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El aire dentro de la oficina era tan denso que podía cortarse con una navaja. Alastor, con la elegancia y altivez que lo caracterizaban, se limitó a sentarse erguido, con las piernas cruzadas, y no respondió a la guerra silenciosa de feromonas que la alfa a su lado estaba intentando incitar. Se preguntó cómo podían cambiar tanto las cosas de un momento a otro y por qué toda la sucesión de hechos a partir de que Lucifer llegó a su vida se dieron de forma tan intensa y calamitosa; era como atravesar una segunda adolescencia, febril e irrazonable. En retrospectiva, conocía poquísimo de Lucifer; nunca hubo tiempo para conversaciones triviales, como aprenderse el color favorito del otro, qué comidas le disgustaban, qué hacía exactamente para ganarse la vida o quién exactamente era su familia. La vida reclamó el final del juego mucho antes de que tuvieran siquiera una miserable primera cita. De pronto, el recuerdo de Charlie recostada en su pecho y el alfa usando sus hombros como almohada lo tomó por sorpresa. Decir que la sola imagen le causaba mariposas en la panza sería atenuante; Alastor tenía a todo el Edén dentro del vientre, a toda la creación del mundo agitándole las entrañas. "Qué iluso soy, lo nuestro no tiene ni pies ni cabeza y, sin embargo, acá estoy, agarrándolo de las manos con todas mis fuerzas", pensó.

La respiración irregular de Ángel lo despabiló y le hizo hervir la sangre. El pobre sonaba desecho; cualquier omega estaría afectado con la densidad del aroma a canela que no pretendía otra cosa más que someter. Es por eso que Alastor odia a los alfas, porque están diseñados para tomar y tomar y nada más. Porque se excusan de algo tan banal como un simple sorteo genético para jugar a ser dioses y reducir sus interacciones a cazador y cazado, presa y depredador. Todos los alfas son iguales, todos los alfas son crueles y todos los alfas tienen el hedor de la codicia imantada al cuerpo.

— Me sorprende para mal que la persona a la cabeza de un buffet de abogados tan renombrado no acate una ley tan básica. —Dijo el omega exagerando el tono de sorpresa, mientras caminaba hasta una de las ventanas y la abría para que el aire se purificara —¿Cómo era? ¡Ah, sí! "Queda prohibida la contaminación olfativa independiente del rango sin consentimiento en espacios cerrados."

Carmilla Morningstar le dedico una mirada aguda que Alastor supo sostener sin titubeos, también le sonrió con un semblante encantador mostrando los colmillos al tiempo que atenuaba sus feromonas.

—¿Los estaba incomodando con mi aroma? Me disculpo, mi rutina ocurrió hace un par de días y por ende aún sigo un poco volátil. —Ahora, con ojos llenos de fingida inocencia, se fijó en el estado deplorable de Ángel y continuó — Si conoce esa ley también debe saber que hay otra ley sobre post rutina que nos ampara en este tipo de situaciones, señor Alastor. Lamento profundamente si sus cuerpos reaccionaron a mi condición dominante, entiendo lo difícil que puede ser para un omega.

—Carmilla, te ruego que no nos desviemos del tema y puedas explicarnos el porqué de esta invasión a mi negocio con más detalle. —Interrumpió Niffty.

—Por supuesto, Niffty. Señores —Del bolsillo de su lujoso saco de Chanel sacó tres tarjetas de presentación que repartió a los presentes. —Me presento, mi nombre es Carmilla Morningstar y vengo en representación del señor Lucifer Morningstar, mi hermano.

Alastor apenas pudo contener la sonrisa que amenazó con escapársele de entre las comisuras. Esta engreída no tenía la mínima idea de que, si había algo que caracterizaba a Niffty mucho mejor que sus extraños fetiches, era su agudeza para los negocios y que ella ya había trazado un plan.

 Esta engreída no tenía la mínima idea de que, si había algo que caracterizaba a Niffty mucho mejor que sus extraños fetiches, era su agudeza para los negocios y que ella ya había trazado un plan

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