Primera botella: Las preguntas

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Cuando se conocieron, Yukichi ya había cumplido los veintiuno, y Ougai apenas estaba por cumplir los quince.

De hecho, Ougai estaba junto a sus padres viendo pasteles en las bonitas vitrinas de las cafeterías del centro de la capital, planeando cómo iba a festejar su cumpleaños, a cuántos de sus amigos de la escuela podría invitar, y sus padres se reían, pensando que, dado que Ougai era tan buen niño, podían hacer el esfuerzo de brindarle una celebración un poco más grande.

Pasó tan rápido, Ougai estaba tan distraído viendo los apetitosos colores del merengue, que realmente no lo puede recordar como le gustaría.

Si hubiera estado más al pendiente ese día, quizá habría podido evitar una serie de desgracias que, en el futuro, no solamente repercutieron en ellos dos, sino a toda la ciudad de Yokohama, y probablemente más allá, aunque, si es justo ¿Como carajos iba a adivinar lo que este aparente encuentro azaroso iba a desencadenar?

Yukichi estaba corriendo y chocó sin querer con el padre de Ougai, quien solamente le revolvió el cabello, restándole toda la importancia a este incidente, porque no notó lo estúpidamente embobado que se quedó al mirar a su hijo, quien solamente le sonrió de vuelta, con esos preciosos ojos de dulce de uva y las mejillas redondas, de niño mimado.

Las cosas pudieron ser más gentiles para todos si Yukichi se hubiera adherido al plan, si no hubiera mezclado los sentimentalismos o la mierda que le haya pasado por la cabeza, y alargado inútilmente este patíbulo.

Puntualmente, es necesario decir las cosas.

Yukichi era un asesino a sueldo, alguien lo contrató para matar a los padres de Ougai, porque eran políticos importantes que se habían metido en donde no debían, y él de verdad que nunca fue de los que no cumplen sus misiones, pero ese niño era tan bonito que simplemente no fue capaz de asesinar a sus padres delante suyo.

Fue una estupidez, pero Yukichi se quedó tan prendado de esos bonitos ojos de uva, que incluso fingió una plática casual con la familia, con quienes acabó bebiendo café, congraciándose con Ougai al mencionar su amor desmedido por los gatos.

Yukichi dio la cara en el trabajo, asegurando que quizá no era tan buena idea matar a esa familia, y, cosa curiosa, el jefe coincidió con él.

Ougai y él, puede decirse que se volvieron amigos, Yukichi lo recogía después de clases y lo llevaba a algún café o un museo, regocijándose en lo cálido e inocente que era Ougai en ese entonces, al punto que ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba cortejando.

Tampoco sus padres, quienes, si lo hubieran sabido, por supuesto que le habrían prohibido acercarse, porque ningún adulto que pretenda a un niño puede ser buena persona, por mucho que las leyes en ese entonces dijeran que la edad de consentimiento legal era a los trece.

De cualquier modo, las cosas se desarrollaron naturalmente violentas, naturalmente trágicas cuando, una semana después de su primer encuentro, justamente dos días antes de su cumpleaños, los otros matones llegaron a ejecutar este cambio de planes, que consistió en secuestrar a Ougai para obligar a sus padres a hacer lo que les pidieran durante el último año de la gestión política que les quedaba.

¿Sirve de algo acotar que, si bien Natsume y su gente eran mafiosos, conservaban ciertos códigos de la vieja escuela, que los frenaba de cometer actos atroces contra un niño?

Un secuestro ya es traumático, claro, aunque ellos no planeaban lastimarlo.

Yukichi, él realmente tampoco planeaba herirlo, es solamente que su química cerebral ya se había alterado para siempre, porque a su muy corta edad era una especie de ex-soldado a quien le jodió la psique el síndrome de estrés post-traumático, y que ya le había tallado un monstruo en la sombra.

Lluvia de marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora