02. Expreso de Hogwarts.

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Hogwarts Express

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Hogwarts Express

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El tan esperado día finalmente había llegado. En la mansión Lestrange, reinaba el caos mientras dos primos, Yesol y Rabastan, correteaban frenéticamente buscando sus pertenencias.

—¡Te dije que empacaras antes, Yesol! —le recriminaba Rabastan, visiblemente cansado y molesto.

—Deja de quejarte y ayúdame —respondía Yesol con indiferencia—. O si solo vas a regañarme, mejor vete, no necesito tus reproches.

Rabastan, ignorando sus palabras, decidió seguir ayudando a su prima.

Cuando Flora Lestrange entró en la habitación, sonrió complacida. Aquellos dos eran como un torbellino.

—¿Buscan esto? —dijo, levantando un pequeño libro violeta.

—¡Sí! —exclamó Yesol aliviada.

—Eso es un álbum de fotos —se quejó Rabastan, frotándose el puente de la nariz—. Yesol, dijiste que era un libro muy importante, creí que por eso estabas tan desesperada.

—Un álbum es muy importante —replicó ella indignada—. Cuando extrañe a mis tíos y a Rodolphus, podré ver sus fotografías. Piensa con lógica, Rabastan.

Una hora y media después, los cuatro integrantes de la familia Lestrange estaban listos para dirigirse a King's Cross, la estación donde abordarían el Expreso de Hogwarts.

Al cruzar la barrera, los dos niños pudieron apreciar el imponente tren. La locomotora, de un rojo intenso, despedía una gran nube de humo.

—Lo siento mucho —se disculpó una dulce voz, después de chocar accidentalmente contra la niña pelinegra.

—No te preocupes, yo tampoco veo mucho —respondió, frotándose el hombro.

El niño, de cabello castaño y complexión delgada, tenía varias cicatrices en su rostro y una mirada nostálgica. Yesol se quedó inmersa en su dulce mirada hasta que su tía la jaló suavemente hacia la locomotora.

—Los voy a extrañar mucho, mis pequeños —dijo Flora con melancolía—. No será lo mismo sin ustedes.

—Les enviaremos cartas —dijo Reinhard.

El tono de voz de su tío, aunque firme, mostraba un leve atisbo de sentimiento.

—También les enviaré muchos dulces.

—Hogwarts no queda muy lejos, madre —respondió Rabastan, visiblemente avergonzado.

—Lo sé, cariño, pero eso no evitará que los extrañe —musitó Flora—. Y pensar que tu padre quería enviarlos a Durmstrang.

Reinhard se encogió de hombros, observando a cada persona que pasaba. Yesol notó cierto desagrado en su rostro al posar la vista en una familia en particular.

—Qué horror —dijo en tono hostil—. Los Oldman han venido.

—Cuídense mucho, mis niños —pidió Flora, ignorando el comentario de su esposo—. Manténganse alejados de los problemas y sean buenos, por favor. No quiero recibir cartas de Dumbledore con quejas sobre ustedes; eso dañaría la reputación impecable de nuestra familia.

Extendió los brazos y abrazó a los dos niños con fuerza.

—Lo haremos, tía Flora.

Reinhard se acercó y les dio una leve palmada en los hombros, sonriendo ligeramente.

—Nos vemos en navidad —dijo.

Sin más, Yesol y Rabastan subieron al expreso, buscando un compartimiento libre. Rabastan miraba en todas direcciones hasta que vio a dos chicos conocidos y corrió hacia ellos, dejando a Yesol atrás.

—¡Lucius! ¡Barty!

Yesol no soportaba a Lucius Malfoy, cuya arrogancia y egocentrismo eran insoportables. Barty Crouch, por su parte, solo era agradable lejos de Malfoy.

—Voy a buscar un compartimiento vacío —dijo Yesol, interrumpiendo la conversación de los tres.

—¿No te quedarás con nosotros?

—No, necesito un tiempo para mí —respondió—. Además, sabes que no me caen bien.

Rabastan asintió y le dejó paso libre. Yesol caminaba por el tren, perdiendo el equilibrio de vez en cuando. Algunos chicos le ofrecieron ayuda.

—Por aquí está bien, gracias —les sonrió—. Han sido muy amables.

—No es nada, damisela —dijo uno de los chicos, sonriendo —. Mi nombre es Felix Wood.

—Y el mío es Ethan Wood —añadió el otro, imitando el gesto de su hermano mayor.

—Yo soy Yesol Lestrange —se presentó —. Gracias por su amabilidad.

Los dos chicos hicieron una reverencia imaginaria y se despidieron. 

Yesol, comprobando dos veces que ya no había nadie alrededor, se deslizó sigilosamente hacia el primer compartimento que encontró. La luz tenue del vagón del tren apenas penetraba en el interior, revelando tres figuras acurrucadas en los asientos. 

Uno de ellos era un niño pequeño, con anteojos redondos que descansaban sobre su nariz mientras y su cabello negro azabache caía en mechones suaves sobre su frente. 

El segundo niño era mayor, con cabello oscuro y largo que caía en olas rebeldes sobre sus hombros. Su rostro se veía un poco mayor,  delgado y anguloso, y con una expresión seria. 

Finalmente, su mirada se posó en el tercer niño, el mismo con el que había chocado en la estación. Su rostro estaba marcado por una cicatriz que recorría su mejilla derecha. Al instante, Yesol pudo vislumbrar una belleza natural en sus rasgos, una mezcla de valentía y vulnerabilidad que la cautivó instantáneamente.

—Lo siento si interrumpo —dijo Yesol apenada—. Mis pies duelen y no creo encontrar más espacio. ¿Puedo sentarme aquí?

—Claro que sí —respondió el de anteojos.

—No hay problema para nosotros —añadió el de cabello largo—. Por cierto, soy Sirius Black.

La pelinegra sabía que pertenecía a la familia Black, una de las Sagradas Veintiocho.

—Me llamo James Potter —se presentó el de anteojos.

—Yesol Lestrange —musitó nerviosa.

No era común para ella interactuar con personas de su edad fuera de su familia. Un ligero rubor apareció en sus mejillas.

Finalmente, el niño con cicatrices dejó su libro y se levantó para darle la mano.

—Remus Lupin, un gusto.

Yesol sonrió encantada y le devolvió el saludo de la misma manera.

FAIRYTALE | Remus Lupin. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora