Club de motos

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Nadia

Intimidación.

Así es como describiría en una sola palabra como me hacen sentir estos ocho hombres, no, ellos son más que eso, son jodidos gigantes.

Son los putos nefilim de la biblia.

¿Será que tomaron alguna clase de droga para el crecimiento? Jesús, no es normal que existan personas así de altas y anchas.

—Buen día, señorita —saluda uno, no es el mismo que habló antes, pero definitivamente son familia por las características que comparten.

—Buenas tardes, idiota, ¿no ves que ya estamos en el atardecer? —dice otro detrás de él.

El primero que habló es rubio, de ojos verdes y cabello largo. Hace mucho que no sentía envidia, pero su melena rubia está mejor que la mía, brilla a la luz del poco sol que queda.

—Buenas tardes, señores —respondo después de mi evaluación a todos—. Si me disculpan, me retiro.

—¿Por qué habla tan raro? Se escucha como esas novelas de época que mamá mira todos los días —habla por segunda vez el otro monstruo inmenso.

Este es calvo, con tatuajes en todo lo que se alcanza a ver de piel. Es igual de alto y grande que el anterior, solo que su piel está bronceada y sus ojos son turquesas.

—Es educada, animal, es una dama. —Tres de ellos discuten, mucho y en voz tan alta que la gente se voltea a vernos.

No me percaté antes, pero todos ellos tienen chalecos iguales, son de cuero negro con algunas cadenas debajo y tachas en los bolsillos.
Visten jeans viejos, sucios y rasgados. Las botas negras que traen me romperían cada hueso del cuerpo sin mucho esfuerzo.

—¿Cómo te llamas, ángel? —me pregunta el rubio ignorando a los otros.

Bueno, ser atrevido parece formar parte de su actitud. Y el que mantenga las manos bolsillos y una pose casual mientras me interroga, incrementa mis ganas de mandarlo al carajo.

—No vamos a conocernos, no necesitas saberlo —respondo tan borde como lo hago siempre que algo no me gusta.

Soy buena leyendo a la gente, y por alguna extraña razón siento las vibras de los que me rodean. Siempre argumenté que era el sexto sentido femenino que todas tenemos, porque casualmente casi nunca se equivoca, menos con los hombres, sin embargo eso no es comprobable, por lo que queda en meras especulaciones.

Ellos no me dan esa vibra de miedo o escalofríos, dos cosas que típicamente me llenaban de la cabeza a los pies cuando estaba frente a los hombres. Hay mucho trauma que tratar, pero siento que eso también formó un poco mi forma de percibir las intenciones de otros.

—Mi hermano fue un idiota, señorita, es culpa de mi madre por haberle dejado caer de la cama cuando era bebé —interviene otro, este es alto y fornido, nada diferente a los dos, pero es lo único que parecen compartir. Su cabello es castaño oscuro, al igual que su perfilada barba.

Hay otro como él, son gemelos, muy jóvenes, estoy segura que los más “pequeños”.

—Pues bien, un chequeo médico es necesario una vez al año, acompaña a tu hermano para que lo revisen, no es normal hablarle a una mujer en medio de un parque como si fuera algo para él. —Acomodo los lentes de sol, casi tienen un vistazo de mis ojos, y el anonimato es parte del truco para mantener a Florence a salvo.

Intento pasar de ellos, los bastardos se acomodaron en fila, por lo que abarcan gran parte de mi camino. No puedo rodearlos, uno se mueve a esa dirección cuando lo intento.
Saltar sobre ellos tampoco es una opción, son tan altos que parecen formar una jodida muralla humana, hecha de puro y duro músculo.

Poliamor Sobre Ruedas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora