En el vasto y majestuoso reino de New Castle, la vida de la princesa Chiara estaba destinada a la opulencia y la obligación característica del futuro del título. Tras la muerte de su hermano Joe, era la joya del reino, el foco de todas las miradas, la futura heredera, o la que contraería matrimonio con el futuro rey. Su madre, la reina Emma, se empeñaba en pulir dicho diamante para atraer al mejor postor, y aquello era de suma importancia, pues la primogénita en este caso no podría reinar debido a su condición de género.
Esa misma mañana, en los salones del palacio se había organizado una serie interminable de banquetes, bailes y recepciones, todo con el único propósito de encontrarle a Chiara un futuro marido digno de su estirpe, digno de ser el rey de aquel reino. Todos los pertenecientes de títulos y tierras habían acudido a aquella caza de la corona. Y todo el mundo estaba entusiasmado, y ansioso por saber quién robaría el corazón de la joven. Todos excepto la susodicha.
—¡CHIARA OLIVER WILLIAMS! —La chica soltó un gran suspiro al escuchar su nombre completo. La puerta se abrió, y tras ella, la mujer más aclamada de todo el reino se dejó ver. —¿¡Todavía estás así!? ¡Deberías estar abajo en cinco minutos!
—Tampoco es necesario gritar, madre. —Dijo sin más.
—Quiero verte lista en menos de tres minutos. Enseguida entrara Almudena para acomodarte el traje y el peinado.
Chiara miró a su madre con resignación. La presión constante y las expectativas interminables la tenían al borde del agotamiento. Aunque comprendía el deseo de su madre de asegurar el futuro del reino, anhelaba un respiro, un momento de paz lejos del implacable escrutinio. Un minuto en el que pudiese dejar de ser princesa, aunque sabía que aquello solo se podría cumplir en sus sueños.
Almudena, la doncella de confianza, entró apresuradamente en la habitación con un vestido deslumbrante y una caja de joyas. Sin perder un segundo, comenzó a peinar el cabello oscuro de Chiara y a ajustarle el vestido.
—No entiendo por qué tengo que pasar por todo esto. —Susurró Chiara mientras la doncella la arreglaba. —Todos estos hombres sólo ven una corona, un reino, no a mí. Es que ni siquiera les conozco.
—Lo sé, mi alteza. —respondió Denna suavemente. —Pero su madre tiene grandes planes para usted.
—Grandes planes que nunca me consultan.— Murmuró la princesa.
Desde que se acercaba su mayoría de edad, la Corte entera había entrado en histeria preguntándose por quién será el futuro rey de New Castle. La urgencia de encontrar un heredero digno se percibía por todos los rincones de palacio. Y aquello solo provocaba que el deseo de huir corriendo aumentase en la princesa.
A ella nunca le había interesado la vida de la alta nobleza, a pesar de haber nacido de pleno en ella. Solía mirar por la ventana y soñar con una vida normal, con planes normales y amigos que no fueran sus sirvientas o mozos de cuadra. Envidiaba esa parte de la vida de Denna, cuando le hablaba del pueblo y del famoso mercado al cual solo podía ir si iba acompañada por dos mayordomos.
Chiara suspiró pensando en su sentenciada vida mientras la doncella terminaba de ajustar su atuendo. Las telas suntuosas y las joyas relucientes le recordaban el peso de su posición, una que no había elegido pero que estaba obligada a cumplir. Pronto, estaba lista para enfrentarse a otro de sus peores días, en los que debía fingir un muy necesario paripé y aguantar como hombres desconocidos y mucho mayores que ella la cortejaban.
Bajaron juntas por las escaleras principales del palacio, donde los sirvientes y cortesanos se alineaban para recibir a los invitados. El salón principal estaba adornado con luces centelleantes y arreglos florales exquisitos, creando un ambiente de esplendor y extravagancia. Chiara saludó a cada invitado con gracia y cortesía, escondiendo sus verdaderos sentimientos detrás de una máscara de dignidad real.