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—Abran paso perras, Lucia ha llegado. —dije empujando a unas cuantas personas. Hiba con mis amigos a mis lados; Samuel a la izquierda, Mariana a la derecha mientras caminábamos por los pasillos de la escuela en dirección al comedor.

—Lucy, a la que debes escoltar es a Mariana, la nueva, no a ti —me susurró Samuel al oído.

Mierda, tiene razón.

—Perdón Mariana, te concedo mi trono —dije jalándola hacia donde yo estaba y posándome en su lugar. Las demás personas nos miraban extrañados, sinceramente ya no me importaba, pasé mucho tiempo soportando esas miradas. Me da igual.

—Em, Lucy, ésto no es necesario -me dijo Mariana rascándose la nuca.

—Si lo es, necesitas que la gente te conozca.

Llegamos al comedor y el maravilloso olor a comida me inundó la nariz. ¡Dios mio, es lo más maravilloso del planeta! Corrí a formarme en la fila y tomé una bandeja.

—Avancen, me muero de hambre.

Vi por la vitrina toda la comida, que, la verdad, nada se veía apetecible. La gorda cocinera no cumple con las reglas de higiene al pie de la letra. Pero no importaba, llevo dos años consumiendo ésto y nunca me he enfermado, así que mientras sea comida y sepa bien, lo consumo.

Me paré de puntillas para visualizar cuántas personas quedaban para que me dieran mi comida, pero no logré ver nada más que cabelleras despeinadas de dos chicos más altos que yo delante de mi.

—¿Por qué tienen que estar tan altos? -dije en un susurro.

—¿Por qué tú eres tan bajita?

Alcé la cabeza sorprendida y me topé la cara del chico que estaba adelante de mí.
—Yo soy de estatura normal, tú eres una jirafa.

—Y tú un ratón, -se rió de su propia broma. Idiota. —un ratón de laboratorio, sin pelo y deforme.

¡¿Quéeeee?!

—¡Pelos de trapeador! —ladré con furia.

Medio mundo que estaba en la cafetería, incluso la gorda cocinera me miraron.

Puta vida.

Bajé la cabeza lo más que pude y traté de cubrirme la cara con mi suéter y cabello. El chico volvió a reir.
La fila avanzó dos pasos, y yo caminé hacia adelante.

—Descuida, de seguro nadie te vió, eres muy pequeña como para llamar la atención.

—Maldita alimaña, ésto es tu culpa -dije bajo mi suéter y mi dignidad aplastada.

—Ey, ¿Ése insulto es nuevo?

—No imbe... -Me quedé a medio insulto.
Nuevo, nuevo, ¡La nueva!

Salí disparada de la fila y comencé a buscar a Mariana por todos los adolescentes precoces de la cafetería.
¡Soy una mala-nueva mejor amiga!

—Mariana, Mar...

—Hola -Mariana me tocó el hombro y en su cara vi algo de miedo -me dejaste sola.

—Hey, perdón, no era mi intención -noté algo -¿En dónde está Sam?

-Se fue, dijo que iría con unas chicas.

¿Chicas? Niño raro, él no tiene amigas. Bah, mentira, no era que no tuviera amigas, sino que nunca me deja sola y menos en el almuerzo.

-¿Él es, em, -Mariana bajó la mirada algo avergonzada -¿Es gay?

¿Qué? Estaba a punto de soltar una carcajada, pero me contuve. ¿Por qué creyó que Sam podría ser gay? Ni siquiera tiene ademanes afeminados, o le gustaba la música de chicas, pero ella era nueva aquí, así que podría aprovecharme un poco de ésto.

-Si, pero no ha tenido suerte en el amor.

Mariana suspiró un poco y la tomé del hombro para regresar a pedir nuestra comida. Mi estómago rugía como un león pariendo. ¿Qué, jamás han leído esa expresión?

-Volví, -la voz de Sam llegó a nosotras, al igual que mi idiota amigo -¿Adivinen que?

-Adivinaré. La escuela será demolida. -dije con un poquito de esperanza en mi sarcasmo.

Sam puso los ojos en blanco.
-No, idiota. A la salida, habrá una pelea.

Sus palabras, oh, ésas simples palabras hicieron que en mi cara se iluminara una sonrisa.

No sólo porque nos encantaba ver cómo las chicas que nos caen mal se golpean entre sí y cómo se ponen en ridículo frente a todos, sino porque podíamos hacer de las nuestras.

¿Y la loca?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora