Había pasado una semana desde la última vez que Violeta y Chiara se vieron en el bosque. Repitieron esa manía durante casi dos semanas. En su bosque. Al día siguiente de aquel encuentro, la campesina se presentó con su caballo temprano, como cada mañana, a la misma hora que siempre. La estuvo esperando hasta que vio el sol amanecer. Al igual que la mañana siguiente. Y la otra. Y hasta dos más. La quinta ya no fue.
Por un lado le frustraba que la princesa hubiese desaparecido así como así. Pensaba mucho en ello, o en ella. Demasiado. Incluso llegó a plantearse ir a palacio en busca de explicaciones. Luego recapacitó y llegó a la conclusión de que tal vez simplemente se había aburrido de aquel entretenimiento. Quizás Chiara tan solo la veía como eso, un entretenimiento. Una vía de escape de su vida tan perfecta y real.
Chiara, por su parte, había estado atrapada en el palacio. Su padre había aumentado su carga de estudios y responsabilidades, temiendo que su comportamiento descuidado afectara su compromiso. Aunque intentaba concentrarse en sus tareas, su mente siempre volvía al bosque y a Violeta. Sentía un vacío cada vez que pensaba en las mañanas que tal vez su amiga la hubiese estado esperando, y el remordimiento por no haber podido despedirse adecuadamente la consumía.
Una tarde, después de una larga jornada de lecciones, Chiara decidió que necesitaba explicarse con Violeta, aunque tuviera que hacerlo en persona. Aprovechando el descuido de los guardias, de los cuales había estado estudiando el comportamiento durante varios días, salió del palacio, montó a Pegaso y se dirigió hacia el bosque.
Llegó al claro que tanto extrañaba, con la esperanza de encontrar a Violeta allí. Pero el lugar estaba desierto, y el sol empezaba a esconderse detrás de los árboles. Chiara suspiró, sintiendo una mezcla de decepción e impotencia. No podía rendirse ahora. No había salido de palacio para nada.
No conocía la dirección aproximada del huerto de Violeta, pero estaba dispuesta a encontrarla. Guiada por su intuición y algunos recuerdos vagos de sus conversaciones, cabalgó por senderos menos transitados. La oscuridad provocó la ralentización de la travesía, y el primer trueno se dejó escuchar.
La lluvia hizo que el caballo comenzase a cabalgar de un lado a otro, haciendo que Chiara perdiese el control. Pudo bajar difícilmente del animal, sabía lo peligroso que era montar a caballo con una tormenta amenazando en salir. Agarró las riendas de Pegaso y comenzó a acariciarlo con suavidad para intentar calmarlo en medio de la vorágine, aunque la propia princesa cada vez se encontrase más nerviosa.
La lluvia caía con fuerza, y Chiara pensó que moriría ahí mismo de la hipotermia de no ser por la luz que emitía una pequeña caseta a unos cien metros de ella. Sin pensarlo mucho, se dirigió a ella, rezando por que sus propietarios pudieran prestarle cobijo.
Justo cuando estaba a punto de llamar, la puerta se abrió, revelando a Violeta, sorprendida y con la mirada algo apagada. Y Chiara nunca se alegró tanto de verla.
—¿Chiara...? ¿Qué haces aquí? —Preguntó Violeta, mientras sus ojos recorrían la figura empapada de la princesa.
—Necesitaba verte. —contestó Chiara, temblando tanto por el frío como por la tensión del momento. —Siento haber desaparecido. He estado atrapada en palacio, pero no he dejado de pensar en ti ni un solo día. —Se explicó con torpeza y con rapidez.
Violeta permaneció en silencio durante unos instantes, sin creerse que aquella chica de encontrase a las puertas de su casa. Finalmente, dio un paso hacia un lado, invitando a la princesa a entrar en la caseta.
—Pasa. —Tomó su mano con cuidado. —No puedes quedarte ahí fuera con la que está cayendo.
Chiara entró en la cálida caseta, agradeciendo el refugio del viento y la lluvia. El interior estaba modestamente amueblado, pero era acogedor. Mucho más que su queridísimo palacio. Pese al verano, Violeta le ofreció una manta y un asiento junto al fuego, y Chiara se sentó, intentando recuperar el calor en sus manos entumecidas. Las noches inglesas eran bastante frías.
—Te estuve esperando, ¿sabes? —Dijo Violeta, sirviendo una taza de té caliente para Chiara.—Cada mañana fui al claro, pero tú nunca aparecías
—Lo siento tanto, Violeta. —Dijo Chiara, tomando la taza. Sintió su corazón entumecerse al escuchar a su amiga. —Mi padre aumentó mis tareas y apenas tuve tiempo para nada. No quería dejar de verte, pero no tuve opción. Me tienen controlada todo el tiempo... No puedo hacer nada.
Violeta asintió lentamente, sentándose frente a Chiara. —Pensé que tal vez te habías aburrido de nuestra amistad. Que yo solo era un entretenimiento para ti.
—No es así. —respondió Chiara, con el corazón algo roto por sentir que Violeta había podido pensar eso. —Eres más que una amiga para mí. Eres alguien con quien puedo ser yo misma. Nunca te he visto como un entretenimiento.
El rostro de Violeta se suavizó, y un atisbo de sonrisa apareció en sus labios. —Está bien. Me alegra saberlo. Solo quería una explicación.
—Y tienes derecho a ella —dijo Chiara. —Prometo que haré lo posible para seguir viéndonos. No quiero perder... Esto. —Dijo señalándose a ambas.
Violeta asintió, ensanchando su sonrisa. —Yo tampoco quiero perderlo. —Agarró su mano, sintiendo el contraste de temperatura entre ambas.
Chiara sintió una calidez en su corazón al escuchar esas palabras. La lluvia continuaba golpeando el techo de la caseta, pero en ese momento, todo parecía estar bien. Aquella casa, de pronto, se sentía como un hogar.
La noche avanzó, y las dos chicas continuaron hablando y compartiendo historias. Chiara le contó sobre sus estudios, sus responsabilidades y las estrategias que tenía para evitar a los guardias. Obvió el tema del compromiso. Violeta le habló de su familia, y su vida en el campo últimamente.
Finalmente, cuando la tormenta ya hubo amainado, Chiara se dio cuenta de la hora y suspiró. —Debo regresar al palacio antes de que alguien note mi ausencia.
Violeta asintió, aunque su expresión mostraba una mezcla de tristeza y decepción. —Lo entiendo... Ya nos veremos entonces. —Titubeó.
Chiara se levantó y, después de asegurarse de que Pegaso estaba listo, se dirigió a la puerta. Antes de salir, se volvió hacia Violeta y la abrazó con fuerza.
—Te he echado de menos—dijo, con la voz un tanto quebrada. —Nos veremos pronto, lo prometo.
—Pues claro, Kiki. —Violeta le devolvió el abrazo con fuerza. —Cuídate mucho.
Chiara sonrió y, con una última mirada, montó a Pegaso y se dirigió de regreso al palacio. Mientras cabalgaba, sintió algo en su pecho que jamás había sentido antes. Algo que solo sentía cuando estaba con Violeta, o la veía, o la pensaba. Algo casi tan fuerte como lo que sentía cuando sus manos se rozaban.
Al llegar al palacio, entró en silencio, evitando a los guardias y regresando a sus aposentos sin ser vista. Mientras se acurrucaba en su cama, con la mente llena de pensamientos y emociones, supo que su vida había cambiado para siempre. Aunque en el fondo todavía tratase de autoconvencerse, cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta.
Violeta, por su parte, yacía en su cama pensando algo parecido a lo que rondaba por la mente de la princesa. La única diferencia era que ella sí que lo tenía algo más claro, aunque supiese que aquello era imposible por todos los motivos del mundo.
Al día siguiente se encontró con los destrozos que la tormenta había causado, y las lamentaciones de su abuelo maldiciendo a todo aquel que se interpusiese en su camino. Aquella sería una semana difícil.
En palacio las cosas no es que fueran mucho mejor. La princesa se despertó con un aviso impreso traído por su doncella.
—Buenos días, alteza. —Saludó la joven, sin preguntar por su cabello mojado y sucio. Sabía que había logrado escapar de palacio, y lejos de preocuparse por ella, se alegró genuinamente. —Veo que ha descansado bien. —Guiñó un ojo.
La princesa amagó una sonrisa mientras sentía sonrojarse sus mejillas. —Buen día, Almu. —Se incorporó de la cama y cogió el papel que yacía en la bandeja sostenida por la rubia. —¿Que es esto?
—Las invitaciones de su boda. —Dijo con naturalidad. —¿No le han avisado?
El mundo de Chiara pareció pararse en aquel instante.