𝐆𝐎𝐋𝐃 𝐑𝐔𝐒𝐇 ❥「𝑟𝑝 𝑜𝑛𝑒 𝑠𝘩𝑜𝑡𝑠」

𝐀𝐍𝐀𝐓𝐎𝐋𝐘 𝐍𝐎𝐕𝐈𝐊𝐎𝐕 ➛「𝒅𝒊 𝒂𝒏𝒈𝒆𝒍𝒐」

LA MATANZA
for ᴅɪ ᴀɴɢᴇʟᴏ

❝ you see my face in every place
but you can't catch me now ❞

El bosque siempre había sido un templo para los Novikov en Rusia. Allá donde se encontraran, incluso con las copas de los árboles y en oscuridad parcial, las hojas y los pinos eran su territorio.

Anatoly recordaba los consejos de su padre como un mantra. Siempre rondaban su cabeza como material grabado a fuego, normas por las que vivir.

Pisadas lentas para no hacer ruido.
Visión siempre en tus alrededores.
Agarre firme en el arma.
Regula tu respiración, Anatoly. Estás bien.
La oscuridad no te come, ellos sí.

Hasta aquel momento la oscuridad eran los vampiros, un enemigo común entre sus dos familias. Había que cazarlos, condenarlos, asesinarlos.

Quizá por eso se sentía tan mal el mero hecho de seguir esos consejos cuando iba a levantar el arma contra alguien que no era un vampiro. No solo eso, contra alguien que probablemente Anatoly conocía y viceversa.

Alguien que habían mandado sus familias con la esperanza de encontrar o un extremo u otro: un traidor o una cáscara de un hombre muerto. Anatoly quería creer que no se consideraba ninguna de las dos, pero últimamente las dudas le rompían la cabeza en cuanto al primer calificativo.

Quizá sí lo era. Quizá sí era un traidor y lo que debía hacer era aceptarlo.

A pesar de no ser lo más inteligente, el ruso paró para inspirar hondo y cerrar los ojos. Tres inspiraciones fueron necesarias para calmar el latido desbocado de su corazón.

Podía escuchar el ruido de la partida de cazadores que buscaban a Edgar más allá. Un escándalo que taparía la pequeña masacre que Anatoly estaba a punto de realizar.

No hagas nada estúpido e impulsivo, Anatoly. Cabeza fría.

La voz de su tía resonó en su cabeza cuando alzó el rifle al tener a tiro al primero de ellos. Se había acostado sobre las hojas y había montado el trípode del rifle tras un tronco caído. Iba a hacer un trabajo limpio. Les daría una muerte digna.

Había calculado todo al milímetro en el perímetro que había hecho antes. Solo había cuatro y no tenían coberturas más allá de los troncos. Podía matar al menos a tres con el rifle. El que quedara no sería rival para su nueva condición de dhampir.

Era una declaración de guerra, de que no solo ellos estaban al tanto de su condición de desertor. Sería darle el mayor dolor de corazón a su madre.

El murmullo en ruso disculpándose a sus padres resonó en voz muy baja mientras la primera bala abandonaba la recámara.

Esta impactó en el cuello de un sujeto desconocido, gatillando que los demás se movieran con rapidez.

El segundo tiro mató a un chico con el que compartió unos cuantos entrenos, de una familia de cazadores menor a los Petrova.

A más su dedo dominaba el gatillo, más se apagaban sus pensamientos impulsivos y dolorosos. Era comer o ser comido. Sobrevivir o no.

El tercer tiro mató a una chica de unos treinta años. Quizá unos cuantos más que Anatoly, quizá con una familia a la que volver.

El último disparo fue a un hombre de unos cincuenta años... Uno de aquellos que su abuelo había elogiado. Alguien como él, nacido para cazar.

Con cuatro cuerpos sobre el terreno, Anatoly rezó uno de los versos que su madre le hizo aprender para misa. Un pequeño ritual que siempre había hecho porque se decía que alejaba los malos espíritus de vampiros muertos.

Hoy lo usaba con su gente y con sus prioridades dadas la vuelta mientras pensaba en volver a casa con Gisela Andrieski.