Capítulo 13 Punta gorda

25 1 0
                                    


  - Dicen que el agua templada es buena para la piel -informa Gabi- la mantiene tersa.
- ¿Quién dice? -rechino los dientes.
- Es sabiduría popular.
- Los médicos dicen que es terrible para el esqueleto.
- El esqueleto no se ve.
- Dile eso a un jorobado.

  Gabi sonríe y me abraza. Nunca he podido negarme a sus caprichos cuando se me arrima sonriente.
- Si nos demoramos mucho la noche nos agarrará en la carretera y no hay quien vea las vacas en la oscuridad.
- No importa, tenía pensado pasar por Cienfuegos -dibuja infinitos con el índice en mi pecho.
- Una ciudad demasiado cuadriculada para mi gusto. Es imposible perderse, todas las calles conducen a un punto de referencia. No deja margen a la improvisación.
- Anjá, eso dice el hombre más rutinario del mundo -clava su uña en mi esternón.
- Irme de viaje también implica alejarme de lo que soy.

   Terminando el día le entramos a la ciudad por la carretera del Puerto, doblamos por la  37 dirección a Punta Gorda. Conducimos a lo largo del Paseo del Prado paralelo al malecón. Ambos son menos gloriosos que sus homólogos de La Habana, pero la gente los usa para los mismo, en definitiva son la misma cosa. Nos detenemos en el hotel Jagua para hospedarnos ahí. Gabi exige una habitación con vista al mar. Un verdadero reto sería lo contrario, estamos en una bahía. Una gata blanca con motas negras y amarillas acecha algo invisible en la pared. Toma impulso y salta estrellándose en el concreto. Sacude la cabeza se lame una pata y sale andando con actitud de aquí no ha pasado nada.
- Con el último parto -me explica la encargada- le dio un antojo de salamandras, las cazaba con obsesión. Después de liquidarlas todas persigue sus fantasmas. Se llama Pelusa.

  La habitación totalmente pulcra tiene luces amarillas y puertas correderas de cristal a un balcón que da al área de la piscina con vista al mar, por supuesto. Solo entrar va y cierra las cortinas. - ¿Y el mar? Pregunto. -¿Eh? Responde.
  
En la ducha el agua caliente me acaricia el espíritu. Dormiría una jornada, pero Gabi no lo va a permitir. Planea sacarme la lasca, llevarme de un lado para otro sin reposo.  Esto acaba de empezar y ya me arrepiento. ¿Quién me manda a embarcarme en esta travesía totalmente innecesaria? Tenía la guardia baja y ese demonio se aprovechó de mí, no tiene compasión. Quien bautizó área de confort al lugar donde estamos en paz quería advertirnos del peligro al salir de ahí.

  Nos vamos al Palacio Del Valle. Unas esfinges nos dan la bienvenida. Hay que ser un egocéntrico bien caprichoso para que se te ocurra construir semejante palacete de tres torres inspirado en la arquitectura árabe aquí.
   Gabi quiere ir al techo ignorando que quince grados es una temperatura glacial para mí. Responde a mi queja recordándome que allá arriba podré fumar. Elige una mesa cerca de la glorieta. Pide Cubata, yo un doble  de Habana Club añejo 7 años y cebiche. La mínima brisa me castiga como una ventisca. Es humillante llevar un cigarro a mi boca temblando de frío. Al menos el ron ayuda calentando las tripas. Espero salir de esto con piel de delfín.
  Un sexteto toca un repertorio de música tradicional complaciendo tímpanos de turistas. Por  ahora la noche tiene imagen de souvenir. La cantante es una joven alta y huesuda de pelo negro con bucles que le llegan a las nalgas. Gabi le aplaude coqueteándole y cuando recorre las mesas buscando propina, le da una bien generosa. Cuando los músicos terminan su faena, se levanta de la mesa y vuelve con la joven cantante. Borracho y partido del frío observo la  escena  sin decir palabra alguna, no puedo. Fade a negro.

  Recupero la conciencia justo cuando Gabi desliza la llave magnética por el llavín electrónico de nuestra habitación. De alguna manera la joven cantante, huesuda de bucles negros terminó aquí con nosotros. Hago contacto visual con mi compinche de viaje buscando explicación. Me encuentro con la mirada de una leona que regresa de la sabana con un antílope en las mandíbulas para su león. Hace mucho tiempo perdí mi actitud de rey de la jungla. Dos erecciones un mismo día es avaricia y enredarme con dos mujeres supera mis capacidades. Gabi podría hacerlo las veces que quisiera, esto me parece en extremo injusto. Las mejores oportunidades siempre llegan en el momento más inconveniente, dejándonos sin más opción que resignarnos al verlas pasar. Prediciendo un futuro donde yacería al lado de ambas como un fiambre las dejé solas con la excusa de que iría por hielos. Justo antes de salir las veo revolcarse en la cama, besándose, metiéndose mano. Nunca contaron conmigo sabían que no estaría disponible.

  Camino por los pasillos dando tumbos, equilibrándome con las paredes. De alguna manera me las arreglo para llegar al lobby. Apunto a un sillón de mimbre, doy una carrerita hacia él y al llagar me dejo caer.

Podría estar durmiendo tranquilo, roncando como una locomotora, pero no, la maldita se antojó de revolcarse con esa flaca. Egoísta. Pelusa acecha un fantasma de salamandra, salta a máxima velocidad y aterriza de cabeza en un sofá.  Me lanzaré a la piscina a morir de hipotermia. Ser descubierto flotando boca abajo por alguna mucama que romperá en gritos espantada iniciando el escándalo. Los huéspedes saldrán de sus habitaciones. Se llevarán la mano a la boca al ver mi cadaver azul. Que piel tan tersa tiene, comentarán. Es por el rato que lleva en el agua helada, señalarán otros. El muerto con la piel más pulida de toda la morgue. La gata enfoca un mosaico y se acerca agazapada fijando su objetivo. Llamarán a la habitación interrumpiendo el placer de Gabi. ¿Qué pasa? preguntará indignada. ¿No se ha enterado? responderá el guardia más indignado.  Un duelo de indignación. Siempre jodiendo hasta el final, dirá al ver como me llevan. Pelusa salta y no atrapa nada, el espectro vuelve a escurrirse. Si no hubieses cerrado las cortinas me verías al caer en la piscina borracho, tendrías tiempo para sacarme del agua y mañana todo sería una anécdota graciosa de borrachera. Pero las cortinas son para cerrarlas.

Si eso haré, me lanzaré a la piscina, será mi resolución final. Me impulso sobre mi mismo aupando las fuerzas que me quedan para incorporarme. En el décimo vaivén logro la inercia necesaria y me incorporo. Apunto a la piscina zarandeándome. Calculo cuanta inclinación necesito para lograr suficiente impulso de balanceo que me lleve al destino. Inclino la cabeza para atrás, hasta el límite del equilibrio. Tiro hacia delante y el peso del craneo me impulsa disparado. En el segundo paso tropiezo con la gata cayendo al suelo. Estoy yacente boca arriba con los brazos abiertos como un Cristo. Pelusa escala mi cuerpo y se echa en mi pecho, le acaricio el lomo.
- Tómate una noche libre -le digo.

- Tómate una noche libre -le digo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La historia continúa 👇🏼

Enero es un mes cualquiera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora