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Capítulo 1: Un problema matemático

Un problema matemático

Elena siempre había sido la mejor estudiante de su clase. Sus calificaciones eran impecables, excepto en matemáticas. A pesar de todos sus esfuerzos, no lograba entender los conceptos que el profesor Mario explicaba en el aula. Con la esperanza de mejorar, decidió aceptar su oferta de clases particulares en su casa.

Después de la clase, Elena fue a la cafetería de la escuela donde la esperaba su mejor amiga, Hanna. Hanna era una chica carismática y decidida, conocida por su estilo impecable y su carácter fuerte. Elena la encontró sentada en una esquina, revisando su bolso de diseñador y tomando un sorbo de su latte.

-¿Cómo te fue en matemáticas? -preguntó Hanna, levantando la vista y arqueando una ceja, su mirada inquisitiva.

-Horrible, como siempre -suspiró Elena mientras se dejaba caer en la silla frente a ella-. Pero el profesor Mario me ofreció clases particulares. Espero que eso ayude.

Hanna frunció el ceño, siempre desconfiada de las intenciones de los demás.

-Ten cuidado, Elena. No confío en él. Algo en él no me da buena espina.

-Estoy desesperada, Hanna. Necesito mejorar mis notas y, por ahora, esta es la única opción que tengo.

Hanna tomó otro sorbo de su latte, pensativa. Luego sonrió, pero su sonrisa tenía un toque de ironía.

-Solo prométeme que serás cuidadosa. No quiero que te metas en problemas -dijo Hanna, su mirada seria-. Y si las cosas se ponen raras, llámame. Sabes que soy la reina de las confrontaciones.

Elena se rió, aunque en su interior sentía una ligera inquietud. Hanna siempre tenía una manera de hacerla sentir más segura, aunque fuera a través de su sarcasmo.

-Gracias, Hanna. Te lo prometo.

En el aula, el profesor Mario explicaba un nuevo concepto matemático con una paciencia infinita. Sin embargo, para Elena, las palabras se mezclaban y los números se desdibujaban.

-¿Alguna pregunta? -preguntó Mario, mirando a sus alumnos.

Elena levantó la mano tímidamente.

-Profesor, no entiendo cómo se llega a esa solución.

Mario se acercó a su escritorio y, con una sonrisa que intentaba ser reconfortante, le explicó de nuevo el problema. Sin embargo, Elena seguía sintiéndose perdida.

Desde el fondo del aula, Hanna observaba con atención, su expresión era un reflejo de su desconfianza hacia Mario.

-Elena, ¿te das cuenta de que estamos en el siglo XXI? -susurró Hanna durante el recreo-. Deberíamos tener robots que nos enseñen matemáticas, no profesores con sonrisas inquietantes.

Elena sonrió, agradecida por el intento de Hanna de hacerla reír.

-Lo sé, pero por ahora, me conformaré con un profesor humano, aunque sea un poco raro.

Esa tarde, Hanna fue a casa de Elena para estudiar. Se acomodaron en la sala de estar, rodeadas de libros y cuadernos. Hanna, con su estilo impecable, parecía fuera de lugar en medio del desorden de apuntes.

-Entonces, ¿qué dice el oráculo de los números? -preguntó Hanna, hojeando el libro de matemáticas de Elena-. ¿Algún hechizo secreto para entender esto?

Elena rió, relajándose un poco.

-Ojalá. Pero me temo que solo es cuestión de práctica y más práctica.

Hanna la miró, su expresión cambiando a una seriedad que pocas veces mostraba.

-En serio, Elena. Si ese profesor Mario se pasa de la raya, me lo dices. Sabes que no me detendré hasta que lo ponga en su lugar.

Elena asintió, tocada por la preocupación de su amiga.

-Gracias, Hanna. Eres la mejor.

Hanna sonrió, su habitual confianza regresando.

-Lo sé. Y también sé que con o sin ese profesor, vas a mejorar en matemáticas. Eres una genio, solo necesitas un poco de paciencia.

Pasaron la tarde estudiando, intercalando bromas y risas con ecuaciones y problemas. Hanna, con su agudo sentido del humor y su carácter fuerte, lograba que incluso las matemáticas parecieran un poco menos intimidantes.

Elena sabía que con Hanna a su lado, podía enfrentar cualquier desafío, incluso uno tan complicado como las matemáticas y el inquietante profesor Mario.