💚Drabble

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A

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A.U. Era Moderna

"¡Por favor sal conmigo!"

Era una mañana cotidiana. Los alumnos ingresaban a la hora indicada. El viento mañanero lograba despertar a algunos estudiantes; muchos ya se formaban en sus típicos grupos de amistad, quejándose además del tedioso horario.

Muy cerca de la entrada se encontraba Sanemi Shinazugawa, el popular albino, estudiante conflictivo con excelentes calificaciones y un cerebrito en matemáticas, aunque ahora se encontraba en plena crisis nerviosa.

—No puedo, no puedo, no puedo... —se repetía el albino con los nervios de punta de manera casi inentendible.

—¡Deja de ser un cobarde! Y ve a pedirle una cita. —regañó su mejor amigo, Masachika, ya harto de la primera fase del enamoramiento.

—¡Ni siquiera logro formar una frase coherente cuando estoy cerca de él!... Soy patético.

—Para qué te digo que no, si sí.

Sanemi estaba a punto de reclamar hasta que se vio interrumpido por una peculiar risa. Era él: Inosuke Hashibira, el chico que lo tenía así de estúpido, según Masachika.

Sus cabellos azabaches danzaban con el viento y sus ojos esmeralda resplandecían con los primeros rayos del sol. Sin duda alguna, lo que más le gustaba era su sonrisa. Sanemi soltó un suspiro enamorado y, a los tres segundos, de manera discreta pero rápida, se adentró en la escuela. Esquivó ágilmente a todo aquel que trataba de hablarle hasta que llegó a su salón y asiento correspondiente.

—Eres un idiota, lo sabes, ¿verdad? —dijo sarcásticamente Masachika una vez llegó al salón y alcanzó a Sanemi.

—Solo dame tiempo, ya sabré qué decir.

Masachika suspiró resignado. Las clases no tardaron en empezar, siendo estas muy exhaustivas, al menos para algunos. En clase de historia, Masachika le dio al albino una pequeña nota de papel:

"¿Y si le hablaras?" decía. "Más al rato", escribió Sanemi, respondiendo en la misma nota.

Las clases acabaron y finalmente llegó el descanso. Varios de los compañeros no tardaron en salir disparados hacia la cafetería. Sanemi, por su parte, se tomó su tiempo con la excusa de que tal vez su santa madre le dio un almuerzo —claro que era mentira—. Al llegar a la cafetería, Masachika y Sanemi compraron sus alimentos. El pelinegro sonrió al encontrar con la mirada al amado de su amigo.

—Mira, ahí está —susurró Masachika, alertando a Sanemi, quien no tardó mucho en encontrarlo igualmente—. Es tu oportunidad, ve.

—¡Sí! Eso haré —con pasos temblorosos trató de acercarse a Inosuke. Y trató, porque a los cuatro pasos empezó a alejarse y caminar hacia el lado opuesto—. Mejor más tarde, está con sus amigos.

Masachika suspiró y empezó a seguir al albino.

El descanso terminó y siguieron las demás clases. Lamentablemente, para el pobre Masachika eran interminables; tenía que poner atención por dos, ya que su mejor amigo estaba en medio de una reflexión filosófica. ¡No tenía nada en su cuaderno! Además, no paraba de soltar suspiros como el buen enamorado que era. Tenía suerte de que la maestra de biología ya fuera de avanzada edad, si no, gran problema en el que estaría.

Llegaron al final del día, con el atardecer en el horizonte coloreando de tonos cálidos el cielo. Ambos chicos se habían quedado un poco más después de la hora de salida. Al parecer, los ánimos de Sanemi estaban por los suelos. Al caminar por los pasillos, el eco de sus pasos era el constante recordatorio del tedioso día que tuvo, además del próximo sermón por la hora de llegada a su casa.

—Ay, Sanemi... —llamó Masachika—. Tú sí que te pareces a nuestras compañeras enamoradas. ¡Debes ser más valiente! Santo cielo.

—¡Ya lo sé! Pero, nunca había vuelto a sentir toda esta sensación, no desde lo de Kanae.

—Eso lo entiendo, pero... —se calló abruptamente.

Sanemi, confundido, intentó mirarlo, pero apenas logró procesar el gran empujón que le dio. Habría explotado si no hubiera chocado también con cierto chico de mirada esmeralda y cabellos oscuros.

—Ay, mi cabeza... —se quejó el chico.

Sanemi se levantó rápidamente y ayudó al contrario a levantarse.

—Lo siento mucho, mi... —trató de buscar a Masachika, pero este ya se encontraba muy alejado, casi en la salida del edificio. Solo giró unos segundos, dándole suerte a Sanemi con el pulgar arriba.

—Sí, tranquilo, no es la peor cosa que me han hecho. —Sin duda no sonaba de muy buen humor; aun así, se estiró un poco y tronó algunas extremidades de su cuerpo.

—¿No estás herido?

—Para nada, soy muy resistente —sonrió ampliamente, sin duda dejando muy enamorado al albino.

—Es un alivio...

—Sí, bueno, creo que será mejor irme. Nos vemos... —canturreó, curioso del nombre del contrario.

—¡Sanemi Shinazugawa! —contestó inmediatamente.

—Mucho gusto, Selene. Me llamo Inosuke Hashibira. ¡El gran rey del equipo de baloncesto!

Sanemi sonrió ante la divertida pose de Inosuke, ignorando la mala pronunciación de su nombre. Era su oportunidad, era ahora o nunca. El chico de cabello oscuro estaba a punto de irse, dejando a Sanemi con las palabras en el aire, hasta que un gran impulso de valentía nació en el albino.

—¿¡Quieres salir conmigo!?

—¿Cómo...? —lo miró sorprendido.

—Bueno... ¿Te gustaría pasar una tarde conmigo? Para compensar este accidente.

—Oh, no es necesario. No me pasó nada, lo juro.

—No, en serio, no me gustaría dejarte así, pensando en que te lastimé. Por favor... Sal conmigo. —La última frase salió casi como súplica, acentuando la voz grave del mayor, además de tener un pequeño rubor en sus mejillas.

Eso hizo erizar a Inosuke.

—Pues ya que... ¿Estaría bien mañana después de clases?

—¡Sí, por supuesto! —carraspeó—. Te esperaré en la salida.

—Sí, claro. Nos vemos.

El azabache se despidió con una gran sonrisa. ¡Al fin lo había logrado! Ahora ya podía respirar con normalidad. Sanemi no ocultó su felicidad y sonrió ampliamente mientras caminaba gustoso hasta la salida, finalmente yendo a casa.

Esperaba ansioso el día de mañana. ¡Tú puedes, Sanemi!

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