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Munay daba vueltas en su cama sin poder contener su enojo. Había repasado la tarde en su mente sin encontrar motivos para que Martin se hubiera comportado de ese modo. Ella no le había pedido que la llevara a su casa, no le había pedido que tocara su pierna, mucho menos que se acercara tanto. ¿Por qué era ella quien se sentía en falta? ¿Por qué no podía dejar de repasar esa escena en la que ella cerraba sus ojos y él  la dejaba en ridículo?

Sin querer volver a enfrentar su sonrisa superada, habìa apelado al ùnico motivo por el  cual su tía la dejaba ausentarse, y le había dicho que no se sentía bien, al fin y al cabo casi nunca faltaba al colegio, no estaba mal comenzar a utilizar algunas excusas en su último año, pensó para convencerse.

Pero al querer evitarlo, había pasado todo el día pensando en él. Cansada de darle vueltas a algo que no debía tener importancia decidiò tomar una ducha. Se tomó todo el tiempo que quiso y luego se puso sus pijamas más cómodos, esos enormes que escondían todo su cuerpo, se cepillo el cabello y no se molestó en recogerlo.

Entonces oyó unos golpes en la puerta de su habitación y abrió sin cuidado, la única que golpeaba era su tía y sin embargo esta vez, no estaba sola.

-Querida, vino tu compañero a dejarte la tarea, es un amor este chico.- dijo la mujer con lo más cercano a un tono dulce que una anciana de raíces germanas podía tener y Munay se llevó las manos a la boca intentando ocultar su sorpresa.

-¿Ya te sentís mejor?- le preguntó Martin, disfrutando de ese rosado en sus mejillas.

Había pasado toda la noche pensando en ella, ya no se molestaba en buscar explicaciones, estaba claro que era porque le gustaba. Sin embargo, se había estado castigando a sí mismo por no haber aprovechado el momento, por no haber hecho lo que deseaba, por haberse dejado atrapar por el temor y haberla hecho sentir mal.

Entonces había llegado al colegio con la intención de reparar su error y ella no había aparecido. Sin muchas opciones para averiguar el motivo de su ausencia, había tenido que acercarse hasta la dirección y con todos sus trucos había logrado que la secretaria le dijera que Munay estaba enferma.

Con la duda eterna de no saber si aquello era real, había pasado la tarde dándole vueltas al asunto y cuando el timbre anunció el final del día, en lugar de ir a su práctica de natación, había llegado hasta la puerta de su casa. El recuerdo de su auto estacionado sobre esa misma calle, con ella cerrando sus ojos esperando algo que él no le había podido dar, le dio valor para reparar su error y aprovechando su imagen de joven educado, de familia propera había convencido a la intimidante tía Frida de que lo dejara verla.

Ahora estaba allì, en el umbral de su habitacion, una que se morìa por conocer, con ella sonrojada enfundada en unos enormes pijamas que no hacìan màs que hacerla lucir real, con su cabello negro como la noche cayendo a los lados de su hermoso rostro y sus ojos enigmàticos queriendolo aniquilar.

-¿Podrìa pasar un momento, Señora Frida? Hay algo que me gustarìa explicarle, asì no se pierde en la explicación que dieron hoy los profesores.- dijo y la mujer miró a su sobrina con ojos de complicidad. Sabìa que aquello no era cierto, pero también sabìa que su adorada sobrina merecía algo más que una vida aburrida y responsable y en el fondo sabìa que llevaba los genes de su hermano en la sangre y solo por eso le correspondía un poco de aventura en su vida.

-Pasà querido, voy a prepararles algo para comer.- dijo la mujer abriendo más la puerta para darle paso.

Munay no podía creer lo que estaba ocurriendo y sin querer revelar sus nervios se tomó el cabello para enrollarlo en un rodete que se soltó en el instante en el que sus dedos lo liberaron.

Los colores del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora