La tormenta XXIV

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Sus oídos pitaban con necesidad de escuchar lo que había a su alrededor, quería despertarse pero no podía abrir los ojos, tal como si una manada de elefantes la hubiesen pisoteado, pero no recordaba lo que había sucedido.

Lo último que recordaba era estar jugando en la nieve, tal vez con sus padres, quizá se habría resbalado con la nieve y se golpeó la cabeza, o se había estrellado, de nuevo, con la bicicleta del señor Edward, no recordaba.

Pero estaba aturdida.

La sangre corría con furia por sus venas, acumulándose en sus oídos, tenía necesidad de toser, de escupir, sentía bilis acumulada en su garganta, en cuabulos.

Quizá había comido, de nuevo, demaciados dulces, tuvo un ascenso de azúcar y se desmayó, le provocó una indigestión estomacal y estaba ahí, intentando vomitar los restos de azúcar de más en su cuerpo.

No recordaba que estaba sucediendo.

Sus ojos se abrieron de forma suave, enfocando su alrededor. Cama amplia, cortinas verdes de una tela fina, bailando con el aire que le pegaba en el rostro. Había alguien a su lado, observandola de forma desesperada.

Un chico pálido como la nieve, de ojos grises como una tormenta, gris metálico y cabellos plata y facciones finas. Le recordaba a los cuadros que le enseñaba su padre cuando era pequeña, de la época renacentista.

-¿Mamá? -Susurró confundida, estaba entrando en pánico -¿Dónde estoy? ¿Quien eres tú? ¿Dónde está mi mamá?

Y entonces, los recuerdos le vinieron de forma abrupta a su mente, no había recordado lo sucedido después de los once años. Los recuerdos le pegaban en el rostro cómo puño limpio.

Gritaba de dolor mientras los recuerdos se anifestaban en su cerebro, escuchando ecos, despavorida. dos brazos la sujetaban con fuerza, sabía que estaba hablando, pero ella no podía entender, solo veía sus labios moverse.

Ahora lo recordaba, Draco Malfoy.

De pronto las ganas de vomitar volvieron, expulsando a un lado de la cama los desechos. Draco le sujetó el cabello y le acarició la espalda. Sentía el murmullo de sus palabras, pero no entendía que decía, creía que eran palabras de aliento.

Sus ojos volvieron a estar cerrados cuando expulsaba los cuabulos, soltando lágrimas y arcadas que le prohibían dejar de vomitar.

-Está bien, Granger -Susurró Draco, acariciando su espalda -Estoy aquí.

Después de medio minuto, que a ella le pareció una hora, sus arcadas se detuvieron, cuando abrió sus ojos, quiso gritar ante la escena, más sus amígdalas estaban inflamadas y sus cuerdas vocales no respondían.

Bajo ella, había un charco de bilis, sangre y cuabulos.

-Está bien, no te preocupes -Susurró Draco apollando en su cabello -Snape.

Con un movimiento de su varita, Draco limpió el desastre en el suelo, llamando a snape una y otra vez con voz calmada.

-Draco -Susurró el profesor, aburrido -Son las tres de la mañana.

-¿Ya pasó fin de año?

-Si, pero está bien -Susurró él, después se dirigió a él profesor de nuevo -Dile a McGonagall que venga.

-Minerva a esta hora está en su habitación, no puedo buscarla.

-Entonces le enviaré un patronus -Susurró ella buscando su varita.

-No, Granger, yo lo convoco.

-Veré si de casualidad Minerva está en su oficina.

El profesor desapareció del cuadro y él observó a la débil chica.

Finis MaledictionisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora