cinco de abril

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El día que nací, entendí la situación socioeconómica de Latinoamérica.
Y supe que sería víctima del trauma generacional en mi familia.

Entonces, el día que nací, lloré.

Cuando estaba en la incubadora me puse a pensar, ¿la mujer que me dio a luz en serio quiere ser madre o está cumpliendo con un nefasto performance de género?

Supe que tendría que vivir con ella para averiguarlo.

Una vez en casa, admiré el techo sobre mi cabeza. Yo aún no confiaba en nadie, prefería estar sola para reflexionar sobre el mito de la meritocracia y la acumulación de capital.

Un tema interesante a los tres días de edad...

Al cuarto día, noté como la ansiedad se estaba comiendo viva a la señorita que decía ser mi mamá.

Ella estaba aterrada de todo.
Le preocupaban las almohadas, las esquinas, las etiquetas, el ruido, los brazos de su esposo.

Absolutamente todo.

Eso me hizo cuestionar ¿por qué es tan fácil para una emoción controlar a un individuo, pero tan difícil para un individuo controlar una emoción?

Al siguiente día, no hice otra cosa que no fuera llorar, pues descubrí la satisfacción de ser atendida.

Me quedé fascinada del poder que tenía sobre esas dos personas con las que vivía, ellos hacían todo por mí: me alimentaban, me limpiaban, me daban cobijas y no apartaban sus ojos de mí.

No importaba que estuvieran haciendo, si lloraba, dejarían todo para ir por mí.

Sin embargo, terminé por abrumarme de toda esa atención y volví a mi habitual serenidad.

Al octavo día, hablé con dios.

La verdad no me consideraba creyente o algo por el estilo, pero analicé las cosas y llegué a la conclusión, de que si dios por si mismo no existe, lo hace por la creencia colectiva de locos espirituales. Entonces logré contactar con él. Y no me agradó nada, incluso lo consideré con un tipo de psicopatía.

Es decir, ¿hacerte creer que eres miserable, sin valor alguno en esta vida para convencerte de que no eres nada sin él, y que debes humillarte y hacerte de menos toda la vida para que este quede como chulo siempre?

Por algo dicen que dios es hombre.

En fin , esa fue la primera vez que perdí mi tiempo.

En el noveno día, volví a llorar como loca desquiciada, pues me enteré de como la iglesia manipula al pueblo para beneficio de pocos y tuve que expandir mi capacidad mental para entender por completo la teoría de relatividad.

Fue un día pesado, sin duda.

En mi décimo día de existencia, pasó algo que me voló la cabeza. Fue incluso más confuso que el día anterior: dormí en el cuello de la mujer que me atendía. Y nunca había dormido mejor.

Cuando mis ojos se abrieron, me di cuenta de qué había hecho; y se sintió como una ráfaga de viento cálido qué pasó por mis ojos hasta llegarme al corazón.

Ese día, la consideré mi mamá.

Descubrí la belleza de sus ojos oscuros, como lunas cuidando de mí. Descubrí sus manos precavidas, su voz más suave. Su cuerpo entero como un medio, una forma de amor más profunda que cualquier pensamiento.

Por primera vez, descubrí el privilegio de sentir.

Una maravilla.

La verdad es que días antes me había arrepentido de estar aquí, pues no estaba conforme con ninguna conclusión y con ningún sistema a cargo de este plano.

Pero vi algo en ella, un refugio. Una razón para despertar por la mañana, simplemente porque quería tomar el almuerzo con ella.

Eso no quiere decir que mi mente se detuvo en algún momento. Claro que no. Yo seguía pensando en un montón de cosas. Parecía maldita. Porque lo más aterrador, no era el mundo a mi alrededor ni los astros existentes sobre el universo, lo más aterrador de todo eso, era yo.

¿A qué me voy a dedicar cuándo sea grande?

¿Qué palabras voy a decir para agradarles?

¿Cómo le voy a hacer para vivir con este dolor inexplicable en mi interior?

¿Hay una forma de morir?

Sí, nací maldita.

Ni mi cuna de oro ni el amor intenso ni esa devoción aparentemente infinita, absolutamente nada fue capaz de inhibir mi insoportable naturaleza.

A los 15 días de nacida, me sentí vieja.

15 días es un montón de tiempo.
Incluso llegué a extrañar aquellos
árboles que me siguieron cuando
venía a casa.
¿Cómo estarán ellos? Pensé.

Finalmente, en el día 17, me cansé.

Lloré. Lloré y lloré.

Mi madre me sostuvo en sus brazos, me dio comida, me puso a dormir, pero yo no podía estar tranquila y tampoco podía entender como los demás podían ser tranquilos.

Hoy cumplo un mes de nacida.

Supongo que nací maldita.
Hay algo mal con mi cabeza.

flor salvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora