La leyenda de los siete monstruos legendarios

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Taú era un espíritu maléfico que se había enamorado de la doncella llamada Keraná, una niña de belleza encomiable (hija de Marangatú) que se pasaba los días durmiendo. Por esta razón le pusieron por nombre Keraná (dormilona) y era la simpática personificación de la tribu. Taú se había quedado prendado de la joven y para conquistarla se transformó en un apuesto joven.

Con la nueva apariencia Taú visita a Keraná por siete días consecutivos. En el último día, intenta raptar a la joven, por lo que Angatupyry (espíritu del bien) se ve obligado a intervenir para evitarlo. Para ello se entabla en una lucha con Taú que dura siete días. Finalmente, Taú haciendo uso de artimañas vence a Angatupyry.

Taú a verse triunfador se lleva a Keraná. Esto ocasiona profunda tristeza e indignación en la tribu por lo cual estos ruegan un castigo ejemplar al transgresor. Angatupyry entonces vuelve a tomar cartas en el asunto y hace de Taú el objeto de una terrible maldición.
Como castigo a las acciones de Taú, Angatupyry condena a la pareja a parir monstruos. Así nacen los siete monstruos de la mitología guaraní: Teyú Yaguá; Mbói Tu'i, Moñai, Jasy Jateré, Kurupí, Ao Ao y finalmente Luisón. Todos ellos nacidos de forma prematura (a los siete meses).

Sostiene la leyenda que al nacer el último hijo apareció en el cielo una señal de advertencia para que los hombres se cuiden de estos engendros: las Pléyades.

Al parecer la leyenda quiere asociar el castigo a las siete penas que marcan a la humanidad: el miedo, el dolor, el llanto, el hambre, la sed, la enfermedad y la muerte.

El caos en la tierraEditar

Por siete años el mal se extiende por la tierra. Las acciones de los siete hermanos hacen que reinen el miedo y el terror y no haya refugio en ningún lugar.

Nadie esta a salvo, Kurupí rapta y viola a las doncellas. Moñai roba y saquea. Luison ultraja los cementerios. Jasy Jateré en sus travesuras rapta a los niños. Ao Ao asola los rebaños de la tribu, con sus graznidos Mboi Tuí espera acechante en la selva y la mirada de fuego de Teju Jagua en la oscuridad de las cuevas, inspiran solo más temor y supersticiones.

Muertes, ultrajes, robos y violaciones predisponen a los habitantes de la tribu a pelearse unos con otros. A matarse entre hermanos. Las familias se atacan unas a otras y se incendian las aldeas.

El mal, propagado por el triunfo de Taú, impera en las tierras que Tupã (el dios supremo) bendijo un día. Ahora los hombres se arman y se matan, prefieren el vandalismo a la bondad. La semilla del mal se instala en la tribu.

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