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Narumi supuso que las cosas iban por mal camino cuando desde el ventanal de los pasillos de la escuela vio a Suguru en el patio. Acompañado de Ieri y Gojo, el pelinegro estaba ligeramente apartado, con una expresión vacía, el cuerpo cansado, con un aura distante.

Aquello solo era los efectos a largo, o tal vez corto, plazo de lo sucedido con el plasma estelar meses atrás. La rubia presenció la expresión de Suguru ese fatídico día, se enteró días después, cuando este estuvo recuperado y dispuesto a hablar del asunto, cómo vio a Amanai morir frente a él, el cómo los humanos aplaudieron su muerte, y la imagen de Gojo cargando el cadaver de la adolescente la cual quedaría marcada en su memoria para siempre. Todo había sido en vano, arriesgaron tanto por algo, mejor dicho alguien, que realmente no lo valía. Pues lo humanos no hechiceros jamás serán conscientes de qué significaba lo sucedido aquel día.

Caminó lentamente a lo largo de aquel pasillo sin perder de vista al chico. En otra ocasión este se percataría de su presencia y le sonreiría dulcemente, hasta se acercaría a hablar con ella. Pero ya no sería así, por que las cosas habían cambiado, Suguru Geto habían cambiado.

—Suguru.—Llamó tras tocar la puerta del dormitorio del chico.—Suguru sé que estás ahí, por favor abre.

Tras sólo recibir silencio del otro lado Narumi apoyó la frente contra la puerta, rendida. Suspiró lo que se asemejaba más a un sollozo y cerró los ojos.

Fue sorprendida al casi caer de frente cuando la puerta se abrió. El pelinegro al otro lado la retuvo tomándola por los hombros.

Se miraron el uno al otro. Suguru vio a chica con una camiseta de tirantes ajustada y pantalones deportivos anchos, su ropa de entretiempo. Y Narumi vio lo que le pareció más el fantasma del que era su novio; la misma ropa negra ancha y la expresión apagada de los últimos días.

—Tienes que comer algo.—Musitó retomando la postura parándose frente a él.

Traía entre sus manos una bandeja con comida. El pelinegro la vió pero no dijo palabra alguna.

La rubió llevó sus ojos rubí hacía el suelo con incomodidad. Últimamente era lo único que sentía cuando hablaba con él, incomodidad, como si no hubieran compartido tantos momentos juntos, como si no tuvieran una relación por lo más íntima.

—Por favor di algo.—Casi suplicó sin levantar la vista y sosteniendo la bandeja con más firmeza. En su tono Suguru creyó escuchar impotencia.

—Vienes de entrenar.

Suspiró frustrada. No se refería a eso.

—No.—Se apresuró a contestar—Es complicado entrenar artes marciales en solitario.

Suguru quiso reír por el comentario, evidentemente pasivo agresivo, de la rubia.

Suguru Geto y Narumi Hagiwara se conocieron prácticamente para entrenar artes marciales juntos. Era la actividad que compartieron y los volvió tan cercanos los últimos años.

Al no saber qué más decir estuvo dispuesto a cerrarle la puerta en la cara a la chica, pero su acción se detuvo cuando la bandeja y vajilla se estrelló en el piso y Narumi detuvo la puerta con su mano izquierda, apoyando la derecha en el marco de esta.

—Ni se te ocurra cerrarme la puerta en la cara Geto Suguru—Su respiración era agitada, su corazón golpeaba fuerte contra su pecho.

Geto miró la vajilla rota y la comida regada en el suelo. Levantó la vista hacia la chica.

—Habla conmigo, di algo—Dijo con suplica ahora aferrándose a la camiseta del más alto.

Suguru la miró apretando los labios. Eran consiente del daño que le hacía, al verla ahí suplicándole con sus ojos rubí al borde del llanto era evidente. Y no quería, por que la amaba, pero no sabía qué más hacer.

Se limitó a sostener las manos de la chica, esta lo miró esperanzada por un segundo, pero pronto toda esperanza se derrumbó al verlo apartar sus manos de él y dar un paso hacia atrás.

—Todo estará bien.

Fue todo lo que dijo antes de cerrar la puerta.

Narumi estaba en completo shock. No dijo ni hizo nada por largos segundos. Sin percatarse en qué momento pesadas lágrimas empezaron a caer de sus ojos.

Se agachó en silencio a recoger lo que pudo de la comida y platos rotos que habían caído al suelo. En el proceso sus dedos sangraron por la cortada de la cerámica rota, pero no sintió el dolor físico ni se percató de esto, por dentro el corazón roto ya le pesaba demasiado.

Finalmente se puso de pie con la bandeja y caminó lejos de aquella puerta.

Al otro lado de esta Suguru no se había apartado en ningún momento. Permaneció sentado junto a la puerta, con el rostro escondido entre sus manos, oyendo los suaves sollozos de la chica al otro lado.

Evermore;Suguru GetoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora