38. Corona de camelias.

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CAPÍTULO XXXVIII:
Corona de camelias.


Agar.

Siempre había sospechado que Ciro se balanceaba, cada vez más inclinado, hacia la locura.

Esa noche podría concluir la suma de mis sospechas.

Él había dado todo un banquete, engalanando los salones de Valtaria y puesto toda la pompa que le hacía homenaje.

Mañana saldríamos en una caravana, debería estar preparándose para el inminente enfrentamiento, en lugar de eso, reposaba entre los cuidados de una cortesana.

La orquesta de violines marcaba la sinfonía de la decadencia de la nobleza, que con justo gusto seguían la algarabía caprichosa de su saerev.

Muselina y terciopelo relucían bajo las doscientas luces del gran candelabro de araña que iluminaba el salón.

Me dirigí hasta el diván violeta donde reposaba su majestad mientras una joven de cabello oscuro lo colmaba de atenciones.

Ella besó su cuello pálido antes de que él captara mi mirada.

Irrumpí en la escena, coloqué las manos sobre mis faldas, muy correcta y educada, pero marcando constancia en mi mirada de que dejaría de serlo si no me seguía.

Él se relamió los labios húmedos, hizo a la mujer a un lado antes de ponerse de pie.

──Parece que el deber me llama.

Los nobles parecieron ofendidos con mi interrupción, pero nada podían hacer para entrometerse.
Quizás para contentarse podrían encontrar algo más útil en lugar de seguir desperdiciando los últimos recursos de un pueblo al que se le avecinaba un invierno crudo.

Ciro colocó una corona de camelias, que antes había estado decorando la cabeza de su atenta amante, sobre la mía.

──¿Por qué no festejas la aparición del príncipe, mi linda tala? ¿No te da gusto volver a los valores tradicionales, justos y honorables de la monarquía?

Debajo de su actitud indiferente, noté los profundos surcos bajo sus ojos.

──Estás desquiciado.

──Y solo por eso soy un perfecto emperador.

Cazó una copa de vino de la bandeja de un sirviente desprevenido, la vacié en la tierra de una maceta.

Eso dibujó una sonrisa socarrona en sus labios.

──¿Algún ritual tuyo de agradecimiento a la tierra?

──Estás perdiendo el eje.

Pero él sonrió, un destello de algo atravesó sus ojos, se acercó hasta que pude aspirar el aroma amaderado de su colonia, noté que nadie nos estaba prestando especial atención, pero él no podía dar esa clase de espectáculo lamentable.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora