Amaba que fueras mayor que yo. Amaba cómo me cuidabas con esa paciencia y ternura que solo tú podías tener. Me encantaba cómo me amabas con una profundidad que me hacía sentir segura y protegida. Disfrutaba cada momento en que me consentías, en que hacías que me sintiera especial, como si fuera una princesa en un tu pequeño reino.
Tu experiencia y sabiduría fueron un faro en mi vida. Gracias a ti, aprendí a ver el mundo desde una perspectiva más amplia. Las lecciones que me diste, a menudo sin siquiera darte cuenta, se convirtieron en pilares para mi crecimiento. Desde los pequeños consejos cotidianos hasta las grandes enseñanzas de vida, tu influencia en mí fue duradera.
Espero de corazón haber podido hacer lo mismo por ti. Espero haber sido capaz de cuidarte y amarte con la misma devoción y entrega. Espero haberte hecho sentir tan especial como tú me hiciste sentir a mí. Espero haber sido una fuente de alegría y apoyo en tu vida, como tú lo fuiste en la mía.
Gracias por cada momento compartido, por cada palabra de aliento, por cada gesto de amor. Gracias por haberme tratado siempre con respeto y cariño, por haberme dado todo lo que necesitaba y más. Tu presencia en mi vida fue un regalo, y siempre llevaré contigo todo lo que me enseñaste.
