01; EL MAR EN TUS OJOS

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EL MAR EN TUS OJOS

Alicent sentía que su cuerpo estaba en llamas, el dolor era insoportable, era peor que cuando dio a luz a Aegon. Sus gritos se escuchaban hasta los pasillos donde todos comenzaban a susurrar la posibilidad de perder a la reina durante el parto. La tormenta que azotaba la ciudad en ese momento no ayudaba para nada, solo servía para aumentar el miedo de la joven reina que suplicaba a los dioses que su bebé naciera con bien. Las lágrimas mojaban las mejillas de la joven que sollozó al ver los ojos cargados de tristeza de las parteras. Estaba aterrada, si su bebé no nacía ambos iban a morir, ¿pero y si su bebé moría al no salir a tiempo? Su corazón se apretó y así mismo apretó la manta con fuerza mientras pujaba. Necesitaba darle la oportunidad de vivir.

El parto estaba siendo tan complicado que el rey y la mano del rey fueron llevados a la habitación. Alicent podía verlos discutir con el maester, seguramente tratando de encontrar una solución a su dilema, pero solo había una. O dejaba que el bebé naciera, o ambos morirían. Un grito le desgarró la garganta y las parteras tuvieron que agarrarla cuando intentó sentarse. Tanto su esposo como su padre miraron en su dirección, ambos viéndose preocupados, pero ella los empujó al fondo de su mente. Otro gritó llenó la habitación y entonces lo sintió. Todo se detuvo y ella sollozó, lo había hecho, al fin. Un rayo iluminó el cielo afuera y ella miró hacía donde la partera sostenía a su bebé, entonces se dió cuenta que no podía escuchar el llanto del bebé.

¿Por qué no lloraba? ¿Qué estaba pasando? ¿Estaba bien? ¿Por qué no le dejaban verlo?

Quería hacer todas esas preguntas, pero su lengua se sentía pesada, incluso sus párpados estaban pesados. Su cabeza cayó sobre las almohadas y se sintió ligera, como si no pesara nada. Escuchó movimiento a su alrededor y entonces alguien la llamó, era su padre. Sus ojos fueron al rostro del hombre que la miraba con el entrecejo fruncido, pero la mujer acercándose con un bulto tomó toda su atención. Una sonrisa floja apareció en su rostro y entonces sintió el peso de su bebé en sus brazos. Ojos azules la miraron de regreso y ella lloró, una princesa, su princesa.

—Helaena—le susurró a la mujer que estaba inclinada sobre ella ayudándole a sostener a su hija.

—Un nombre hermoso, majestad—la mujer le sonrió y tomó a su hija, su Helaena, de sus brazos—. Tiene que descansar, majestad.

No quería descansar, quería seguir mirando sus hermosos ojos azules, pero estaba cansada. Sus ojos se cerraron, y en vez de encontrarse con oscuridad, se encontró con ojos tan azules como el mar.

La reina estuvo en cama por tres meses, meses en los que no se separaba de su dulce hija. Helaena acompañó a su madre durante todo su tiempo de reposo, siempre silenciosa, observando todo lo que podía con sus ojos llenos de mar. Alicent la despertaba con besos en las mejillas y sus manitas, siempre con delicadeza, solo ella la podía bañar y alimentar, solo ella podía vestirla y peinarla. La reina era celosa con su hija, ni siquiera el rey podía tenerla por mucho tiempo porque la madre pedía la presencia de su hija con urgencia. E incluso aunque la reina no fuese tan celosa, la propia niña solo quería estar a su lado.

Nadie lo sabía, pero aquella niña había llegado a ese mundo con una misión. Su misión era vengarse de todos los que le hicieron daño en su vida pasada. En esa pequeña princesa de ojos azules como el mar estaba la difunta reina Aemma.

Aemma comprendía que Alicent y Viserys se habían casado tras su muerte, comprendía que Alicent le había dado el hijo que él tanto deseaba, comprendía que Rhaenyra era la heredera y que ya no era amiga de Alicent. Sin embargo, en lugar de molestarle, eso solo le hizo sonreír porque era algo que podía utilizar para vengarse de Otto.

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⏰ Última actualización: Jun 21 ⏰

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ashes. (house of the dragon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora