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Después de despedirme de Malia, me encaminé hacia mi casa. Aunque aún era temprano, no conocía la ciudad lo suficiente como para sentirme cómoda explorando a mi alrededor.

Mientras caminaba, comencé a sentir nostalgia. Vi a dos niños pasar corriendo mientras jugaban, y me di cuenta de que nunca había tenido algo parecido: un amigo de toda la vida. Debido al trabajo de mi padre, siempre estuvimos en movimiento. Incluso me sorprendió lo bien que me adapté en la ciudad anterior durante mis últimos año de primaria y mis primeros años de instituto. A pesar de todo, nunca me sentí enojada con mis padres por esta razón; sé que lo hacen para proporcionarme un mejor futuro. Sin embargo, no me veo siguiendo sus pasos. Aún no tengo una idea clara de lo que quiero estudiar o a qué dedicarme como adulta, pero sí sé que quiero quedarme en un lugar. Un lugar donde pueda crear ese sentido de pertenencia que, aunque en secreto, he deseado tener toda mi vida.

Con la cabeza en las nubes, terminé tropezándome con alguien. Me dio un buen golpe en la cabeza. -Disculpa -comentó la persona con la que choqué. Era la voz de un... ¿hombre? Parpadeé mientras intentaba enfocar la vista y me encontré con el responsable de mi momentánea ceguera. —N-no te preocupes —respondí, aún algo mareada

— Siéntate —me guió hacia el borde de la acera— ¿Estás bien? —preguntó con preocupación mientras me examinaba. -Dime, ¿necesitas que llame a alguien para que venga en tu ayuda? —lo interrumpí—. No, no, estoy bien. Solo me mareé un poco -le sonreí falsamente. El hombre tenía el pelo negro, su aspecto me daba la sensación de que en realidad era de otra época. Llevaba ropa estilo victoriano y sus facciones, pese a verse más maduras, definitivamente no me hacían pensar que tenía más de seis años. —Gracias, eres muy amable, pero fue un accidente y estoy bien —contesté, recuperando mi estado. Él me miró, aún no muy convencido, mientras fruncía el ceño. 

—Bien, no dudes en pedir ayuda o llamarme —dijo, sacando una pequeña tarjeta de presentación de su abrigo y entregándomela antes de disculparse de nuevo e irse. La tarjeta tenía el número de una tienda de ropa; supongo que él es el dueño o trabaja para el dueño.

Me levanté de la acera donde estaba sentada y, sacudiéndome levemente, continué mi camino hacia casa, esperando no tener ningún inconveniente.

Al llegar a casa, almorcé con mi madre y más tarde me fui a mi habitación. Al día siguiente, tendría un día entero de clases desde primera hora de la mañana, así que sería mejor aclimatarme a la nueva rutina lo más pronto posible. A primera hora de la mañana, ya me encontraba de camino hacia la escuela. Volver a la rutina iba a ser más difícil de lo que pensé; me caía de sueño y en absoluto me motivaba que mi primera hora hoy fuera matemáticas.

Cruce el portón y caminé por el jardín frontal del instituto, arrastrando los pies. De repente, alguien me llamo. 

—¡Hey, tú! — Levanté la mirada del suelo para ver a mi alrededor. Ahí estaba el hombre con el que me topé ayer en la tarde mientras caminaba. Bueno, no me atropelló, pero sí me tropecé con él. — Necesito tu ayuda —dijo con un tono agitado, toda su aura se veía alterada—. ¿Conoces a Rosalya?— Rosalya... creo que aún me he cruzado con Rosalya en realidad.

—No conozco a ninguna Rosalya, lo siento —respondí—. Verás, soy nueva en el instituto y aún no conozco a todos. —Apenada, miré a aquel hombre. Desesperado, comenzó a buscar con la mirada a otros estudiantes.

—¿Conoces a Lysandro? ¿O a Malia? —preguntó, ya desesperanzado—. ¿O puedes ayudarme? Es mi novia... y acabo de pelear con ella. —Suspiró en medio de la frase.

—Ammm... —insegura, miré al hombre. Aunque no era muy mayor, estoy segura de que quizá no sería apropiado que salga con una chica de mi edad —Conozco un poco a Malia y... —fui interrumpida.

My Candy Love - NathanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora