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—¿Chicos?

Liz volvió a escuchar su propia voz a través de un eco.

Eso fue todo lo que necesitó para entender que sus amigos la habían dejado sola en ese laberinto a oscuras.

No podía ver nada, no respiraba bien y no quería arriesgarse a tocar algo que terminara siendo malo. Por lo tanto, para conocer aquello que la rodeaba, decidió apoyarse solo de su sentido de la audición.

Mantuvo su boca y nariz lo más silenciosas posible, percibiendo entonces que unos pasos se acercaban justo por donde ella había entrado. Fuera quien fuera, estaba de frente.

Liz batalló contra el deseo de retroceder, de llorar, y se arrodilló. Hizo de sus manos un puño y con él se cubrió el rostro. Aunque temblaba del miedo, puso su atención en entonar un cántico:

—Oh Señor, Dios de mi salvación, a ti clamo de día.

Un haz de luz, de color dorado y recogido en una línea recta, se fue dibujando en el suelo según ella pronunciaba las palabras.

—Oye ahora mi oración; escucha mi clamor.

El haz de luz se extendió detrás de su espalda.

—Mi vida está llena de dificultades, y la muerte se acerca.

Los pies de Liz siguieron la guía que iluminaba su camino a medida que continuaba cantando, y solo así, logró encontrar la salida del laberinto.

Tu palabra es una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino | Salmos 119:105.
Dedicado a mi amada freaklowden.

La luz al final del túnel ⓒ CUENTO CRISTIANODonde viven las historias. Descúbrelo ahora