41. La profecía del viento.

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CAPÍTULO XLI:
La profecía del viento.


Kalena.

Cuando desperté ya estábamos en la vía de Arelya, era consciente de los vaivenes del carromato, Nívea no estaba a mi lado, pero podía sentirla, corriendo libre a través de los bosques, pisando la tierra húmeda por el rocío, aspirando el olor a pino y arrayán cítrico de las hojas.

La neblina danzaba tímida a su alrededor, acariciaba las raíces hundidas de los árboles.

Me senté en la cama para observar a los pies un vestido de color negro intenso, el azabache del imperio, del poder y la elegancia.

Estaba claro que Ciro no me daría la tranquilidad del luto.

Me tomé el tiempo en asearme, aun con el agua helada, luego me coloqué el vestido junto con el pelisse de terciopelo y brocados dorados.

Rompí las faldas que llegaban a verse al frente.

Cuando nos detuvimos, bajé del carromato con pasos lentos, pasé sin detener mi vista en nadie y nadie la detuvo en mí, aunque podía notar cómo me abrían paso y rehuían como un alma en pena.

Un soldado no tardó en acercarse a mí para escoltarme nuevamente a mi carromato, me dejé llevar sin poner resistencia.

──Dile al saerev que exijo su presencia, ahora.

Ciro tardó solo un momento más en entrar, no me dejé conmover por su falso alivio, su mirada me repasó para detenerse un buen tiempo en mis vestiduras rasgadas.

──Llegaremos al asentamiento de los Terran por la noche, no puedes llevar luto.

──Eres un miserable ──corté cualquier cosa que él creyera que tuviera derecho a decirme──. Te desprecio y lo único que me detiene de no pensar en acabar con tu vida es que sé que eso daría fin a la mía y no lo mereces, saber que me terminaste, quiero que vivas, una vida larga y miserable atormentado por la culpa.

──Yo no fui quien lo mató ──objetó.

Como si el hecho de que su mano no blandiera el arma tuviera algún peso.

──Tú nunca eres el culpable, Ciro, siempre eres obligado a hacer cosas horribles, siempre el pobre villano.

──Estás dolida y angustiada, malos consejeros para la razón ──sentenció dando un paso hacia mí──. Cuando la recuperes, elegirás lo mejor convenga.

──Tú lo eres, lo que mejor conviene, ¿verdad? El demonio que necesitamos.

──Nunca quise que esto fuera así, si no te hubieras ido con ese bastardo…

──¿Entonces qué? ──corté su perorata──. Tendrías todo más fácil.

──Te elegí a ti, ¿entiendes? Siempre…

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora