Capítulo 8

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— Estas haciéndolo muy bien – le felicitó Ohm siete semanas más tarde. – Tu postura ha mejorado mucho.

Fluke, con la naturalidad que daba la experiencia, se olvidaba de los mozos de cuadras y centinelas que se reunían alrededor del picadero del palacio.

Cuando Ohm le dijo que pensaba enseñarle a montar a caballo, él se rio con todas sus ganas porque jamás había practicado nada mínimamente parecido a un deporte. Desgraciadamente, él consideraba que era esencial saber montar a caballo y, acto seguido, lo subió a un monstruo de cuatro patas. El pánico se había adueñado de él, pero también habían empezado las lecciones. Ohm esperaba que hiciera todo lo posible para dominar sus debilidades. Además, no permitía ni las excusas ni las reincidencias.

Si Ohm conocía el significado de la expresión «luna de miel», estaba disimulándolo muy bien, se dijo a sí mismo mientras trotaba alrededor del picadero y su cuerpo se movía con naturalidad encima de la silla de montar, como Ohm le había enseñado que tenía que moverlo. Cuando él alegó como excusa que le daba miedo caerse, Ohm había conseguido un caballo mecánico en alguna parte, lo había instalado en el gimnasio del sótano, lo había rodeado de colchonetas y se había pasado dos días atroces enseñándole a caer de la manera menos dolorosa. No había necesitado que el doctor Wasem lo atendiera, pero sí se había hecho algunos moratones antes de que consiguiera aprender a encogerse con los brazos cubriéndole la cabeza para rodar y aminorar el impacto de la caída. Cuando el médico le insinuó a Ohm que aprender a montar a caballo podía ser peligroso para su esposo que debería concebir sus hijos, Ohm se había burlado.

– ¡Seguramente, eso no sucederá antes de un año!

Fluke se sintió liberado del miedo a que no dejaran de mirarlo con lupa para ver si podía quedarse embarazado. En realidad, se había preocupado innecesariamente. Al parecer, Ohm no tenía prisa por que su esposo se quedara embarazado ni esperaba que lo hiciera. Naturalmente, tampoco tomaban precauciones y él se imaginaba que las posibilidades de que se quedara embarazado aumentarían con el tiempo. Él no había tenido hijos de su primer matrimonio, pero cuando se lo había preguntado, se había limitado a reconocer que Ferah era estéril por motivos médicos.

Ohm lo levantó de la yegua y lo miró con un brillo de satisfacción en los ojos.

– Estoy muy orgulloso de ti – reconoció él con la voz ronca. – Has dominado el miedo.

– Voy a ducharme – replicó Fluke con una sonrisa.

El público había vuelto a sus quehaceres cuando él entró en el edificio que había detrás de los establos y que tenía unos vestuarios por todo lo alto.

Se habían quedado solo dos semanas en el castillo junto al mar, hasta que Ohm tuvo que asistir a una reunión importante de su consejo. Habían vuelto al palacio, donde Ohm podía supervisar la marcha de varios proyectos y, además, tomarse tiempo libre.

Fluke, sin embargo, conservaba recuerdos embriagadores del mar y el castillo. Habían ido de pícnic a la playa y se habían bañado porque los dos eran unos grandes nadadores. Habían charlado en la terraza hasta altas horas de la noche y habían retozado en la cama hasta al amanecer. Al llegar al final de la estancia en el palacio, ya se había reconocido a sí mismo que se había enamorado irremediablemente de su marido. Podía encandilarle solo con una sonrisa y seducirlo con el contacto más leve, pero el mayor de sus dones era que hacía que se sintiera maravillosamente contento.

Ohm había llegado a la cabina de la ducha antes que él. Se quedó atónito cuando lo vio; una figura esbelta y paralizantemente sexy vestido con un polo, unos ceñidos pantalones de montar y botas. Ohm cerró con pestillo la puerta en cuanto él apareció, se apoyó tranquilamente en la pared de piedra, le pasó la punta de un dedo por los labios y tomó aire.

El dueño de su amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora