El rey Ohm El-Amin Thitiwat estudió las fotos que tenía por encima de la mesa del despacho.
Medía casi dos metros, había heredado la estatura excepcional de su abuelo, y sobresalía en casi todas las reuniones. También había heredado las facciones perfectas, el pelo moreno y los ojos oscuros que habían hecho que su madre fuese una belleza reconocida en todo Oriente Próximo. Naturalmente, la prensa siempre hablaba con admiración de él, y eso lo abochornaba mucho.
– Todo un derroche de perfección – comentó con fervor Hakim, su asesor jefe. – Un reinado nuevo, una pareja nueva y, esperemos, una dinastía nueva. La fortuna sonreirá a Dharia.
Él no discrepó, aunque su empleado parecía algo menos entusiasta, pero la verdad era que Ohm siempre había sabido que su deber era casarse y tener un hijo. Desgraciadamente, no era una perspectiva que le hiciera mucha gracia. No en vano, ya se había casado antes, cuando era muy joven, y conocía los inconvenientes. Sería agobiante vivir con un cónyuge con el que podría no tener nada en común.
Se producirían muchos malentendidos y encontronazos de personalidad. Además, si no se producía un embarazo en un tiempo récord, el agobio, la insatisfacción y la infelicidad serían insoportables.
Efectivamente, el matrimonio atraía muy poco a Ohm. Lo más que podía esperar de una futura pareja era que tuviese el suficiente sentido común y práctico como para permitir que vivieran vidas separadas y en cierta paz, aunque no tenía muchas esperanzas, porque su esposa anterior se había pegado a él como una lapa. Tampoco era probable que fuese a olvidar el famoso y tormentoso matrimonio de sus padres. No obstante, también entendía y aceptaba que la estabilidad de su país dependía de que su pueblo lo viera como un modelo de hombre respetable.
La población de Dharia había sufrido mucho durante los últimos y convulsos años, y ya no anhelaba los cambios y la innovación porque todo el mundo, al buscar la paz, había recuperado las costumbres tradicionales.
El despilfarro de su padre y su empeño obstinado en imponer una forma de vida occidental en un país extremadamente tradicional habían llevado a un gobierno cada vez más tiránico que había colisionado inevitablemente con el ejército, que pasó a defender la constitución con el apoyo del pueblo. La historia de esa revolución popular se grabó en las ruinas del palacio del dictador, en la ciudad de Kashan, y en la inmediata restauración de la monarquía.
Casi toda la familia de Ohm había muerto en un atentado atroz con un coche bomba. Entonces, su tío lo había escondido en el desierto para mantenerlo a salvo. Solo tenía seis años y era un niño asustado que estaba más apegado a su niñera inglesa que a sus padres, a quienes veía muy de vez en cuando. Además, hasta su niñera se había esfumado en medio del tumulto que había seguido a la bomba y a la declaración del estado de excepción. Se había saqueado el palacio, los leales empleados se habían dispersado y la vida que había conocido él había cambiado hasta que se hizo irreconocible.
– Majestad, ¿puedo proponerle algo? – le preguntó Hakim.
Ohm llegó a pensar por un momento que su asesor iba a proponerle que metiera las fotos de posibles esposos en una bolsa y que eligiera al azar. Sería una elección aleatoria y muy poco respetuosa con los candidatos, pero estaba convencido de que ese método sería tan bueno como cualquier otro.
– Por favor ... – contestó él apretando los sensuales labios.
Hakim sonrió, abrió la carpeta que llevaba debajo del brazo y le mostró un dibujo muy detallado de una joya.
– Me he tomado la libertad de preguntarle al joyero real si podría reproducir la Esperanza de Dharia ...
Ohm lo miró fijamente y sin salir de su asombro.
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El dueño de su amor
FanfictionCuando el ingenuo Fluke Natouch aterrizó en Dharia, un reino del desierto, con un anillo que era su único lazo con su misterioso pasado, no podía imaginarse que iban a detenerlo y a dejarlo a los pies del imponente dirigente de ese país. El rey Ohm...