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14 de Agosto del 2.018

   — ¡Corre, corre, corre! — chillaba Clytia entre risas mientras me jalaba del brazo. Ese día habíamos salido de clase dos horas más temprano de lo normal y había logrado convencerme de ir al parque de diversiones. A mí no me gustaban mucho los juegos mecánicos como la montaña rusa, pero a ella le encantaban. Siempre terminaba saliendo de mi zona de confort. Por lo que allí me encontraba: corriendo con ella para hacer la fila para un juego que no tenía pinta de dejarme salir vivo de ahí.

   — No voy a subirme ahí, Clytia. Terminaré vomitando — dije haciendo una mueca de miedo.

   — Dos para el Pendulum — pidió al hombre de la taquilla en cuanto llegamos a la fila. Yo la miré suplicante, ni de broma me subiría en esa cosa, pero ella solo me dedicó una sonrisa alentadora —. Estarás bien — me aseguró.

   — De acuerdo — dije, rindiéndome. No importaba qué, nunca podía decirle que no. Pagué los boletos y nos encaminamos a la que muy seguramente sería mi muerte.

   — ¿Aún tengo oportunidad de escapar? — pregunté. Ella negó con la cabeza y se rió.

   — Adelante — nos dijo un señor que no parecía tener ánimos de perder su tiempo. Clytia me tomó de la mano y nos ubicamos en unos asientos acolchados para que luego nos abrocharan los cinturones o lo que sea que fuera que nos pusieron encima para evitar que nos cayésemos.

   — Si muero aquí, será tu culpa — afirmé sintiendo cómo el color abandonaba mi cara.

   — No vas a morir hoy. Te necesito vivo para que mi mamá no me regañe — rió y tomó mi mano nuevamente, transmitiéndome calidez y seguridad.

   Cuando la máquina se accionó, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. ¿Qué estoy haciendo? Me pregunté mentalmente. A medida que aumentaba la altura y la velocidad, mis gritos de terror también aumentaban, mientras que Clytia solo gritaba de emoción.

   — ¿Cómo es que te gusta tanto esto? — Le grité.

   — ¡No tengo idea! — Me respondió riendo. Mientras la máquina seguía moviéndose de un lado a otro, yo sentía cómo se me salían los órganos por la boca. Las personas gritaban con euforia y yo mantenía los ojos cerrados. En un momento me atreví a abrirlos y miré a mi derecha. Y ahí estaba. Sonriendo como si no hubiera un mañana y, durante esos instantes, todo a mi alrededor desapareció. Dejé de escuchar los gritos, ya no sentía los cambios en la gravedad, ya ni siquiera estaba seguro de estar respirando...

   Sólo la veía a ella...

   Cuando por fin bajamos de la máquina, me tiré dramáticamente sobre la hierba.

   — ¡Tierra firme! — exclamé con alivio. Ella soltó una carcajada y luego me extendió la mano, la cual tomé, pero solo para hacerla caer a mi lado.

   — ¡Oye! — protestó y comencé a hacerle cosquillas —. ¡No hagas eso! — suplicó sin poder aguantar la risa — ¡Peter!

   — ¡Me lo debes por hacerme subirme en esa cosa! — le repliqué — ¡Pensé que iba a morir! — le reproché, soltándola.

   — No exageres — se defendió recuperando la compostura —. Solo es un juego. No eres ni el primero ni el último que se ha subido.

   — Como sea — bufé y comencé a caminar rumbo a la salida.

   — No te molestes, Peter — pidió, siguiéndome. Me tomó del brazo y me forzó a detenerme. Cuando quedamos frente a frente la miré a los ojos y me tomé tres segundos para detallarla.

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