agradecerle.
- Algún día lo haré.
- No lo demores, ya vas con atraso.
- ¿Qué me dices de Nueva York?
- Tan vertical como siempre.
- Y tu ayudando a que siga así.
- Hace años que no diseño ningún rascacielos.
- ¿No te llegan proyectos?
- Digamos que ya me cansé de buscar el cielo. Ahora me aburro en mi casa.
- ¿Cuándo llegaste?
- Esta mañana.
- ¿Y te vas?
- Cuando ya no te soporte más.
- Tal vez lo mejor que hicimos fue no hacerlo nunca.
- ¿Qué cosa?
- Estar juntos el tiempo suficiente para odiarnos.
- Tienes razón, solo te soporto en pequeñas dosis.
- Tal vez ese sea el secreto, ir al amor en pequeñas dosis.
- Nunca me amaste, recuerda.
- A veces me pregunto si eso es cierto o lo repetías tanto que terminé creyéndote.

Calígula salta al regazo de Gabi y se echa. Lo acaricia con su dedo índice y él cierra los ojos con confianza para descansar sobre ella. Mirando las heridas ya casi curadas en la piel del gato me pregunta.
- ¿Aún no te perdona?
- Creo que nunca lo va a hacer.
- Qué suerte tienes para los rencores.
- Lo mismo pienso.

El día siguiente Gabi quiere salir.
- Miguel y Joaquín están aquí, podríamos visitarlos.
- Son tus amigos no los míos, prefiero caminar sin rumbo por ahí.
Andamos el día entero de un lugar para otro deteniéndonos a veces por bebida y otras por comida. El cielo está despejado, es un manto azul, por suerte el sol invernal es cálido pero no castiga la piel. Vamos con las energías de un par de adolescentes enamorados. Terminamos sentados en el malecón de espaldas al mar observando la ciudad.
- Virgilio dijo que Nueva York era una ciudad de rostros tristes -narro. ¿Qué diría de La Habana si la viera ahora? Se siente la tristeza pero no se ve.
- Es culpa del sol que la camufla con su brillo. Si el cielo en vez de azul celeste fuera gris, esta ciudad tendría una estampa lamentable.
- Más estampa lamentable que caerse a pedazos -digo irónico.
- Pero la gente sonríe.
- Tienes razón seguro es el sol.
- Te iba a proponer esperar el crepúsculo pero recordé que no te gustan las puestas de sol.
- Las detesto son pura degradación.
- Mejor regresemos a escuchar a Rodolfo.

Llegando al barrio encontramos a todos los vecinos reunidos detrás de una ambulancia.
- ¿Qué pasó? – Pregunto a una de las viejitas espectadoras, siempre son buena fuente de información.
- Rodolfo el hijo de Xiomara que se murió, así de repente, cayó redondo en el suelo de la cocina. No somos nada, mijo, no somos nada. Gabi me mira consternada.

A la altura de mi balcón miro todas las luces de la ciudad esta noche. La muerte de Rodolfo punza mi espíritu. Una luz del manto lumínico de edificios se apaga, sin hacer ninguna divergencia en aquel mar de destellos. Supongo que así pasa siempre. No somos más que pequeñas partículas de luces que dejarán de brillar en algún momento, sin hacer diferencia . Comprendí que nada de lo que pasa es por mí ni para mí, que la vida se manifiesta y que no hay nada que pueda hacer para controlarlo. No hay más opción que deslizarse en ella. Comprenderlo me hace feliz. Estoy en paz

La historia continúa 👇🏼

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La historia continúa 👇🏼

Enero es un mes cualquiera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora