2| Sociedad dividida

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Sergio Moretti


13 de Agosto, año 2023; 22:54 p.m.

Congreso Nacional. Buenos Aires, Argentina.

- ¿Alguno me puede explicar cómo mierda este mamarracho sacó 35 puntos? - la habitación estaba poco iluminada, sólo la luz que estaba justo arriba de él alumbraba su figura con luz fría. Su cara, salpicada por las sombras que se formaban hacia abajo, lo hizo verse más oscuro y temible de lo que Víctor y el resto del equipo estaba acostumbrado a ver. El equipo estaba disperso en la pieza, con la mirada baja y en silencio, sumisos a la furia que Sergio emanaba por los poros - ¿No había dicho Cristina que el puntaje máximo que podía sacar era de 29 puntos?

El único sonido que perduró, indiferente a la tensión que escalaba en la sala, era la del reloj que estaba justo en el medio de la pared de concreto que estaba a espaldas de María.
Parecía que por cada tick tack que emitía, la paciencia de Sergio disminuía todavía más. Los puños apretados y la mandíbula tensa lo hacía más intimidante.

- Era lo que se estimaba - habló Víctor, tomando la palabra -. Parece que subestimamos al pueblo.

- ¿¡Pero que subestimar ni que mierda!? - exclamó Sergio, moviendo los brazos violentamente. Las pocas mujeres que estaban ahí, se exaltaron ante su arrebato. Algunas retrocedieron un paso, otras se removieron incómodas. Los hombres esquivaron su mirada, disgustados - Vos, Matías - apuntó a uno de sus hombres. Éste levantó la mirada, y lo miró directo a los ojos -. Decile a Cristina que si no quiere que la raje a la mierda, que haga bien su trabajo para la próxima - escupió.

- Enseguida - salió de allí, esquivando su mirada, llevándose la mano a la cara.

- ¡Salgan todos! - gritó, la cólera tiñendo hasta la última letra - ¡No me los quiero cruzar otra vez! ¡Salgan, carajo!

La sala se fue vaciando con rapidez, uno detrás de otros empujándose con quejidos silenciosos.
María fue la última en la fila, dejando atrás a Sergio en la compañía de la soledad de la habitación. Cuando ella cerró la puerta, sintió retumbar en su espalda el grito de furia que, incluso amortiguado por la puerta, golpeó fuerte contra su espalda. Le puso los pelos de punta. Mientras se alejaba, habiendo perdido de vista a la gran mayoría de sus compañeros de fórmula, escuchó ruidos estruendosos, muebles siendo arrojados con ira contra las paredes de la habitación abandonada.
María sacó el celular del bolsillo trasero de su pantalón, buscó entre sus aplicaciones y decidió mandarle mensaje de voz a Hilda.

- Recién tengo un momento libre - suspiró, llevándose la mano a la frente. Sintió la fina capa de sudor que se le había creado de tanta tensión acumulada en el ambiente -. No, boluda, no se podía ni respirar ahí adentro. Están todos como locos, no te imaginás. Encima este hijo de puta que sacó 35 puntos, escuchame, ¡35 puntos! ¿Vos lo podés creer? ¡Son todos unos hijos de puta! ¡Unos pobres de mierda! ¿¡Qué tienen en la cabeza?! ¡Mierda tienen, mierda! ¡O sea, no hay de otra! Y mirá que mandamos gente a las mesas, para que controlen. No, boluda, no sirven para nada estos tipos. Si las cosas siguen así, no lo bajamos más. Lo tenemos que hundir como sea posible, y si el equipo no se pone las pilas no lo bajamos más - soltó el botón y, mientras caminaba por los pasillos en penumbras, esperó paciente a que Hilda le contestara.

María siguió de largo, y salió del Congreso de la Nación a la oscuridad de la noche. El silencio la recibió con sombras en las esquinas, que evitaban débilmente la luz de las lámparas que iluminaban la calle. Se perdió entre las avenidas y las calles, los ladridos de los perros detrás de los cercos de hierro sólo la siguieron hasta que salió de la vista de todos.

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