39. La liberación de la apatía.

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CAPÍTULO XXXIX:
La liberación de la apatía.


Fennella.

Un niño temeroso esperaba antes de ser coronado a los pies del trono de su padre.

El viejo Aeto Sinester luchó contra sus achaques e incluso fue sin bastón, para mostrarse entero y dar una imagen de poder frente a las trescientas personas convocadas para la coronación del príncipe Lysander Sinester.

A un lado, portando el uniforme negro del ejército, más parecido a un verdugo que a un primogénito real, se erguía el primer comandante Raelar Sinester.

Ciro Varratrás ya había partido en su caravana, días atrás, dejando la promesa de una Valtaria próspera y bien unida a la corona, pero no estuvo ahí para presenciar la coronación del nuevo heredero.

El lugar elegido fue el templo antiguo de Rella, de paredes huecas y pulidas de piedra negra, con columnas sosteniendo un inmenso techo abovedado.

En el centro, reposaba el alto trono de obsidiana tallado de los Sinester y los dos dragones negros que acechaban el trono, o lo protegían.

Sus escamas brillaban con la luz ámbar de las antorchas.

──Ante ustedes, el heredero del principado de Valtaria Lysander Sinester.

Observé a Mirra y a Petra, ambas permanecieron calladas, la última con una expresión de especial tranquila arrogancia.

──Creí que estaban en contra del Cuervo, no que buscaban tratos con él.

──Buscamos lo mejor para Valtaria ──zanjó madame Petra.

──¿Dónde está Aella?

Mirra evitó mirarme.

──Ese no es tu asunto, Fennella.

──Alejan a un niño de su madre y someten a un pueblo que estaba luchando por su libertad.

──No hay libertad en la miseria, nuestra lealtad está con el bien de Valtaria.

──El bien ──La detuve──. El bien que te vuelve verdugo de tus enemigos, el bien que te hace tranzar con mercenarios y asesinos.

──Fennella, detente ahora mismo ──me detuvo Petra.

Saqué la daga que tenía guardada en mi escote, la misma que ella me dió cuando me encomendó esa tarea.

Los murmullos ya se habían levantado mientras los presentes comenzaban a dispersarse, el heredero salió escoltado por cuatro guardias.

──Me dijiste que debía escoger un bando, que no hay zona neutral en una guerra ──le advertí──. Tenías razón, y ya he escogido el mío.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora