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—¿A qué saben las maldiciones?—Preguntó la rubia.

Volteó a mirar Suguru, expectante a su respuesta.

—A mierda.—Respondió simple levantando encogiéndose de hombros.

Ambos estaban sentados en la pequeña galería de tatami fuera del Dojo que daba a uno de los jardines tradicionales del la escuela.

Charlaban mientras comían mandarinas y veían la noche caer. Hacía menos de una hora habían terminado otro entrenamiento.

—Me lo suponía.

Se llevó otro pedazo de mandarina a la boca sin dejar de mirar al
chico que se encontraba sentado a menos de un metro de ella.

Suguru, que miraba el paisaje, notó la mirada de Narumi sobre él. Volteó a verla, encontrándose su mirada café con la rojiza de la chica. Finalmente se dispuso a hablar.

—Tu y Gojo no se llevan bien.—Más que una pregunta era una afirmación.

Narimi rodó los ojos y rió.

—Creo que simplemente estamos fastidiados de la presencia del otro.—Aclaró.

Suguru asintió. Tomó otra mandarina y empezó a pelarla.

Aquel día cumplió un su primer mes de entrenamiento con la chica. Sin embargo, a Suguru todavía le costaba seguirle el ritmo.

A diferencia de otros entrenamientos donde quedaba hecho polvo, en este había aguantado un poco más, y de forma orgánica y sin mucho acuerdo previo, Narumi lo invitó a merendar mandarinas, una propuesta peculiar pero a la que el chico aceptó.

Sin darse cuenta había surgido una conversación casual sobre ellos y sus vidas, una más larga y profunda que otras breves y superficiales que habían tenido en los descansos de entrenamientos anteriores.

—¿Y dónde aprendiste tanto?—Finalmente preguntó—Y cómo. Digo, a penas tienes dieciséis y tienes la técnica de un deportista olímpico.

Narumi rió ante su comentario.

—Pues gracias Geto-San.—Esta le sonrió con dulzura. El chico desvió la mirada con las mejillas rojas—Y qué dónde aprendí...—Vaciló unos instantes antes de contestar.— Mmm, resumiendo, alguien cercano a mi familia era aficionado al Karate y Muay Tai, me enseñó lo básico, pero un tiempo después, por cosas de la vida, creí necesario el perfeccionarme.

Él asintió. Parecía ser una historia mucho más larga, pero de momento se conformó con esa respuesta.

—Además—Suguru volvió a concentrar su atención en ella al oírla nuevamente.—Mi técnica no es nada particularmente fuerte, tengo que compensar con algo.

Le guiñó el ojo y llevó su vista hacia el crepúsculo frente ellos. Suguru por su parte se quedó mirándola hipnotizado, sus palabras le sorprendieron al darse cuenta que ante él se abrió una faceta de Narumi mucho más íntima.

—Con tu técnica manejas el tiempo ¿no?

La rubia soltó una suave risa y dirigió nuevamente su mirada al chico.—Si pudiera manejar el tiempo todo sería por lejos diferente.— Dijo con añoranza.

Se acomodó quedando sentada con su cuerpo enfrentado a Suguru, este imitó su acción, y una vez enfrentados uno con el otro, él puso toda su atención en ella.

—Dicho sin mucha ciencia, si, se puede decir que controlo el
tiempo y el de mi rival¡Pero...!—La chica pretendía hablar seriamente mientras hacía gestos con su mano.—Tiene sus condiciones y limitaciones.

«Básicamente, puedo detener en el tiempo aquel con quién me enfrente, sin embargo para esto tengo que acumular un total de tres golpes de energía maldita.—Explicó levantando sus dedos contando hasta tres—Por eso refuerzo tanto la pelea cuerpo a cuerpo o con armas.—Suguru asintió.— En cuanto a expansión de dominio, podría pausar el tiempo a quinientos metros a la redonda. Pero eso consta de un proceso más complejo.

—Hasta ahora lo máximo que logré detener a un contrincante fue un minuto, pero esto supone un gran desgaste físico, y la expansión de dominio ni hablemos, hasta ahora solo lo logré una vez, pero fue fácil de romper y supuso un gran daño físico.—

Suguru miraba sorprendido a la chica tras su explicación. Según Satoru, y ahora también la mismísima Narumi, la técnica de esta era "débil" y simple. Pero sin duda tenía ante él a alguien de un potencial enorme y una fuerza indudable.

—Tengo admitir que estoy impresionado.—Habló finalmente el chico.

La chica se encogió de hombros restándole importancia.—Todavía me falta mejorar mucho.

La chica abrazó sus piernas contra su pecho y apoyó su mejilla en sus rodillas aún mirando al pelinegro.

—Pero eres segundo grando.—Argumentó este como una obviedad.

—Y tu especial.

Ambos se miraron y callaron unos segundos.

—Sólo lo soy por mi técnica, hay poco mérito de mi parte.

La chica rodó los ojos y sonrió rendida.

Estiró su mano hacia él. Suguru no entendió al principio, hasta que la chica hizo un sutil gesto con su mano y captó.

Estiró su mano hacia la de la chica, reposándola sobre esta.

Narumi sostuvo con delicadeza la mano del más joven, ya podía sentir las marcas y señales del gran esfuerzo y entrenamiento que llevaba las últimas semanas.

—Yo no soy más que un peon, Geto-san—Empezó a hablar con un tono ligeramente más serio, pero sin ser cortando o distante.—Y si toda mi formación es solo para enseñarte todo lo que sé para que seas un Alfin digno de usar su poder para proteger a los débiles, entonces lo haré.

Suguru, con el corazón golpeando violentamente en su pecho escuchaba cada palabra de la mujer.  La vio ahí, dispuesta y decidida.

Aquel fue uno de los tantos puntos de inflexión que la relación entre ambos tendría a lo largo de su tiempo en la escuela.

Los entrenamientos seguían, uno más duro que el otro, y Geto se entregó a ser el digno alumno de alguien con el talento de Narumi, y ella, a ser la mejor maestra que una promesa como Geto requería.

Suguru Geto le proporcionó a Narumi la oportunidad de sentir que era útil, que su técnica no lo era todo. Y para ella, una chica obligada a llevar su habilidad al límite, aquel rol que desempeñaba con Geto era confortante, casi como lo eran las tardes que pasaron juntos en el transcurso de  aquella agradable primavera y aquel caluroso verano



Años después, para las grandes figuras de la hechicería, poco se tendría en cuenta que Suguru Geto ra el único hijo de una simple familia de no hechiceros.

El azar funcionaba de una manera extraña en aquel mundo.

Por eso un año antes de su ingreso a preparatoria, Suguru Geto fue contactado por estos tipos raros, que le presentaron un mundo aún más raro. Y en un abrir y cerrar de ojos se encontraba despidiéndose de su familia para dar su vida por una causa tan noble como repentina.

Como el orden de las cosas dictaba, los no hechiceros tenían que estar lo menos involucrados, por no decir totalmente ajenos, al mundo de la hechicería. Pero al tratarse de su único hijo, La familia Geto era consciente, más no entendedora, de que su único hijo era un hechicero, pero hasta ahí.

Quizás nunca serían del todo conscientes del rol que su hijo ocupaba, de lo imprescindible que era, de su enorme poder. Mucho menos serian conscientes del peligro que las maldiciones suponían, o del peligro que consumirlas causaría en su pequeño y único hijo.

Evermore;Suguru GetoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora