Capítulo 1: "Cásate conmigo"

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Pocas veces solía tomarme el tiempo de convivir con mi familia

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Pocas veces solía tomarme el tiempo de convivir con mi familia.
No porque no tuviera la oportunidad, sino que se sentía peor que hacer papeleo a las siete de la mañana.

Papá era el único que en la mesa se mantenía callado, mamá me preguntaba temas sociales, y mis hermanas opinaban, al igual que mis sobrinos.

—¿Y la tía Cali cuándo se casará? —Casi me ahogué con el vino y apoyé con fuerza la copa en la mesa.

—Niña insolente —La pateé por debajo de la mesa y me mostró su lengua.

Recibí todas las miradas y tuve que carraspear para disimular mi sorpresa.

—Sí, querida... ¿Cuándo nos presentarás al muchacho? —Mi madre sonrió y acomodó su cabello castaño claro igual que el mío—. Están comprometidos y ni siquiera sé su nombre. Tanto misterio ya no me gusta.

—Ya te lo dije, mantenemos la relación en privado, ¿sí? Estoy bien con eso.

—¿Pero no piensan en casarse pronto? Tus dos hermanas ya están casadas, me haría feliz verte en un altar —Mi padre rio un poco y mi madre le dio un codazo—. Es la menor, dile algo.

—Yo no la forzaré a nada —alzó los hombros y logré respirar—. Hace bien su trabajo en la empresa, eso la hace feliz.

—Pero debe casarse. Sería muy bello, Nicolas —Ella suspiró frustrada—. Además, sería llamativo para la prensa.

—Ya es llamativa por su propia cuenta, mujer —dijo mi hermana mientras mecía a su bebé. Ella solía defenderme cuando mamá comenzaba a ser insistente con cualquier tema—. Salió en la portada hace un par de semanas, la revista es famosa en Los Ángeles.

Y era cierto, pero no entendía por qué mamá se empeñaba en que yo me casara.
Había logrado muchas cosas por mí misma, así como con la ayuda de papá. Además de trabajar en su empresa como contadora, era fotógrafa. Eso era lo que más me gustaba y por lo que más me reconocían.

—Alex, tú te casaste a los veinte y tu hermana igual —le dijo mi madre y ella suspiró—. Solo quiero lo mismo para Calista, ya es bastante mayor.

—¿"Bastante mayor"? —solté indignada.

—Es que ella no es igual a mí o a Lyla, entiende, mamá —acomodó su cabello y el bebé en sus brazos se quejó—. Iré a recostarlo.

El aire en la mesa se tensó tanto que hasta mis sobrinos me miraron esperando a que dijera algo.
Los mellizos eran de lo peor. Eran como dos demonios adolescentes que intentaban matarme del estrés.

—Entonces, hagamos un acuerdo —mi madre se levantó de la mesa y quitó la servilleta de su regazo—. Te casas y heredas tu parte, si no, olvídalo.

—¿Estás bromeando? —solté levantándome también y mi padre se quedó viéndonos.

Ella mantuvo la mirada y el enojo recorrió mis venas.
No era posible que con lo buena que era haciendo mi trabajo, solo por un simple acuerdo nupcial se le ocurriera quitarme mi parte.

Un Anillo Para RossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora