A este punto, le parecía increíble que siempre le sucediera lo mismo. La desesperación lo hacía jadear y el cansancio le quemaba el pecho con cada respiración. El bolso que al principio era tan ligero por solo llevar un par de libros y un cambio de ropa ahora era tan pesado que, mierda, Eren odiaba encontrarse en esa situación una vez más.
Otra vez, estaba corriendo al gimnasio.
No lo malentiendan, su prisa no solo se debía a su problema con la impuntualidad —aunque le costara evadirla— o un gran gusto por el Rugby, que claramente disfrutaba. Lo que Eren tenía era algo más complicado: una horrible sensación en la que su cuerpo se tensaba y su mente daba vueltas a su próximo destino, generando picazón en los brazos y aislando sus sentidos.
Y es que últimamente las clases de su profesor Pixis parecían durar más de lo que deberían, y de una u otra forma siempre terminaba corriendo a toda prisa para no llegar tarde a sus entrenamientos semanales. Cada vez que esto pasaba, era Erwin quien se encargaba de darle sus razones para correr la próxima clase. A Eren le generaba esa sensación pensar en su futuro, puesto que Erwin era un líder muy estricto y en general, un hombre muy recto.
Y así, todavía falto de aire y sudando debido a todo el calor de ese día, Eren atravesó las puertas de ese gigante gimnasio y bajó la intensidad de su andar, volviéndose una especie de trote nervioso. No saludó a nadie, solo se apresuró olvidando el mundo que lo rodeaba. Lo único que lograba divisar hasta ese momento era el camino luminoso hasta las gradas de cemento que rodeaban la cancha, también lograba escuchar las voces de sus compañeros cruzando la cancha de un lado a otro. Se concentró en esa luz imaginaria, pero de la nada desapareció y se vio dándole la cara al suelo, alzando sus manos para evitar el mayor daño posible.
Cuando al fin su cuerpo abrazó la baldosa sucia, logró oír el quejido ajeno y la suave risa de su entrenador.
Mierda.
Le llegó el dolor en el hombro izquierdo, cualquier cosa con la que se hubiera chocado, era dura y carajo, dolía. Se tomó sus segundos para alzar la vista y lo vio. Un chico de pelo negro estaba sobándose las costillas en el suelo, su mirada mostraba claramente que, lo que fuera que sentía, no era lindo.
—¿Estás bien? —Eren se levantó con la agilidad que su cuerpo permitía, y al dar un paso para tenderle la mano al extraño, pisó algo suave que se rompió como una bolsa bajo la suela de su zapato.
Miró hacia abajo, y un líquido pastoso de un fuerte y brillante color dorado había salido disparado de un tubo de metal con tapa a presión. Quitó el pie, también pudo notar una especie de aceite caer de la boquilla. Parecía una mezcla mal hecha de alguna cosa extraña.
—Ten más maldito cuidado, imbécil —Por fin habló. Eren volvió a mirarlo, siendo invadido por un cosquilleo en sus manos que demandaba un poco golpear en la cara al contrario. Más no hizo nada, se quedó viendo como el otro levantaba más tubos como el que había aplastado y los ponía dentro de una caja donde, asumía, salieron al chocarse con él —Puta madre, ese maldito óleo salió más que la cuota anual de este lugar, fíjate por donde caminas —murmuraba mientras recolectaba todo —. Aparte, con la puta fuerza de gorila con la que chocaste el bastidor pudiste haberlo roto, ¿acaso tu mamá no te enseñó que no hay que correr por los pasillos?
—Fue un accidente —Se defiende, y trata de ayudar a recoger todo, pero cuando va a tomar uno de los óleos, el otro rápidamente lo quita de su camino y se levanta.
El cosquilleo aumentó de sobremanera, y también se sintió contagiado de toda la mala energía que aquel chico de pelo negro despedía de su presencia. Sin quererlo, se acercó en busca de amenazar la actitud del que todavía lo miraba con ese no sabía qué, rompiendo ese pequeño reloj que le ayudaba a mantener la calma.
Y, de la nada, notó la gran diferencia de altura.
Aquel chico le llegaba, con una gran suerte, al mentón, y de la nada le dieron crecientes ganas de reír. ¿De verdad un chico tan enano todavía era capaz de mantener una mirada tan desafiante ante él? Pero era muy diferente a algo que daba real gracia: sentía el fuego de un potente enojo llegar hasta su garganta, y dejar escapar una pequeña risa parecida a un quejido.
—Vamos, amigo, solo fue un error, yo te recompongo ese óleo —Erwin pasa la mano por el hombro del chico, pero él la aparta con indiferencia, y vuelve a dirigirle esa mirada a Eren, esa que le hace desear borrarla de forma agresiva.— Jaeger, ve a la cancha. Ahora. Yo arreglo esto — El rostro tan indescifrable de Erwin era algo que con dificultad veía, y Eren había olvidado ese escalofrío que recorría su espina dorsal con solo sentirla.
Sentía una extraña impotencia que rompía su garganta al ahogar un grito, y lo primero que pensó en decir fue "No es justo". Apretó los puños y, cuando estaba a un respiro de soltar su muy respetable opinión, notó como el más bajo se acomodaba todas sus cosas en sus brazos y daba pasos dirigidos a la salida del establecimiento.
—Ni te molestes, Erwin —se fue sin dar espacio a una respuesta.
Eren logró oír un «Maldito imbécil» mientras se alejaba, pero se quedó ahí, quieto. Trataba de averiguar que demonios había sido esa secuencia de acontecimientos duros y repentinos, aún cuando el sabor amargo y la voluntad de correr a golpear al otro chico todavía picaba sobre sus pies y sus nudillos.
Una fiera curiosidad daba paso entre sus pensamientos, y buscaba de alguna forma impulsar un lado primitivo, que trataba de averiguar por qué esa persona lo trató como lo hizo. Se imaginaba no solo gritando, sino que también haciendo justicia física sobre cualquier cosa que se interpusiera, porque todo estaba repleto de esos ojos llenos de ese no sé qué, y sus nervios dejaban correr desde sus pies hasta sus manos un impulso tan descontrolado como carente de sentido.
Y Eren no sabía que era.
Aunque, como si se tratara de un mal chiste, nunca sabía.
—No te preocupes, Eren —La voz de su entrenador lo sacó de su ensimismamiento, y al verlo su cabeza proyectó esos ojos —. No es nada personal, él suele ser así, discúlpalo por mí —rio nervioso—. Ve a cambiarte y empezaremos el entrenamiento, porque de nuevo llegas tarde —intentó aligerar el ambiente, y pasó su mano por su hombro como lo había hecho con el otro chico.
Eren no hizo nada, solo sonrío de mala gana y se apresuró a los vestidores. Pero el pecho presionaba ante la idea de haber querido espetar algo sobre la mano que tocó su hombro, porque una corriente eléctrica gritó que no deseaba ser tocado, pero no hizo nada.
No era la primera vez que Eren se encontraba con alguien que le resultaba poco agradable a la vista, pero hace mucho no se encontraba evadiendo el contacto físico, y más quererlo cuando se trata de un impulso con intención de daño. Pero lo había ignorado, y había comenzado a reflexionar sobre la situación camino a los vestidores.
Al mirar el espejo que conformaba parte una gran pared en los vestidores, pudo por fin verse a sí mismo: desarreglado y con la cara algo roja debido a la carrera que había dado, y logró divisar un leve tic en su dedo índice. Logró notar el fuego que crecía dentro de sus ojos. Desaprobó su propia forma de reaccionar ante todo ello con un leve movimiento de cabeza, y al darse la vuelta pellizcó sus brazos en un deseo ansioso de reprimir aquellos pensamientos negativos, quizá también parar ese cosquilleo que lo invadía violentamente.
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DE GRANO EN GRANO | °Ereri°
FanfictionPara Eren Jaeger, quien cree firmemente tener la vida casi resuelta, el único problema que tiene es que no sabe como darle palabras específicas a lo que siente, y nadie le entiende completamente cuando trata de describirlo. Levi Ackerman, quien trat...