clavado y ecrito

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Mi antebrazo se resbaló en el escritorio. Fue entonces cuando el olor me llegó tan fuerte que sentí cómo me lo tragaba y llegaba a mi estómago. El rastro escurrido en la madera era realmente brillante y me sorprendió el hecho de que no sentía nada más que una debilidad en la muñeca. No me atreví a mirar debajo de la manga, la pegajosidad era suficiente.

¿Hace cuánto había empezado a sangrar? No lo sabía, sin embargo, este efecto de la herida punzante me hizo considerar la duración de mi análisis sobre la frase que estaba traduciendo; mi atención estaba tan atrapada en las irregularidades gramaticales del mismo modo en que el lapicero se mantenía clavado en mi vena.

Miré la hora en mi celular: 8:37 de la noche. Hacer mis tareas en la biblioteca se había vuelto recurrente tan solo por la ventaja de estar en un lugar con aire acondicionado; odiaba el sofoco del mediodía, pero para mi desasosiego, la impresión de viscosidad y frío depuraba de la misma forma mis esperanzas de conseguir algún día la fluidez de un bolígrafo estilográfico. Tal vez nunca he merecido nada mejor, tal vez la perpetua insatisfacción estaba escrita por ahí, en las paredes, en mi piel.

Odiaba el hecho abrumante de exponerme en un lugar donde fácilmente podría ser observada por otros durante horas y horas, tal como lo haría el sol si me encontrara en otro lugar. Pero, ¿cuál era la posibilidad verdadera de que algún estudiante no tuviera nada más que hacer que reparar en mi soledad? ¿Si alguien se fijara en mí, solo por un instante, concluiría fácilmente que soy un caso perdido, incluso antes de enviar mi tarea?

Sin darme cuenta, aún estaba doblando mi mano hacia el interior de mi antebrazo, presionando la punta del lapicero contra mis venas debajo de la manga. El acto causaba un temblor en todo mi brazo y cada pulsación en la muñeca levantaba la piel con un impulso agudo.

Noté que mis latidos se coordinaban con el tic tac del reloj ubicado en algún lugar de la biblioteca universitaria. El área de estudio individual ya estaba vacía y las gotas de sangre resonaban una por una; tal vez alguien en otra área ya había estado oyendo. Llevaba tanto tiempo enroscando la mano que el respaldo lo sentía entumecido y el lapicero empezaba ya a deslizarse también entre mis dedos. No había avanzado demasiado en mi tarea de inglés. Tal vez no serviría de nada. Tal vez era hora de parar. No llegaría a ningún lado.

Retiré el lapicero y más sangre se derramó todavía. Empaqué mi computadora y mi cuaderno. Encontré un poco de papel higiénico en mi bolso e hice lo mejor que pude para limpiar la mesa; tuve suerte de que la manga de la chaqueta era de color negro. Escuché unas pisadas contundentes detrás de las estanterías. Me levanté rápidamente y tuve que apoyarme en la silla, casi me caía hacia delante. Sentí el frío típico de cuando estás a punto de desmayarte. Adiviné que la voz masculina provenía de un guardia "cerraremos la biblioteca en 15 minutos" gritó a lo lejos. Ambos estuvimos inmóviles y yo, con mucha fuerza de voluntad, traté de responder, pero decidí usar mi único aliento para mantenerme de pie, esperando recomponerme. Traté de enfocar la visión, tal vez me veía molesta al fruncir el ceño. Logré notar que me miró con un tremendo hastío, pero mis oídos no pudieron volver a captar los sonidos de su retirada. Tal vez sabía lo que había hecho. Tal vez era evidente mi miseria.

Ya recompuesta, me apuré a recoger mis cosas y dejé el lapicero en el bolsillo de la chaqueta para no manchar mis pertenencias. Cuando tomé mi bolso, mi brazo lo dejó caer al piso de inmediato, bruscamente, como si cayera una pared de ladrillos. El sonido que provocó resultó ser más fuerte que mi quejido, casi inaudible. Me desvanecí, expirando fuertemente. Al fin sentí el dolor. Confieso que me había clavado para siempre a ese momento, no olvidaría ni escaparía nunca de ese espacio ni el sentimiento.

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⏰ Última actualización: Jun 16 ⏰

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