Capítulo 5 - En el centro de la selva

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Tras confiscar todas sus pertenencias y unir a ambos jóvenes por las muñecas mediante una cadena con grilletes, iniciaron su expedición.

Según las instrucciones de Wayra tras leer el mapa, se dirigieron al pequeño puerto fluvial de Naayee, donde alquilaron una lancha a vapor.

Durante horas y horas recorrieron los tramos finales del río Gaya, curso arriba, y continuaron incluso cuando cayó la noche. A cargo de los prisioneros quedó uno de los matones, después de dejarles algo de espacio en la proa del barco para que durmieran.

—Ojito con caerse al agua. No queremos que nadie sea devorado, ¿verdad? —Se rio a carcajadas desde su silla justo al frente de la cabina de mando.

Lenn observó el agua a través del excesivamente bajo pasamanos. Gracias a la luz de los faros en lo alto de la cabina del barco apreció la silueta de un cocodrilo nadando junto a ellos.

Su nueva compañera de viaje se tumbó a su lado con un bufido exasperado, utilizando su propio brazo como cojín. La analizó por encima del hombro, a pesar de la paliza que le habían dado apenas quedaban marcas que lo demostraran, salvo un ligero moratón en la frente. Tampoco parecía tener ningún tipo de dolor, porque en apenas unos minutos estaba profundamente dormida.

Durante toda la noche, Lenn deseó tener aquella capacidad. Con la amenaza latente de las oscuras aguas bajo su cabeza, fue incapaz de descansar. Aunque, incluso si no hubiera sido el caso, con el ruido que hacía el motor del barco igualmente le habría sido imposible conciliar el sueño. ¿Cómo era posible que no le molestara a la joven? ¿Estaría ya acostumbrada?

Al despuntar el alba, llegaron a unas cascadas que les cortaron el paso, así que atracaron en la orilla y continuaron su camino a través de la maleza con Wayra a la cabeza.

Se movía con ligereza y rapidez a través de la maleza, obligando a Lenn a seguirla a trompicones para que la cadena no le hiciera daño en la muñeca.

Según se elevó el sol, la vida se despertó en los distintos pisos de vegetación a su alrededor.

Los cantos nocturnos cesaron, sustituidos por decenas de piares y otros gritos que comenzaron a entretejer una sinfonía matutina. Al chico le habría gustado detenerse a escucharlos y tomar notas de sus matices alegres y dicharacheros, pero el implacable paso de la joven le hacía ir a un ritmo casi de marcha. ¿Tal vez quería desgastar a sus captores? Tras pensar esto, Lenn echó la vista hacia atrás, pero sostenían el ritmo sin problemas.

Entonces, la risa de un mono hizo que levantara la cabeza hacia arriba y dejara de caminar, incluso a pesar del tirón que dio la cadena. Buscó al animal con la mirada, pero en su lugar encontró a un ave de cola larga del tamaño de una paloma. El dueño de aquel peculiar canto. Su pico dorado, su pecho carmesí y su abrigo de plumas esmeraldas le cautivaron por completo, y permaneció observándolo y escuchándolo con el aliento contenido hasta que la voz de su compañera le sacó del trance.

Aztilan: La ciudad perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora