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Al finalizar mi enervante período de prueba en ese odioso lugar, estaba más que decidido a cambiar de trabajo, sobre todo para huir de JongDae, el eterno torturador que siempre me perseguía. Pero sin apenas darme cuenta, acabé aceptando un puesto permanente en el Hospital General de Massachusetts.

Tal vez fue por lo triste que se puso el pequeño Jeremy al saber que yo podía llegar a abandonarlo, o porque el empleo de mi padre se prolongó en Boston por un tiempo indefinido. Pero lo que definitivamente no podía ser un motivo para que tomase esa nefasta decisión era el no ver más a ese médico, que, a pesar de no dejar de amargarme la vida con montañas de trabajo, comenzaba a admirar.

En serio. No podía ser tan estúpido como para volver a enamorarme del mismo hombre, y más aun conociendo ahora cada uno de sus terribles defectos. Pero, al parecer, tener un elevado cociente intelectual no la libra a una de convertirse en un estúpido redomado en cuestiones de amor.

Al aceptar ese puesto que me habían ofrecido, todos mis compañeros de trabajo, que hasta ese instante no me habían prestado mucha atención a no ser que fuera para mandarme hacer alguna de las tareas de las que siempre se escaqueaban, decidieron repentinamente organizarme una fiesta de bienvenida. Algo que vi más como una excusa para festejar que como una forma de demostrarme su aprecio. Por supuesto, ninguna de las mujeres de la sección de enfermería pediátrica osó olvidarse de invitar al médico más popular de todos y, así, para mi desgracia, JongDae Park también asistió.

Lo que en un principio debería haber sido un alegre acontecimiento para disfrutar de la bebida y la comida de un agradable restaurante cercano a nuestro trabajo, donde indudablemente yo debía ser la persona agasajada, se convirtió muy pronto en una dura competencia acerca de cuál de las mujeres que asistían al evento llamaría más la atención de JongDae.

Como yo ya tenía muy bien aprendida la lección desde mis años de instituto, me

alejé hacia un apartado rincón abasteciéndome de toda la comida y la bebida que necesitaría hasta que estuviera saciado y pudiera marcharme de esa fiesta sin que ello supusiera un insulto hacia mis compañeros. Para mi desdicha, la maliciosa mirada de ese hombre no dejó de seguirme, a pesar de estar rodeado de mujeres, algunas de las cuales definitivamente eran mucho más bonitas que yo.

Muy pronto, debido a los ánimos un tanto exaltados, no tardé en ver cómo mis compañeros de trabajo, médicos y enfermeras, volvían a repetir estupideces propias de la adolescencia, como jugar a esos necios juegos de «beso, atrevimiento o verdad». Incluso algún que otro anciano y respetado médico volvió a su infancia cuando comenzó a entonar canciones de viejos anuncios y a intentar enseñarnos una parte de su anatomía que ninguno teníamos el menor interés en contemplar.

Yo me negué a participar en esos estúpidos trucos disfrazados de juegos para saber más de la vida de JongDae. Con lo que sabía de él ya me bastaba y me sobraba para desear mantenerme lo más apartado posible de ese hombre durante el resto de mi vida, así que me limité a pedir un taxi para el anciano doctor Durban y volví para despedirme de todos mostrando una gran educación al haberme quedado en una fiesta donde realmente no me necesitaban.

No sé ni para qué me molesté en tratar de ser amable, ya que, cuando volví a adentrarme en el local, nadie se percató de mi presencia. Hasta que el endemoniado de JongDae Park, cómo no, fastidió mi vida una vez más con sus maliciosos actos.

—¿Que cuál es mi tipo de mujer? —preguntaba JongDae alegremente en ese instante, repitiendo una de las preguntas que le había formulado una de las acosadoras que lo rodeaban. Luego, simplemente me dirigió una de esas falsas y bonitas sonrisas que tan bien quedaban en su rostro y, para mi infortunio, ésta fue más amplia que ninguna otra —. Pues un doncel como MinSeok, por supuesto.

MPC_ChenMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora