02 -Mi Reflejo Nauseoso-

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—Anahí, me estás haciendo perder el tiempo y por lo visto también el dinero.

—¿Quieres que...? ¿Aquí? ¿Ahora? —le pregunté hecha un manojo de nervios.

—¿Es que no me has entendido? —me contestó el Hombre Misterioso arqueando una ceja.

Me arrodillé entre sus piernas, sintiendo un nudo en la garganta. Por suerte el suelo estaba frío, porque me hizo tomar conciencia del tórrido ambiente que se respiraba en el camarín. Invadida por una oleada de calor, noté que me había puesto más colorada que un hierro al rojo vivo. Intenté respirar hondo para no vomitar sobre su regazo. No creo que esto le hubiera hecho ninguna gracia.
Suspiró irritado por la espera, por lo que me puse más nerviosa aún. El corazón me martilleaba en el pecho.
—Métete mi po*lla en la boca, señorita Puente.

Me incliné hacia delante y al agarrársela descubrí que era tan gorda que ni siquiera la podía rodear con la mano. ¡Válgame Dios! ¡Cómo esperaba que me cupiera en la boca algo de ese calibre! Cometí el error de alzar la vista. Lo descubrí levantando una ceja, expectante, y por un instante me pareció ver un tic en sus mandíbulas, como si él estuviera tan nervioso como yo. Pero me dije que no podía ser y volví a lo mío, un menester que sin duda esperaba que cumpliera hacendosamente.
Estoy segura de que mientras estudiaba su po*lla intentando descubrir la mejor manera de hacer lo que me pedía debí de parecer estúpida. Todas aquellas noches en las que me había quedado en casa de Dez para aprender a besar y a hacer ma*madas llevada por su insistencia ahora ya no me parecían tan absurdas. Vale, lo había hecho con un plátano, pero comparado con el viril atributo del Hombre Misterioso, le tendría que haber inyectado una tonelada de esteroides para que estuviera a su altura.

La cabeza de su po*lla estaba lubricada y me pregunté qué se suponía que debía hacer con eso que rezumaba, y abriendo la boca lo lamí con la punta de la lengua. Oí al Hombre Misterioso sisear ligeramente de placer y tomándomelo como una buena señal se la besé, pero no fue un beso para nada sexi. Más bien era como darle un beso en la calva a mi tío Fred, aunque en realidad no se pareció en nada a besar su pelada cabeza. ¡Madre mía!, no tenía idea de lo que estaba haciendo y mis intentos por salir airosa de la situación me estaban haciendo pensar cosas de lo más absurdas.

Vi que esas elucubraciones eran mi mecanismo de defensa. Pero aun así, me estaba yendo por las ramas en el momento más inapropiado.

Cerré los ojos y exhalé el aire lentamente, intentando encontrar un hueco dentro de mí donde me sintiera como una voluptuosa zo*rra. La imagen de su rostro invadió mis pensamientos y de súbito, animada de una especie de fogosidad, me volví más atrevida. Le rodeé el glande admirablemente abombado con los labios y se lo chupé un poco. Después abriendo más la boca, me metí su po*lla hasta el fondo, pero apenas conseguí cubrirla, porque como ya he dicho, era gigantesca. Estaba casi segura de que se me iban a trabar las mandíbulas.

—Venga, seguro que te la puedes meter más adentro —me retó.

Empujé hasta sentir la cabeza de su po*lla en mi garganta y creí que se me iban a desgarrar las comisuras de la boca. Sería más fácil si mis mandíbulas fueran como las de las boas, que se tragan a sus presas de una sola pieza. Y fue en ese momento cuando me puse a rezar para que no se me desencajaran.

Me saqué un poco la po*lla de la boca y me la volví a meter, pero esta vez supongo que mi reflejo nauseoso decidió no colaborar. Cuando me rozó la campanilla, me dieron arcadas y se produjo una reacción en cadena. Al intentar contenerme para no vomitarle encima, hinqué sin querer los dientes en la sensible piel del cipote. Él lanzó un grito de dolor y me apartó con brusquedad antes de volver casi a rastras a la poltrona para alejarse de mi boca asesina.

Un millón de secretos inconfesables | Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora