Capítulo 8

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Mi respiración se encontraba agitada y mi visión nublada. Era como si algo estuviera cubriendo mis ojos y no me permitiera poder abrirlos en su totalidad. Apenas pude vislumbrar lo que había delante de mí, lo que me dificultaba caminar. Extendí las manos y deslizaba los pies con lentitud para evitar golpearme o tropezar con algo. Estaba muy nervioso, no sabía que estaba sucediendo. Cuando mi consciencia fue tomando fuerza ante la situación, me di cuenta de que esto se trata un sueño. Al hacerlo, una voz a pocos pasos de mí me sobresaltó.

—Enc...ralo. Co...fre. Debes... lo

Aquella voz sonaba distorsionada, no lograba entender qué es lo que intentaba decirme exactamente, por más que repetía lo mismo una y otra vez, solo lograba entender palabras confusas, entrecortadas y justo cuando iba a preguntarle quién o qué era, desperté.

Mis ojos se encontraban ahora mirando el techo, confuso ante el sueño que acababa de tener. Me levanté y me senté al borde de la cama, tratando de darle un sentido a este sueño que se ha estado repitiendo los últimos días. Para ser más específico, desde que papá se fue a su viaje de negocios, cada vez que me dormía por las noches o cuando me daba un breve descanso en las tardes luego de la universidad, soñaba lo mismo.

Cubrí mi rostro con mis manos, dando un gran suspiro. No sabía que era exactamente ese sueño o aquella voz, pero algo dentro de mí se encontraba muy incómodo. Me quedé en la misma posición por un par de minutos, hasta que una llamada entrante en mi teléfono me hizo reaccionar. Al revisarlo, pude ver el nombre de Sergio en la pantalla, así como también la hora marcada... 8:44 a.m.

—¿Qué sucede? —pregunté tras contestar—. La semana fue muy caótica en la universidad y pensé que este fin de semana te la pasarías durmiendo todo el día —expresé con cierto cansancio. No por la llamada de Sergio, sino por las emociones extrañas que había dejado en mí aquel sueño.

—Solo quise saludarte. Mi madre me despertó temprano para ordenar mi habitación y ayudar al viejo con algunas reparaciones de la casa. Así que pensé... ¿por qué debería ser el único sufriendo por madrugar? —respondió cantarín—. Por lo que decidí llamarte y que madrugues conmigo —finalizó alegre.

Sergio, maldito idiota. ¿No permitirás que los demás duerman hasta tarde solo porque tú no puedes hacerlo? Aunque yo ya estaba despierto, pero su intención es lo que importaba.

—Eres un bastardo —me quejé con voz hosca.

—Hey, ¿qué es ese vocabulario? —reprochó—. No puedo creer que tales palabras salgan de alguien con un rostro puro e inocente como tú —dijo con burla, para luego reír a carcajadas.

Definitivamente es un tarado.

—Le diré a tu madre que casi repruebas el último examen, a ver si así tienes las ganas de seguir riendo —amenacé con cierto toque de sarcasmo.

Sergio inmediatamente se detuvo y tras carraspear un poco, tomó seriedad.

—Eres un desalmado. No entiendo como puedes llamarte mi mejor amigo —espetó.

—Aprendo de ti —repliqué—. No eres exactamente una buena influencia, ¿sabes? —reí burlón.

—... Es cierto —carcajeó—. Bueno, también te llamaba para invitarte a almorzar en mi casa. Mi madre dijo que hará tu platillo favorito. Cielos, no entiendo como puede preferirte más a ti que a mí que soy su hijo —bufó divertido y luego escuché unos quejidos, seguido de la voz de su madre que le decía que yo no era un caso perdido como él y que Sergio debería aprender algunas cosas de mí—. Bien... la escuchaste, dios... que mano dura tiene esa mujer, cualquiera diría que es albañil y no ama de casa.

Entre Tinieblas y AnhelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora