Desaparición y desesperación

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Nadia

Seis meses en total, esa era la totalidad del tiempo en que mi hermana y yo nos ocultamos de todo. Solo las dos, conociéndonos y cuidándonos las espaldas, siempre al tanto de los movimientos que ocurrían alrededor de la cabaña.

Para resguardar completamente la seguridad e identidad de Florence fui yo la que hizo cada compra, yendo y viniendo de la ciudad casi cada día con alguna que otra cosa. En cada recorrido siempre había alguno de los ochos detrás de mí, supuestamente cuidándome del acoso, hecho que no ocurrió gracias a que todos parecen conocerlos, siendo también el temor lo que resaltaba entre todo lo que iba entendiendo.

Lo que pasó ese día en el supermercado, cuando literalmente se llevaron a un hombre arrastras, debería servir de bandera roja para alejarme, -hecho que obviamente traté de hacer- enfrentando a cada uno siempre que aparecía, pero esos hombres parecen ser masoquistas, nada de lo que decía surtía efecto.

Decir que me frustraba ver esas sonrisas siempre que conseguían alguna reacción de mi parte, no alcanza a describir completamente mi estado de ánimo, estaba en una constante permanencia de furia.

Por si fuera poco, también tenía que soportar las burlas de mi hermana en casa, la muy maldita me aconsejaba que abrirme paso a ellos no era una idea que debía descartar, al contrario, comentaba lo bien que la pasaba con todos sus hombres.

Después de esa primera conversación en el supermercado comencé a preocuparme, al día siguiente aparecieron flores y regalos en la puerta, cuando intenté descubrirlos en acción no pude, los desgraciados venían a la cabaña cuando no estaba o en medio de la madrugada.

Al principio Florence se preocupó, creyendo que se trataba de Víktor, pero a esta altura dudo mucho que siquiera esté vivo o de lo contrario ambas estaríamos bajo sus sucias manos.

Sabiendo que se trataba de un misterio -más para ella que para mí-, me desvelé en uno de los tantos días para encontrar a quién estaba haciendo esto, fallé miserablemente al quedarme dormida frente a la ventana.

Solo conocí la verdad cuando uno de ellos dijo que me veía extremadamente tierna estando dormida, y comentó eso mientras me seguía a una tienda de ropa. Obviamente que mi voz había alcanzado niveles insospechados de volumen, ni yo era consciente de lo potente que podía ser mi enojo. Ellos se defendieron alegando que no habían malas intenciones.

Fui tan clara como el agua al ir en contra de ellos contestando que esa actitud en lugar de funcionar como alguna clase de halago, yo lo interpreté como una reacción de alguien que tiene problemas psicológicos, porque para ninguna mujer sería romántico recibir regalos en medio de la madrugada.

Los obsequios no se detuvieron, oh no, duplicaron la cantidad, y cada uno traía pegada una nota, lo que escribían no era largo, eran más bien frases cortas que con el paso del tiempo formaron un tipo de poema.

Florence admiró el esfuerzo que hacían, defendiendo siempre la persistencia y paciencia sus intenciones claramente amorosas.

—Vamos, esos hombres te quieren, y si siguen así van a ganarte por cansancio —dice la muy maldita que de hermana, se transformó en enemiga.

—Tengo muchos traumas que superar, meterme con un hombre es difícil, imagínate con ocho, uno más pesado que el otro.

Ella sabe de lo que mis padres fueron capaces de hacer con tal de incrementar los números en sus cuentas bancarias. Los dos eran unos vividores hijos de puta que vendían a su propia hija como una prostituta, mostrando que la mercancía que compraban por una noche era más que indicada para saciar sus enfermos e insanos fetiches.

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⏰ Última actualización: Jun 23 ⏰

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