TRAICIÓN

31 3 1
                                    

Lyam llegó a los aposentos de su padre tan rápido como pudo, Lord Stark había mandado a Tomard a buscarlo en mitad de la noche. Cuando el joven entró en la habitación, su padre parecía muy alterado, aunque mantenia su calma natural.

—Ve a buscar a Meñique —le dijo a Cayn—. Si no está en sus habitaciones, llévate a tantos hombres como hagan falta y registra cada taberna y cada burdel de Desembarco del Rey hasta que lo encuentres. Quiero verlo antes del amanecer. —Cayn hizo una reverencia y se marchó. Ned se volvió hacia Lyam—. El Bruja del Viento zarpará con la marea del anochecer, ¿has elegido ya la escolta?

—Diez hombres, con Porther al mando.

—Veinte, y tú irás al mando —replicó su señor padre.

—A vuestras órdenes, mi señor —respondió el chico—. No se puede decir que lamenté irme de aquí. Pero ¿por qué tanta premura?

—Me temo que algo horrible ha ocurrido —dijo su padre, con un tono melancólico—. El rey ha sufrido un accidente. No se sabe cuánto le queda.

Lyam no pudo reprimir el gesto de desesperación que se dibujó en su cara.

—Antes de poner rumbo hacia el norte, deberás pasar por Rocadragón. Quiero que entregues una carta.

—¿Rocadragón, mi señor? —Lyam se mostró algo inquieto. La isla fortaleza de la Casa Targaryen tenía una reputación siniestra.

—Dirás al capitán Qos que ice mi estandarte en cuanto se divise la isla. Quizá desconfíen de las visitas inesperadas. Si el capitán se resiste, ofrécele lo que sea necesario. Te daré una carta, que deberás entregar en mano a Lord Stannis Baratheon.

Sólo a él: ni a su mayordomo, ni al capitán de su guardia, ni a su señora esposa, a Lord Stannis en persona.

—A vuestras órdenes, mi señor.

Lyam salió con la intención de preparar todo para el viaje. Sólo con pensar en Invernalia se le dibujó una sonrisa en el rostro. Quería volver a oír la risa de Bran, ir a cazar con Robb, ver jugar a Rickon. Quería dormir sin soñar, en su cama. Visitar a Jon. Volver a casa.

Hacía una mañana nublada y triste. Lyam desayunó con su padre, hermanas y con la septa Mordane. Sansa, todavía desconsolada, contemplaba malhumorada los platos y se negaba a comer, pero Arya devoró a toda prisa lo que le pusieron delante.

—Syrio dice que todavía hay tiempo para una última lección antes de que embarquemos esta tarde —dijo—. ¿Me das permiso, padre? Ya tengo todas las cosas en los baúles.

—Que sea una lección corta, y que te dé tiempo a bañarte y a cambiarte. Quiero que a mediodía estés lista para partir, ¿comprendido?

—A mediodía —asintió Arya.

—Si ella puede dar una última lección de danza —dijo Sansa alzando la vista de la mesa—, ¿por qué no me dejas despedirme del príncipe Joffrey?

—Yo la acompañaría, Lord Eddard —se ofreció la septa Mordane—. Y no perderá el barco, desde luego.

—No es buena idea que veas a Joffrey ahora mismo, Sansa. Lo siento.

—Pero, ¿por qué? —A Sansa se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Tu señor padre sabe qué es lo mejor para ti —dijo la septa Mordane—. No debes cuestionar sus decisiones.

—¡No es justo! —Sansa se apartó de la mesa, derribó la silla y salió llorando de la habitación.

La septa se levantó, pero Lord Stark le indicó con un gesto que se sentase.

El príncipe prometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora