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—¿Puedes intentar mantener los ojos abiertos esta vez?

Jimin notó que YoonGi estaba perdiendo la paciencia con él. Estaban detrás de las caravanas, en un campo de béisbol, un sitio muy parecido al que habían estado los días anteriores y llevaban así casi dos semanas.

El joven doncel tenía los nervios tan tensos que estaban a punto de estallar.
Tater estaba cerca de ellos, alternando suspiros de amor por su doncel con remover el barro. Después de que Jimin se hubiera enfrentado al elefantito unas semanas atrás, Tater había comenzado a escaparse para buscarlo y, finalmente, Digger lo había castigado con el pincho.

Jimin no había podido tolerar tal cosa, así que le había dicho que él se encargaría de cuidar al elefante durante el día cuando vagara por ahí. Todos —excepto el propio Jimin parecían haberse acostumbrado a ver trotando a Tater detrás de él como si fuera un perrito faldero.

—Si abro los ojos daré un respingo —señaló Jimin mientras su marido empuñaba el látigo— y me dijiste que me harías daño si daba respingos.

—Tienes el blanco tan alejado de tu cuerpo que podrías estar bailando El lago de los cisnes y ni siquiera te rozaría.
Había algo de verdad en lo que decía.

El rollo de periódico que sostenía en la mano medía más de treinta centímetros y, además, el doncel tenía el brazo extendido.

Pero cada vez que YoonGi agitaba el látigo arrancando un trozo del extremo, el doncel daba un salto. No podía evitarlo.

—Puede que mañana consiga abrir los ojos.

—En tres días estarás en la pista central. Es mejor que los abras ya.

Jimin abrió los ojos de golpe al oír la voz sarcástica y acusadora de Hayoon que estaba donde YoonGi había dejado los látigos enroscados en el suelo. Tenía los brazos cruzados y el sol arrancaba destellos a su pelo, que brillaba como las llamas del infierno.

—Ya deberías haberte acostumbrado. —Se agachó con rapidez y recogió uno de los rollos de papel de diez centímetros que había en el suelo. Ésos eran los blancos de verdad, los que se suponía que Jimin debía sostener en la función, pero hasta ese momento YoonGi no había podido convencerlo para que practicaran con algo que midiera menos de treinta centímetros.

Hayoon comenzó a hacer rodar uno de los pequeños rollos entre los dedos como si fuera un pitillo, luego se acercó a Jimin y se detuvo a su lado.

—Quítate de en medio.

Jimin retrocedió.

Hayoon miró a YoonGi con un destello desafiante en los ojos.

—Aprende cómo se hace.

Se puso de perfil, echó el pelo hacia atrás y se colocó el rollo entre los labios.
Por un momento YoonGi no hizo nada, y Jimin notó que había una vieja historia entre la dueña del circo y él, una historia de la cual Jimin no sabía nada.

Parecía como si Hayoon desafiara a su marido, pero ¿para que hiciera qué? YoonGi levantó el brazo tan repentinamente que apenas vio el movimiento de su muñeca.

«¡Zas!» El látigo restalló a pocos centímetros de la cara de la mujer y el extremo del rollo desapareció.
Hayoon no se movió. Se mantuvo tan serena como si estuviera asistiendo a un cóctel mientras YoonGi agitaba el látigo una y otra vez, rompiendo un trocito de rollo cada vez. Poco a poco, lo fue acortando hasta que sólo quedó el cabo entre los labios de la mujer.

En ese momento lo agarró y se lo tendió a Jimin.

—Ahora veamos cómo lo haces tú.

Jimin reconocía un reto cuando lo veía, pero esa gente se había criado tentando al peligro. Él no tenía que demostrar su valor, sentía que ya lo había hecho cuando se había enfrentado a Tater.

Besar A Un Angel ||Yoonmin||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora