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─Lisa, te lo juro. Me he acostado con ella, ─ susurró Rosé, reajustándose la bolsa de hielo que llevaba a un lado de la cabeza.
─Ya has dicho eso antes, y todas las veces te has equivocado de persona. En Anchorage vive mucha gente; ¿estás segura de que no se parece a otra persona? ─ Lisa se burló, llevando las manos detrás de su cabeza en la cama del hospital. Se miró la herida que tenía en la pierna y la sangre que se había secado a su alrededor, dándole un aspecto mucho peor del que realmente era.
La sala de urgencias del Hospital General de Anchorage no estaba llena, pero sí estaba lo bastante ocupada como para que los médicos, las enfermeras y los internos anduvieran de un lado para otro atendiendo a los pacientes. Lisa se alegró de que hubiera personal suficiente para llevar a cirugía al hombre que ella y Rosé habían rescatado de un incendio.
Se había criado en Anchorage, así que aquella sala de urgencias le resultaba familiar. Allí había acudido cuando se rompió el brazo en séptimo curso. Allí le habían extirpado el apéndice justo antes de su primer año de instituto.
Era donde se había despertado el verano antes de su último año de secundaria, donde su padre le había dado la noticia, donde su vida había dado un giro brusco.
Ahora las camillas eran diferentes y los médicos llevaban batas azules más oscuras que cuando ella era niña, pero todo seguía igual. Olía igual que antes, y un par de enfermeras y médicos mayores seguían mirándola igual que cuando ella tenía diecisiete años y gritaba.
─Tiene un tatuaje en las costillas. Alguna mierda profunda y filosófica en alemán, ─ continuó Rosé, captando de nuevo la atención de Lisa. Hizo una mueca de dolor al girar el cuello para ver a la médica de urgencias castaña, notando cómo se le multiplicaba el dolor de cabeza. ─Dijo algo así como que era nueva en la zona. Juro que es ella.
─Oh, déjame pedirle que se levante la camisa entonces, ─ resopló Lisa, mirando a la doctora con la que Rosé decía haber tenido sexo.
─Por lo que recuerdo, hacen falta tres cervezas y algo de palabrería para que eso surta efecto con ella, ─ sonrió Rosé.
─Creo que te dejaré eso a ti, ─ Lisa suspiró, inhalando profundamente sintiendo como le dolían las costillas. ─No has cambiado nada desde la universidad.
Lisa dejó que sus ojos recorrieran la habitación, sólo se detuvo cuando sus ojos se posaron en otra doctora en la esquina de la habitación que estaba colocando un hombro dislocado en su lugar. Ya se había dislocado el hombro antes. Ella misma había recolocado los hombros de un par de personas en situaciones de emergencia. No era nada nuevo, y el grito que soltó el paciente no la sorprendió. En realidad, ya nada la sorprendía; nada lo había hecho en mucho tiempo.
Sin embargo, fueron los brillantes ojos marrones y felinos de la doctora quienes más la asombraron. Fue la forma en que se encontraron con los suyos durante un breve instante y aceleraron su corazón lo que la asustó. Era la forma en que Lisa deseaba que volviera a mirarla lo que le revolvía el estómago.
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Llamada de emergencia | JENLISA
RomanceEn el centro de Alaska, Lisa Manoban, una bombera propensa a los accidentes, y Jennie Kim, una dedicada doctora de urgencias recién llegada a la ciudad, cruzan sus caminos de forma rutinaria. ¿Serán ambas lo suficientemente valientes como para explo...