Un pueblo sumido en la nada.
La vitrina. Estaba de pasada, comprando los víveres para la semana y algunas cosas que su madre le había encargado. Una gorra, y unos lentes negros para no ser reconocido y abucheado en la calle. Pero se detuvo en una vitrina, tan sola entre las calles poco concurridas y, detrás de ella, una computadora blanca, con el logo de una manzana mordida. Masticada, tan fuera de lugar para lo referido. Entró.
Se aclaró la voz y llamó al dependiente de la tienda. Tocó la campanita, una, dos, tres...
—¡Voy! —gritó el dependiente desde dentro de la bodega.
Lo recibió un chico mucho menor que él, de baja estatura y piel morena. Francis no pudo evitar fijarse en su manera de andar, tan delicada y sumamente frágil. Su día comenzaba a oscurecerse.
—Buenos días. Disculpe, estaba organizando los pedidos ahí detrás. —Indicó con el índice la bodega. —¿Qué está buscando? —preguntó.
Francis se aclaró la garganta y habló. —He visto una computadora en su aparador. —Apuntó al pequeño cuadrado blanco de la vitrina. —¿Puede decirme cuánto cuesta? —Volvió sobre sus pasos al dependiente.
—Claro. Su valor es de setecientos dólares —respondió el dependiente, como si la suma fuera un cambio que Francis le daría a cualquiera.
Francis tragó con fuerza ante su disconformidad. Quería golpear al dependiente, y amenazarlo para que le rebajara el precio. —¿Setecientos? ¿Tanto así? —inquirió con una desagradable voz tensa.
—Lo siento señor, pero sí, es un modelo muy reciente.
Francis asintió. —Lo entiendo —dijo volviendo a recolocarse la gorra.
—Si quiere tenemos algunas de segunda mano. En la bodega acabo de dejar algunas que me han llegado hoy —explicó el dependiente y agregó: —Puede pasar y ver algunas, si gusta —le ofreció.
—Claro —dijo y tomó sus bolsas y las dejó a un costado sobre el mostrador.
Siguió al pequeño adolescente hasta la bodega, y lo vio bajar una caja repleta de computadoras apiladas una debajo de la otra. Sacó una gris con el mismo logo que la anterior, y la abrió.
—Es un mismo modelo solo que tres años menos reciente. No difiere mucho en capacidades muy grandes de la otra, aunque esta solo está diseñada para trabajo de oficina. —La encendió y se la acercó a Francis.
Cuando la tuvo en sus manos la miró extrañado. Tenía que serle sincero al vendedor y decirle que jamás había tenido una y apenas había usado una antigua de la biblioteca.
—¿Sucede algo? —preguntó viendo la expresión de perdición de Francis.
—Nunca he utilizado una de estas —aclaró, mirando nuevamente al vendedor.
El pequeño hombre suavizó la mirada y ante esto fue señal suficiente para que Francis le extendiera nuevamente el computador. Tecleó algo rápido que Francis no alcanzó a ver, y le explicó lo básico.
Francis solo asentía en momentos dados y alguno que otro «entiendo», «suena sencillo, la verdad».
—¿Esta cuanto cuesta? —preguntó finalmente.
—Doscientos dólares. —Cerró la computadora.
—Lo veo justo. Me la llevo. —Le extendió el dinero al dependiente y acto seguido ya tenía la computadora consigo.
Francis atinó a salir sin despedirse del vendedor. Su mal humor era constante. Era insoportable.
—¡Nos vemos y vuelva pronto! —Gritó el dependiente antes de escuchar el último tintineo de la campanita.
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Publicita a un pueblerino
Fiksi PenggemarUn día, Francis compra su primer computadora a los 32 años. Un chico del pueblo le enseña a utilizar lo básico, y de ahí en adelante Francis solo quiere aprender más y más para publicitar un nuevo producto de su granja. Además, con el dinero recauda...