Capítulo 21: Temblores.

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— ¡Oh, Caín! ¡No aquí, te lo ruego! — El jadeo contenido de Clavel resonó en mis oídos, como un dulce lamento que me incitaba a continuar.

Mis labios, sin que mi voluntad pudiera evitarlo, se posaron sobre la delicada piel de su cuello, mientras la espalda de mi amada chocaba contra la fría barandilla de piedra.

— Mi deseo por ti consume mi alma, Clavel— murmuré con voz ronca, contemplando sus intensos ojos esmeralda, ahora oscurecidos por la pasión que nos embargaba.

Esquivando las miradas indiscretas, la alcé en mis brazos, su rostro ruborizado oculto en mi pecho. Ansioso, busqué refugio en una alcoba, pues aquí, en la mismísima casa Suffolk, haría de ella mía.

Entramos en una estancia, afortunadamente provista de una amplia cama, de aspecto masculino. Ignorando los detalles de la habitación, deposité a Clavel sobre la cama y, con presteza, atranqué la puerta con un pesado sillón.

Para mi sorpresa, al volverme, la encontré a Clavel algo incorporada. Sus cabellos rojizos se hallaban en desorden, su rostro, que tanto amaba, salpicado de pecas, se mostraba ruborizado, y sus ojos, intensos, me miraban con anhelo. En el ardor de los besos, su vestido había descendido, revelando sus pequeños senos turgentes, que casi escapaban del borde de la blusa.

— Eres un ángel — musité, mordiendo mi labio al acercarme a ella. Me recliné sobre su cuerpo, capturando sus labios con los míos, presa de una pasión que dolía por su intensidad.

Sus manos, pequeñas y delicadas, acariciaron mi cuello, enviando un escalofrío por mi espalda. Jadeaba junto a ella, mis besos descendiendo por su cuello hasta rozar el inicio de sus senos. Un gruñido escapó de mis labios, ¿Cómo podía tener a una mujer tan hermosa ante mí?

— Caín... Nos escucharán — Sus gemidos mientras sus manos sujetaban mi cuello me hacían erizar la piel.

—  Que nos escuchen maldita sea, quiero que escuchen el tremendo placer que te haré sentir. 

Apreté uno de sus rosados pezones con mis labios, un gemido ahogado salió de sus labios echando su cabeza hacía atrás. Mi lengua trazaba el contorno de su pezón mientras la brillante saliva caía por su pecho. 

Sin dejar de jugar con su pezón, amablemente la tumbé en aquella cama. Sus rizos cobrizos ocupaban toda la cama, sus ojos verdes levemente entornados analizaban mis ojos llenos de lujuria. En mi vida hubiera pensado estar así con una mujer, con el pánico que me daban, pero esta preciosa dama me volvía loco.

Como pude y con demasiadas ganas me deshice de cada tela de su cuerpo. Notaba como mi polla iba a reventar los pantalones de lino que llevaba. Cuando me encontré ese cuerpo hermoso lleno de pecas tumbado frente a mí. Podía correrme ya mismo sin necesidad de introducirla.

Clavel intentó taparse avergonzada.

— Por favor... — mi voz ronca y excitada suplicó cerca de su oído — las obras de arte están para admirarlas.

Mordí el lóbulo de su oreja, mis manos recorrieron su delgado cuerpo, estaba siendo mío.

— Caín, te deseo — Su voz suave me hizo estremecerme. 

No pude resistir la tentación y mis labios encontraron los suyos en un beso agitado. Mi mano, audaz, descendió hacia su monte de Venus, acariciando el suave vello mientras nuestras lenguas entablaban una danza apasionada, una lucha deliciosa que me hizo estremecer de placer.

Uno de mis dedos acarició suavemente su clítoris. No tenía idea como dar placer, pero con ella parecía todo sencillo. Su rostro estaba del mismo tono cobrizo que su pelo. Mordisqueé su cuello mientras escuchaba sus dulces gemidos. Su espalda se arqueó con el toque de mi dedo en su clítoris, pegándose su cuerpo junto al mío.

Agobiado por la situación y el calor sofocante de la excitación, me deshice de mis prendas, quedando completamente desnudo sobre ella. Mi cabello oscuro, despeinado, y pequeñas gotas de sudor perlaban mi cuello y clavículas.

— Vas a ser solo mía — totalmente nublado por la excitación, acaricié suavemente su clítoris.

Su espalda se arqueaba lenta y repetidamente. Sus pequeños pero tersos pechos se acercaban a mi boca, mis labios anhelantes acariciaban sus pezones erizados. Mientras poco a poco mis dedos jugueteaban con su clítoris, mis labios acariciaban sus aureolas. Mi lengua juguetona comenzó a lamerlos, como si del más delicioso helado se tratara.

Poco a poco uno de mis dedos empezó a introducirse dentro de ella. Sus gemidos me volvían loco. Goteaba, y no hablo solo de ella. Mordisqueé sus rosados pezones mientras mis ojos hacían contacto con los suyos. Esas esmeraldas verdes ahora eran negras por la dilatación de sus pupilas.

Entre jadeos, pasé mi punta por su orificio ahora totalmente mojado, ambos éramos vírgenes e inexpertos. Metiéndola suavemente noté un inmenso placer que recorrió toda mi clavícula. 

— Caín... Duele — Su voz entrecortada por su respiración hizo que cayera suavemente hacia ella, quedando prácticamente nuestros labios pegados el uno con el otro.

— ¿Quieres... que pare? — Miraba sus ojos, solamente la punta estaba en su interior y ya tenía todos mis músculos flexionados.

— Sigue — Su voz ronca hizo mi piel erizarse. Apreté mis labios contra los suyos en un suave beso. Apoye mis codos en la almohada de forma que su rostro no podía escapar del mío.

Mi cadera comenzó a moverse, con cada suave embestida notaba como mi piel se erizaba, jamás había sentido un placer tan enorme, los músculos de mi espalda se apretaban. 

Impaciente comencé a moverme más rápido, mi mente solo se centraba en ella. Ignoraba si hacíamos demasiado ruido o si nos podían escuchar. Solo estábamos nosotros. 

Noté como sus uñas comenzaron a clavarse en mi espalda. Eso me excitaba más. Yo mordía su cuello, sus ojos se quedaron en blanco.

— ¡Caín, voy a...! — Corté su voz con una fuerte embestida.

Me enderecé quedando de rodillas en la cama, levanté sus piernas apoyándolas en mis hombros. Sin parar de moverme comencé a lamerlas sin dejar de mirarla. Estaba a mi limite y ella ya lo había alcanzado. 

Cuando noté que iba a terminar saqué rápidamente mi miembro, para evitar errores. Pero no tuve tiempo a apartarme, acabe corriéndome en su abdomen.

A pesar de mi respiración alterada, debíamos vestirnos e irnos rápidamente. Ayudé a Clavel con la ropa mientras reía jugueteando con su cuello.

— Debemos volver — Gruñí en su oído mientras acomodaba su pelo.

Abrí la ventana para intentar que se fuera el olor a fornicio. Reí para mis adentros y salimos corriendo de ahí.

Los mellizos Amery.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora