La princesa respiró hondo antes de llamar a la puerta. Había pasado demasiado tiempo sin que pudiese ver a Violeta, y la última vez que lo hizo casi muere por su culpa, o eso pensaba ella. Se culpaba cada día y cada noche de que en su último encuentro hubiese caído del caballo. Deseaba haber sido ella, y haber muerto. Así no tendría que lidiar con la culpa, ni con la boda, ni con nada.
Aunque ahora todo estaba punto de cambiar. Rezaba porque así fuera. Llamó tres veces a la puerta. Tres golpes secos en la madera. En apenas diez segundos, la puerta se abrió.
—Princesa Chiara. —La pequeña tragó saliva.
—Señora Hódar... —Titubeó. —Hola... Yo... Lo siento por... —Una tierna sonrisa se dibujo en el rostro de la mujer.
—Pasa cariño. —La interrumpió, dejándole pasar. —¿Quieres tomar algo?
—No, no... Gracias.
—Violeta está en su cuarto. —Cerró la puerta tras ella. —Estaba dormida hace un rato, puedes entrar si quieres.
—Vale. —La madre de la campesina asintió.
—Pues ya sabes donde es.
La pelinegra se dirigió a la habitación, y se tomó unos minutos antes de entrar. Sabía que tampoco tenía demasiados, pero necesitaba prepararse para lo que podía encontrarse. A una Violeta enfadada, decepcionada, herida. No podía evitar ponerse en lo peor. Llamó con tres golpes, y cuando escuchó su voz —sin entender demasiado bien qué decía—, abrió la puerta.
Sus ojos pronto se encontraron con los de la campesina. Yacía en su cama con el pie en alto y algo de hielo sobre él. En la cabeza también tenía un vendaje que tapaba parte de su frente y su cabello pelirrojo. Su rostro se veía cansado y algo pálido, pero según la princesa, estaba preciosa.
—Kiki. —La voz de la campesina hizo que Chiara volviese a la realidad.
—Hola. —Contestó sin acercarse demasiado. —¿Cómo estás?
Violeta sonrió al escucharla. Hacía demasiado tiempo que no lo hacía. Las dos cosas, sonreír y escucharla. —Ahora que te veo mucho mejor. —La pelinegra se sonrojo levemente y negó sonriendo.
—Siento mucho que pasara aquello... —Comenzó a disculparse, cesando su sonrisa y notando como las lágrimas se formaban en sus ojos. Violeta frunció el ceño al ver la expresión de la chica. —Pensé que era lo mejor, que lo mejor era alejarte y luego tú te caíste del caballo y yo me agobié y te salía mucha sangre por la cabeza y te llevé a palacio y mis padres...
—Kiki. —La interrumpió estirando su mano, rozando su piel. —La chica comenzó a respirar con dificultad, lo que alarmó a la campesina. —Oye, Kiki. —Se incorporó con cuidado y agarró su mano. —Mírame.
Chiara dirigió su mirada hasta los ojos de Violeta. Notaba cierta preocupación tras la capa de tristeza que envolvía aquella mirada. —Respira hondo. Respira conmigo, vamos.
La pequeña trató de imitar los movimientos de la campesina sin éxito. Su pecho subía y bajaba con rapidez, igual que su mente iba a gran velocidad. —Y-yo... P-perdóname... —Su voz sonaba ahogada, comenzaba a ahogarse.
Violeta se incorporó con rapidez. —Chiara tienes que calmarte. —Trató de ponerse de pie aunque hiciese tres días que no se levantara de la cama. Apoyó su tobillo con cuidado, y puso sus manos en los hombros de la princesa. —Necesito que respires como yo lo hago, ¿vale? —La pelinegra la miró hiperventilando mientras asentía.
La mayor comenzó a respirar despacio y profundo, poniendo una mano de la princesa en su pecho, haciendo algo de presión. Tras unos minutos respirando hondo, la pequeña consiguió regular su respiración. Violeta amagó una sonrisa y acarició con suavidad sus mejillas, limpiando restos de lágrimas. Se permitió entonces admirar aquel rostro que tanto había añorado, y darse cuenta de sus ropas. Estaba preciosa vestida de blanco. Entonces se acordó del motivo. La boda. Su sonrisa se desvaneció.