Samuel
Un calurosísimo día de julio del 2010
—Me va a dar un ataque —confieso dándole otro trago a la cerveza.
Mis ojos no se levantan del televisor. Está siendo un partido de locos. El mundial entero ha sido un evento de infarto y haber llegado a la final ha sido un sueño.
—Venga, va, que esta es la buena, vamos a marcar. Es nuestro —dice entre dientes Miguel, sentado en el borde de la silla.
—Hasta que no lo vea, no me lo creo —replica Antonio.
—No seas pesimista, Toñito, que nos lo llevamos, estoy seguro. Tengo un buen presentimiento —señalo con el corazón latiéndome a mil por hora.
—Joder, si es que ya vamos por el minuto ciento quince —se queja él.
—Hasta que no termine el partido hay esperanza —rebato con nerviosismo.—¡Vamos, marcad ya!
Como si nos hubiesen escuchado, Iniesta golpea y el balón entra en la portería. El jaleo que formamos en mitad del bar es ensordecedor. En la vida he escuchado a tanta gente gritar tan fuerte, pero es que la ocasión lo merece.
—¡Somos campeones del mundo! —bramo subido a la silla. Me lanzo sobre mis amigos, que me recogen sin dudar, y vitoreamos mientras saltamos y nos abrazamos con medio bar.
—¡Campeones, oh eeeeeeh, campeones, oh eeeeeeh, campeones, oh eeeeeeh, campeones, eh oh eeeeeeh! —Seguimos con la celebración.
—Esperad, hombre, ¡que quedan aún tres minutos! —se queja Toño.
—Que no, tío, que ni de coña meten los holandeses ahora un gol —le responde Juan.—Los tres minutos más largos del mundo.
—Claro, es que de media sueles durar solo uno —le pico.
—Samuel, eres un capullo —indica con un derechazo que esquivo sin problemas.
—Chavales, que queda solo medio minuto. Rezad lo que sepáis —pide Miguel, cuyo pelo rubio está disparado en todas direcciones de lo muchísimo que se lo está toqueteando.
—¡Que pite final! ¡Que pite! ¡Que pite! ¡Que pite! —corea la sala a lo que nosotros nos unimos.
El pitido del árbitro desencadena un delirio aún mayor del que hemos vivido con el gol, porque ahora sí que sí. ¡Somos campeones del mundo! Los abrazos con desconocidos se suceden y, cargados con estas energías, salimos a la calle, donde la fiesta se ha adueñado de cada rincón de Madrid y de toda España.
—¡Tíos! ¡Que dice la gente que se están yendo a la fuente del centro comercial a celebrarlo! —nos avisa Juan mientras revisa su teléfono.
—¡Vamos para allá! —anima Miguel.
Gritando, saltando, alzando las banderas, riendo con gente con la que jamás hemos cruzado media palabra y comentando el partido, logramos llegar hasta la rotonda. Los pocos coches que hay circulando lo hacen con las ventanillas abiertas y tocando el claxon para animar la celebración. Hasta vemos a un par de personas subidas en el capó de un coche mientras este no para de dar una vuelta tras otra alrededor de la fuente.
—¡Que se están metiendo dentro! —señala Toño.
Y, como borregos, no lo pensamos, actuamos por instinto y cruzamos la rotonda para meternos en el mogollón de gente que se lanza agua mientras celebra.
El calor que teníamos desaparece conforme nos empapamos los unos a los otros. Nos subimos a la parte más alta a hacernos una foto con el móvil, y no sé muy bien cómo lo logramos, porque la estructura de piedra es enana, pero lo hacemos.
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Todos mis noviembres
RomanceUna despedida. Un encuentro. ¿Qué pasa cuando una historia de amor se enrolla en espiral como una escalera de caracol? Para Julia todo ha terminado. Acaba de firmar los papeles del divorcio, se ha quitado la alianza y ha cogido la maleta con la idea...